Por Julio César Centeno* / Resumen
latinoamericano/ 11 de Octubre 2016.-
La conquista fue un largo y cruento episodio
histórico de esclavitud, saqueo y genocidio.
Cuando Cristoforo Colombo se encontró con la
nación Arawak en la isla de San Salvador durante su primer viaje en 1492, dejo
sentado en su diario el siguiente comentario, premonitorio de su propósito:
“Serían excelentes sirvientes… Creo que podemos fácilmente convertirlos en
cristianos, pues parecen no tener religión… con 50 hombres los podemos subyugar
y obligarlos a hacer lo que nos plazca”. Al notar que llevaban decoraciones de
oro en las orejas, los capturó prisioneros para obligarlos a que le dijeran de
dónde provenía el oro. En la isla que llamaron La Española, hoy compartida por
Santo Domingo y Haití, perdió ese diciembre su barco insignia, la Santa María.
En carta dirigida a Luis de Santangel, fechada
febrero 15, 1493 y refiriéndose a La Española, Colón relata: “Hay muchas
especies y grandes minas de oro y otros metales en esta isla… Hispaniola es una
maravilla, hasta en sus magníficos ríos hay oro… Los nativos no tienen hierro,
ni acero, ni armas, ni están preparados para ellas porque, aunque tiene buen
porte y buena estatura, son extraordinariamente tímidos. Sus únicas armas son
varas con puntas afiladas, pero tienen miedo de usarlas… Nunca se rehúsan a
entregar lo que se les pida, y muestran tanto amor que entregarían sus propios
corazones… No tienen religión ni idolatría, excepto creer que el poder y el
bien vienen del cielo. Creen firmemente que yo, mis barcos y mis hombres,
venimos del cielo, y así he sido recibido en todas partes, gritando ¡Vengan,
vengan, vean al hombre que vino del cielo!..”
En su segundo viaje envió indígenas a España
para venderlos como esclavos. En 1493 le escribió a la Corona: “Sus altezas
pueden confiar que les traeré tanto oro como necesiten… y tantos esclavos como
me ordenen embarcar”. Miles fueron enviados como esclavos; muchos otros fueron
esclavizados en su propia tierra. Colón permitía que los colonos españoles
escogieran a quien quisieran convertir en su propiedad. Cada colono tenía
esclavos que le trabajaran, perros para cazarlos y mujeres para servirle. Eran
sus derechos como seres superiores. Para 1505 su hijo, Diego, se había
convertido en traficante de esclavos. Cuatro años después, Diego fue nombrado
Gobernador de la Española.
El 30 de mayo 1498 emprende su tercer viaje con
seis barcos, llegando a Trinidad dos meses después. Días más tarde se
encontraba en la península de Paria, hoy Venezuela. La enorme cantidad de agua
dulce en la desembocadura del Orinoco lo convenció de encontrarse en un
continente hasta entonces desconocido.
Regresó a La Española el 19 de Agosto,
encontrándose con una rebelión en su contra por parte de los colonos que había
dejado allí. Se rehusó a bautizar a los indígenas convertidos al cristianismo,
por su interés en comerciar con ellos como esclavos: “Desde aquí podemos enviar
tantos esclavos como podamos vender, en nombre de la Santísima Trinidad”. Dos
años más tarde fue destituido como gobernador acusado de tirano y enviado en
cadenas a España. Tras su liberación no tarda en organizar su última partida
hacia el nuevo mundo. En el memorial dirigido a los Reyes Católicos en agosto
de 1501, hoy en la Real Academia de la Historia, se refiere a la necesidad de
una persona que haga justicia “más siguiendo la crueldad que la razón”. El
nuevo mundo debería consistir en “una serie de factorías en las que se obtenga
oro, esclavos o cualquier otra mercancía valiosa, bien mediante el trueque con
los nativos o mediante la explotación directa utilizando mano de obra
indígena”. Murió en 1506.
El explorador Américo Vespucci había zarpado
hacia el nuevo mundo un año después del primer viaje de Colón. Fue el primero
en especular que esta tierra no era parte de Asia, sino un nuevo continente.
Sus diarios convencieron al cartógrafo alemán Martin Waldseemuller, quien en
1507 publicó un mapa en el que le colocó el nombre de América al nuevo
continente, en honor a Vespucci.
Bartolomé de Las Casas dejó la siguiente
constancia en su Brevísima Relación de la Destrucción de Las Indias: “Cuando
vine por primera vez a La Española en 1508, habían unas 60.000 personas en la
isla, incluyendo a los indios. De tal manera que entre 1494 y 1506 más de tres
millones de personas murieron por la guerra, la esclavitud y las minas. ¿Quién
en las generaciones futuras creerá esto? Yo mismo, como testigo presencial,
difícilmente puedo creerlo”
Muchos otros murieron víctimas de plagas traídas
por los europeos: viruela y sífilis arrasaron con el pueblo Taino, reduciendo
su población de unos 300.000 a menos de 5.000 en 50 años.
Las Casas testimonia sobre millones de muertos,
pueblos indígenas enteros “pasados por los cuchillos”, guerras en las que
hombres desnudos y con flechas se enfrentaban a hombres a caballo, acorazados,
con espadas, lanzas, ballestas, lombardas, arquebuses y otras armas de fuego
rudimentarias. Los españoles asesinaban a niños y mujeres embarazadas en masa,
como método de subyugación. Miles fueron empalados en estacas o quemados en
hogueras.
En el libro Conquista y Destrucción de las
Indias se calcula que el 90% de la población americana fue masacrada en el
choque entre la civilización invasora y la aborigen, unos 70 millones de
personas. La conquista fue un cruento episodio histórico de saqueo, esclavitud,
terrorismo y genocidio. Los conquistadores eran aventureros despiadados en
busca principalmente de oro, plata y esclavos para enriquecerse. Actuaban con
absoluta impunidad por los tributos que ingresaban al tesoro real de España.
Sólo en el Potosí descubrieron una fabulosa
montaña de plata que aún hoy, 450 años después, continúa siendo explotada. Para
facilitar su explotación, el Virrey Francisco de Toledo instauró en 1572 la ley
Mita: una vez cada siete años, durante cuatro meses, los varones de entre 18 y
50 años estaban obligados a trabajar en las minas, sin cobrar y sin ver la luz
del sol. “Cada peso que se acuña en Potosí cuesta diez indios muertos en las
cavernas de las minas”, escribía Fray Antonio de la Calancha en 1638. Eduardo
Galeano, en Las Venas Abiertas de América Latina, estima el valor de la plata
extraída durante la colonia en 50.000 millones de dólares, con 8 millones de
indígenas muertos. Se estima que 33 millones de indígenas trabajaron en
condiciones de esclavitud en los 250 años de aplicación de esta macabra ley.
“De cada diez que entraban, sólo tres salían vivos. Pero los condenados a la
mina, que poco duraban, generaban la fortuna de los banqueros flamencos,
genoveses y alemanes, acreedores de la corona española, y eran esos indios
quienes hacían posible la acumulación de capitales que convirtió a Europa en lo
que Europa es” (Eduardo Galeano – El país que quiere existir).
El genocidio fue amparado también por la iglesia
católica: decretó que los indígenas no tenían alma, por lo que no eran humanos
y podían ser tratados como animales. Así se hizo, con la bendición sacerdotal.
No importaba ni a la Corona, ni a la iglesia ni a sus jaurías de verdugos que
los ancestros de estos esclavos hubiesen construido majestuosas civilizaciones
y desarrollado avanzados sistemas de matemáticas, arquitectura, agricultura,
astronomía, cosmología y sofisticados calendarios.
El Parlamento Británico optó por referirse al
nuevo continente como Columbia desde 1738, volviéndose un término común en sus
colonias del norte. De allí el nombre de la capital federal de los Estados
Unidos: distrito de Columbia. En el Congreso de Angostura de 1819 se optó por
el nombre Gran Colombia para la nación de naciones liberadas por Bolívar.
Según el historiador Ward Churchill, George
Washington se refería a los indígenas como “bestias salvajes del bosque” y
“animales salvajes como los lobos”. El gobierno norteamericano les impuso más
de 400 tratados, para luego quebrantarlos todos, sin excepción. Entre tratado y
tratado se desataron múltiples masacres: la de los Powhatan en Virginia fue
seguida por la de los Apaches, Navajos, Sioux y Cheyenne, entre tantas otras,
hasta la sangrienta carnicería de Wounded Knee en Dakota. La marcha forzada
conocida como El Camino de las Lágrimas, obligó a los Cherokee a desplazarse
como bestias desde Georgia hasta Oklahoma.
Según la Oficina de Asuntos Indígenas de los
Estados Unidos, la población de aborígenes en ese territorio antes de 1492 se
encontraba entre 10 y 15 millones. Para 1900 se había reducido a 25.000.
Celebrar la llegada de Colón al nuevo mundo es
celebrar el inicio del capítulo más vergonzoso en la historia de la humanidad.
El genocidio de 5 millones de judíos en la Alemania Nazi entre 1941 y 1944 pasó
a la historia como El Holocausto. El genocidio de 70 millones de indígenas en
el Nuevo Mundo pretende borrarse de la historia, disfrazando a sus principales
perpetradores como héroes.
* Jc-centeno@outlook.com
Universidad de Los Andes
Reflexión de Moira Millán, lideresa mapuche
Amanece en san Marcos Sierras. Me he desvelado
una vez más. Ésta vez curiosamente el silencio reinante me despertó.
Últimamente los silencios suenan punzantes en mis oídos. Silencios cómplices
represivos que enciarran los gritos ahogados de dolor por tanta injusticia.
Genocidios silenciados que gimen apenas audibles
para oídos extremadamente sensibles y pasan inadvertidos por una humanidad
ruidosa e indiferente. Me desvelé vigilando en mi mente la expresión dolorida
de la machi Francisca Linconao, enferma y débil que a estás horas estará
despertando, un día más encarcelada por luchar en la defensa de un
wingkul,cerro yerbatero y bondadoso, que la recibía generoso para entregar su
medicina. Castiga el sistema el amor y la reciprocidad entre la mujer medicina
mapuche y el cerro sagrado.
Castiga el sistema a los defensores de la vida y
premia a los que reproducen la muerte. Como el presidente Santos de Colombia,
premio nobel de la paz, luego de haber ordenado masacres durante la guerra
civil en Colombia. Una IndoAmerica que sigue sangrando la tragedia de ser ella
toda esplendorosa, fértil y abundante, rica y diversa.
Durante mis cavilaciones noctámbulas, convocando
al escurridizo sueño. Me imaginé que allá en el tiempo añejo, un 11 de octubre
de 1492 una mujer indígena no conciliaba el sueño, que al igual que yo se
desvelaba percibiendo una tragedia que se le acercaba. Yo espero que mis
desvelo sea el del vigia que guarda la noche preparándose para combatirle a la
obscuridad la luz de un nuevo amanecer. Tal vez los que hemos despertado ya
nunca más volveremos a dormir, porque junt@s vamos a conspirar en unidad y
organizad@s, para decir Basta! Liberando a nuestra Indoamerica de los
saqueadores, opresores, esclavistas, y asesinos. Más temprano que tarde será el
día de la libertad. Pero mientras tanto hoy en cada rincón del continente
hagamos nuestro contrafestejo y les pido que en sus palabras no dejen de
nombrar a nuestros presos y presas politicas. Francisca Linconao Libre!!
Canta el gallo avisandome que la noche se
termina, me voy a levantar con newen para todas las actividades que organizamos
aqui como contrafestejo. Seguramente muchas noches más me encontrarán
desvelada, pero no me inquieta porque sé que un nuevo amanecer rebelde se lo
conspira de noche y se lo construye de dia.
Españoles usaron colmillos como arma mortal
contra indígenas
No fue la caballería, ni las armas españolas a
lo que más temían los indígenas sino a los perros ‘carniceros’ de los
conquistadores.
Los conquistadores españoles tenían en sus perros
a verdaderos azotadores de la población indígena de América. El más célebre de
ellos, 'Becerillo', fue muerto por los indígenas mayas. (actualidad.rt)
Los conquistadores españoles tenían en sus
perros a verdaderos azotadores de la población indígena de América. El más
célebre de ellos, ‘Becerillo’, fue muerto por los indígenas mayas.
(actualidad.rt)
Armas de fuego, caballería y ballestas: estos
fueron los principales factores de supremacía de los conquistadores españoles
en el campo de batalla frente a las tropas indígenas en el siglo XVI. Al menos,
estos suelen ser los factores que contemplan los historiadores para explicar el
rápido avance de pequeñas unidades de tropa en América.
Sin embargo, otra arma que, al parecer, tuvo un
efecto decisivo en las principales batallas eran los perros, concretamente en
México y Mesoamérica, según un artículo publicado en el diario digital ‘El
Confidencial’, y citado por actualidad.rt.
Aunque las crónicas desestimaban su importancia
debido a la doctrina militar imperante en aquel tiempo, a nosotros han llegado
los nombres de algunos de aquellos guerreros cuadrúpedos que aterrorizaban a la
población aborigen, subraya la publicación.
El más famoso de aquellos canes de combate fue
“Becerillo”, un alano español (producto del mestizaje entre dogos y mastines)
que acompañó al conquistador Sancho de Aragón en una campaña anterior a la
expedición de Hernán Cortés.
Era muy apreciado por su ferocidad y total
entrega en el campo de batalla, hasta el punto en que le pusieron un salario.
El conquistador Pedro de Alvarado era consciente
de la carnicería indiscriminada que infligía la horda perruna en el enemigo
Sabemos de él que murió a causa del impacto de
una flecha envenenada lanzada por los mayas y también que tuvo un descendiente
llamado Leoncico, que se vengó de su padre con creces desgarrando hasta la
muerte a muchos enemigos.
Acompañaba a su amo, Vasco Núñez de Balboa, en
todas sus campañas sobre el istmo de Panamá y también recibía ‘paga’ de
oficial.
Se sabe que pocos días antes de descubrir el
océano Pacífico, aquel explorador y aventurero español libró una batalla contra
una tribu indígena encabezada por Torecha.
El propio cacique murió en combate pero su
hermano y otros notables fueron arrojados a los perros. El terror causado por
esta ejecución fue de tal envergadura, que el resto de la tribu aceptó
someterse a las órdenes del conquistador.
Los perros alanos de los capitanes españoles,
asegura el historiador y ajedrecista Álvaro van den Brule, “fueron responsables
en gran medida de la matanza indiscriminada que ha pasado a la historia como
una de las cargas militares más sangrientas”.
Su feroz presencia en el campo de batalla
producía una “insoportable forma de terror” entre los indígenas, sostiene. Los
animales eran protegidos con tiras de cuero en ambos lomos y fieltro con
fragmentos de coraza.
El conquistador Pedro de Alvarado era consciente
de la carnicería indiscriminada que infligía la horda perruna en el enemigo.
De hecho, se sabe que en una ocasión, a la vista de que
los niños presentes en la tropa aborigen caían primeros bajo el ímpetu animal,
intentó retirar en vano a los perros.