En su nuevo documento, el grupo de intelectuales
advierte que el Gobierno destruye las instituciones y tergiversa la función de
la Justicia, como sucede también en Brasil. “La proscripción y cárcel a Lula
constituyen el gran intento por destruir la resistencia de América latina
frente a ese nuevo plan de las derechas”, sostiene.
Si la política fuera una ondulación de fuerzas y
hubiera un aparato científico para medirlas, podríamos decir que el macrismo
está en un momento donde el ciclo inicial de acumulación no ha concluido aún.
Pero por suerte, la política no tiene aparatos tan sinuosos de medición, aunque
continuamente este gobierno más que cualquier otro, se la pasa midiendo. Cómo
mide Macri luego de tal o cual declaración desafortunada, carente de trazos
mínimos de humanidad o de la información cultural, incluso de la menos
exigente. Cómo mide luego de una muerte por el factor Chocobar, cómo mide luego
de rehacer un cálculo para bajar las jubilaciones, cómo mide luego de
privatizar un instituto tecnológico del Estado. Los medidores macristas, tanto los públicos como los
secretos –encuestas, focus, trolls, escuchas clandestinas–, dirigen la robótica
del gobierno según parámetros de la inteligencia artificial y otros
lineamientos del cientificismo empresarial y la mercantilización de
informaciones personales privadas. ¿Cuál es la mercancía que miden? Las
pasiones públicas. Y allí encuentran razones para sus hipótesis de permanencia
en el poder, considerándose dentro de un tiempo abstracto donde sólo existen
conceptos como aceleración o gradualismo, donde impera la idea de objetivos, no
de plazos. Esta frase ya se escuchó en la historia argentina, tener un punto de
mira fijo suprimiendo el tiempo complejo de una sociedad cortada por sacudidas
abruptas, significa en este caso convivir con las instituciones con profundo
desprecio. Y el medidor, el llamado amperímetro ¿dice que hay tanto más
aceptación cuanto más empeño se ponga en ser despiadado, pero con sonrisa
indiferente en los labios? Toda política emancipatoria descansa en el hecho de
demostrar que no es así.
A la politología usual, no necesariamente
oficialista, le es costoso explicar este fenómeno. Se cree que con el macrismo
permanecen las instituciones democráticas, los ejercicios de representación,
las alternativas con las que se empalma el juego abierto entre Estado y
sociedad, lo cual es aceptable como apariencia pero erróneo como realidad.
Estamos ante un problema conocido. Durante el gobierno kirchnerista arreció una
campaña que prácticamente abarcó a todos los medios de comunicación en torno al
llamado relato gubernamental, que llevaba a dividir lo real en una zona
dominante de imposturas y en una franja declaracionista destinada a disfrazar
esas imposturas. Por ejemplo, la política de derechos humanos era una narración
de último momento, un acto de políticos acomodaticios. Sin quererlo, estaban
introduciendo el fundamental tema de las relaciones entre el símbolo y lo
simbolizable, la realidad y lo realizable.
Les pedimos a quienes formularon esa cuestión
como si hablaran en nombre de una realidad desnuda, monolítica, hecha de
granito y piedras duras, que digan en qué situación estamos ahora. Parece
aceptable –de acuerdo a todas las tradiciones clásicas– decir que la realidad
se compone de varios estratos, donde la propia realidad siempre se desdobla en
diversos argumentos y lenguajes necesarios para hablar de ella misma. ¿Qué
novedad nos querían comunicar con eso? ¿Es Macri una vuelta a la realidad,
tomada unívocamente como último soporte de una verdad objetiva? ¿O el imperio
final de un golpe brutal en los sustentos reales de una sociedad, donde un
proyecto social identificable por lo que decía de sí mismo y lo que sus
críticos o partidarios opinaban, fue sustituido ahora sí, por fábricas secretas
del simulacro y oficinas de diagramación digital de la felicidad personal?
¿Sustituidas entonces por qué? Por un gigantesco adiestramiento para la
sujeción a las cadenas de una trans-verdad. En un ensayo final de
experimentación humana, el macrismo está a punto de industrializar la
conciencia pública y llamar pluralismo a la aceptación de ese molde genérico, y
dentro sentirse “libremente” vanguardista o “libremente” contestatario.
Ya solo tenemos una serie de maniobras de alta
capacidad de dominación alusiva –una forma de dominación indirecta y figurada,
más violenta que una orden directa o un grito del centinela–, con las cuales el
gobierno ve la política como un adosamiento exterior, manejado para que las
víctimas se sientan felices de serlo y el victimario sea envidiado. Como han
creado una intangibilidad en torno de los actos del gobierno, expresado en
frases calculadas, primero fue la pesada herencia, luego el háganse cargo,
luego el vamos todos juntos, luego las tretas de reconocimiento –sí, vamos más
lento de lo esperado–, luego las variaciones sobre el sensor de mediciones, que
lleva del “curro de los derechos humanos” a la mención del “terrorismo de
Estado” y finalmente el feminista menos esperado. Venimos de un ciclo político
pos dictatorial donde reponer la palabra política significaba ciertas ataduras
con la creencia y con la verosimilitud de las líneas argumentales a lo largo
del tiempo. Eso se ha roto, porque hablar, aunque un gobierno no puede dejar de
hacerlo, ahora es simplemente un acto que surge de la evanescencia de las
maquinarias de medición. Es un gobierno, el macrismo, que habla lo que se mide
y mide lo que se habla. En ese sentido es un gobierno de papel maché sostenido
por hierros duros de un capitalismo de mastines.
Aquellos medidores no son como los de la luz y
el gas, que castigan visiblemente cada vez más a la población, sino antenas
capilares que van más allá de los viejos servicios de informaciones, que
apuestan al intercambio entre una irritante liviandad –entrevistas televisivas
con un batallón de periodistas adictos que jamás se ha visto en la Argentina–,
hasta la impudicia con la que enuncia sus acuerdos mercenarios, desde el G20
hasta matar por la espalda, con la certeza de cuánto más brutal y magro de
ideas es el pensamiento, más va a ser aceptado por una sociedad desmantelada, o
en víspera de serlo, por su acatamiento a la voz del Poder, encarnado en la
Medición. Según arcaicas etimologías, hombre quiere decir medida. Pueden
sacarse extraordinarias conclusiones de este hecho.
Pero en el macrismo, hombre es medida de pérdida
de autonomía del sujeto, pérdida de soberanía del común nacional, pérdida de
entidad subjetiva en el intercambio de bienes
y servicios, pérdida de la noción social de la política y de la noción
política de la representación social. La combinación entre el ejercicio de la
ternura y la confianza de que mide bien la crueldad, caracterizan a Macri como
a Vidal. Otrora se había definido el liberalismo como falta de crueldad. Ahora
se han encontrado en la bisectriz adecuada, los dos vocablos se han conjugado.
Todo está medido por la nueva forma del
fetichismo de la mercancía, cual es la del fetichismo del gobierno que mide su
crueldad y está satisfecho de los resultados conseguidos. El descaro y la
capacidad de daño infligido velozmente en razón de la pérdida masiva de
derechos, se mide; el aumento exponencial de la pobreza, la reducción de la
calidad de vida en alimentación, salud, vestimenta, acceso a la educación y el
trabajo; se mide y se aprueba. Forman
un conjunto distintivo del gobierno actual que excede cualquier calificación en
la que se pretenda ceñir ese conjunto de males. Porque en la medición, la curva
estadística favorable, para el gobierno sería lo popular apoyando, y lo
popular, previamente inducido por la medición, se amolda sin saberlo a la
curva. De no haberse conocido épocas de trazas feroces, podría decirse que no
se parece a ninguno y a todos a la vez, siendo una novedad la rareza en que se
envuelve el clima social, ahogado económicamente e intoxicado de engañosas
promesas de futuro. Pero medir es la ocupación menos feroz del mundo.
Objetivamente, puede medirse la propia ferocidad. En el casillero del medidor
figura como “lo que la gente quiere”. Esta es la posta post del relato.
Si resistimos con la memoria de lo hecho y la
potencia de una voz nacional curtida en cantos y marchas de trabajadoras y
trabajadores, de mujeres, de agrupaciones políticas y de independientes, es
porque resistir es hacerlo no solo con los resultados de un plan económico,
cultural político y geopolítico desastrado, sino contra el gobierno de la
medición y el cálculo de las sensibilidades colectivas. Por eso damos una voz
de alerta: el gobierno elegido por el pueblo, que hace de las elecciones no un
evento de la democracia sino un estudio de casos que el laboratorio en las
sombras luego mide y sopesa, está destruyendo las instituciones, tergiversando
la función de la justicia a la que también somete a su propio balancín, que
concluye en la figura presidencial como
Gran Juez en última instancia, sin que ello se debilite por ser una figura
carente de elocuencia, de alimentos culturales y de sensibilidades sociales.
Una
metodología direccionada a cercenar obscenamente la libertad de
expresión, con aprietes, expulsiones y mensajes de contenido mafioso a los
periodistas, no son novedad. La novedad es que lo hacen en un mundo en el que
no viven, no lo habitan pues se repliegan lejos en la ultratumba de los medidores,
hoy en una cena íntima con Mirtha Legrand, mañana con Tinelli o Madame Lagarde,
donde todo fluye con el auxilio de banalidades ilimitadas, mientras que la otra
realidad anulada quedó a cargo de inventores de fraseologías, consultores del
estado de conciencia colectiva donde introducen la varilla que mide el aceite.
Los niveles parecen correctos, dice alguien, sigamos conversando con la pérfida
inocencia del caso con la Señora de Villa Cañás, asombrados que se nos ataque
por lo tan bien realizado. La realidad no se muestra a nuestros ojos como una
calle, o un parque, o un episodio captado in fraganti por las cámaras. Por
supuesto, las representaciones son otra forma de la realidad, que nada es sin
la imagen que la acompaña y le da sustento. Pero toda imagen es parte de un
modo de alternancia de lo real. Para ellos es una frase fugaz leída en
telepromter, y pronto a otra cosa.
Pero para el verdadero realista, la realidad
está escondida, velada como en tiempos en que la violencia se hacía desde el
estado y a punta de fusil pero con la tortura recóndita, que nadie podía
testimoniar, tormento sin habla ni posibilidad de cobijo a la víctima, cargando
quizás la culpa de un silencio cómplice de su desaparición. Que son otros
tiempos, es cierto. Que hay una violencia que es distinta, pero busca inéditos
diálogos con la otra, también es cierto. Entonces hablemos de lo real como de
unos estamentos que se combinan entre sí bajo la forma del manipuleo de la
relación de lo legal con lo ilegal, triunfando siempre este último, o haciendo
pasar a lo legal las porciones enteras de lo ilegal, como cuando se dice que
los capitales off shore no son ilegales. Novedad macrista: basta “blanquear” la
ilegalidad para que se torne legal.
Todo esto enturbia el juicio crítico, lacera la
memoria y distorsiona el dato fáctico
al sustraer la mirada hacia un territorio libre de conflicto: los ilusorios
espacios verdes que encubren un urbanismo especulativo y pseudo sociable, la
promesa de un mundo más simple y moderno, con tecnologías renovadas para
trámites y comunicaciones celulares, confunden la democracia con una ciudadanía
que consiste en “viralizaciones” y las dificultades de la existencia colectiva
con una psicopatía para la gente linda, que acepta la epidemia de una época
llena de rebusques discursivos y palmaria escasez en los repartos del ingreso
público –que consolida y acrecienta la desigualdad–.
Bajo la sonrisa sobradora del verdugo, vienen
las novedades del Comando Sur, las instrucciones conjuntas de las fuerzas de
defensa Argentinas convertidas en fuerzas transnacionales de seguridad; bajo la
sonrisa sobradora del verdugo viene el endeudamiento, el desafuero económico de
la fuga de divisas, los negocios de familia, la regimentación de lo que queda
de correcto en el instituto judicial; bajo la sonrisa sobradora del verdugo
viene el arrasamiento del trabajo debilitando a la clase trabajadora, bajo la
sonrisa sobradora del verdugo se degrada intencionalmente la estatura de la
capacidad intelectual y productiva de un país; bajo la sonrisa sobradora del
verdugo, nos humillamos ante los poderes mundiales y eso con la sórdida
complacencia de ser medidos por la máquina de control de pulsiones, dirigida a
homenajear la propia sumisión de una parte de la población. Bajo la misma
sonrisa sobradora del verdugo se consuma la adhesión –más aun, la disposición a
convertirse en su vértice–, a un nuevo plan ofensivo para quebrar los proyectos
nacionales y populares de América Latina, la continua injerencia para provocar
la desestabilización institucional de Venezuela, los roces para complicar las
relaciones con Bolivia y la cofradía con el golpismo brasileño, que primero
nació embozado en una torcida institucionalidad vacía de democracia y ahora se
despliega en forma abierta con la proscripción de Lula y la tutela e
intervención directa de las fuerzas armadas en la actividad del Poder Judicial
y el destino político del Brasil. El gobierno Temer militariza las favelas,
asesina a dirigentes populares como Mirelle Franco –luchadora feminista y defensora
de los derechos de los pobres– y a decenas de concejales, elogia el intento de
magnicidio del primer trabajador que llegó a la presidencia en nuestro
subcontinente y desaloja violentamente asentamientos campesinos. La
proscripción y cárcel a Lula constituyen
el gran intento por destruir la resistencia de América Latina frente a ese
nuevo plan de las derechas, desarmando su bastión más potente y poblado. Que
tiene otros métodos que el Plan Cóndor es cierto, pero que está emparentado con
objetivos, metas y actores que participaron de aquél también es verdad.
Ante todo esto, festejamos que haya resistencia
y que sobre esos cimientos, tanto antiguos como emergentes, se construya un
frente social de unidad entre todos los sectores que no fueron absorbidos por
la aspiradora conceptual del macrismo, disparando a las espaldas de la memoria
colectiva. Y que esa resistencia también sea solidaria con el pueblo brasileño
y su líder Lula, como con las varias alternativas populares latinoamericanas,
también nos conmueve, solidariza, moviliza y apasiona.
Podemos tener muchas opiniones sobre este frente
político a construir ante el acoso de la urgencia de las elecciones de 2019.
Promovemos la amplia unidad para derrotar al macrismo y cerrar el paso a toda
opción neoliberal. La proliferación de conceptos frentistas debe ser festejada
hasta que se llegue a un conglomerado activo no complaciente ni sucesor
alivianado del macrismo, dispuesto a desandar, con la misma audacia y energía
de 2005 y 2010, el agobiante e inútil endeudamiento contraído por este gobierno
como a cerrar la fuga de capitales
regulando las finanzas y el comercio exterior y penalizando el refugio
en guaridas fiscales de recursos sustraídos a la economía nacional. Decidido a
establecer una política de seguridad democrática que desarticule el dispositivo
represivo en despliegue pensado para reprimir la justa protesta o matar al
pobre sin respeto a Ley alguna. Imbuido del espíritu de la Patria Grande
latinoamericana y lejano al concepto de “ser parte del mundo” con el que las
derechas solapan las ataduras con que amañan a la Nación con los centros del
capital financiero.
Nos parece evidente que la figura de Cristina
Fernández de Kirchner, más allá del destino que ella elija y las posibilidades
que se presenten, sigue siendo un símbolo perseverante ante la necesidad de
aventurarnos por caminos nuevos y exigencias que puedan desafiarnos por ser
desacostumbradas, pero que se presentan como imprescindibles para mantener la
entereza y plenitud de una política emancipadora. El 2019 está cargado de sentido,
si la unidad del peronismo no se hace solo con criterios contables –si tal o
cual situación alcanza o no alcanza–, y si se da en simultáneo con las unidades
concéntricas de todas las fuerzas sociopolíticas contrarias al desacople
macrista de la política con el vigor de una sociedad libre. El futuro
inmediato, el punto de condensación y puesta en tensión de todas las fuerzas
democrático-populares, nacional-populares, de izquierda y del movimiento
social, está llamándonos desde un nuevo horizonte de luchas.