Néstor Piccone asegura que las redes sociales,
fruto del desarrollo del capitalismo global, son un invento destinado a
conseguir más clientes para el mercado global y ejercer el control social.
Por Néstor Piccone
El éxito histórico más importante de las
empresas capitalistas fue el de ocultar su rol de antagonista principal en la batalla cultural.
El sistema capitalista se encamina, no sin
algunos contratiempos, a establecer un modelo de “estado global” montado sobre
ese ocultamiento de más de un siglo de duración. En el año 2017, según el
informe de Oxfam, el 82 por ciento de la riqueza generada en el planeta quedó
en manos del 1 por ciento de la población
mientras que el 50 por ciento de seres humanos no recibieron ninguna
mejora en sus ingresos. Las 42 personas más ricas del mundo acumulan la misma
riqueza que 3.700 millones de la misma especie.
Para lograr el doble cometido de crecer en
riqueza y control de poder, las grandes empresas necesitan jibarizar las reglas democráticas y las instituciones garantistas surgidas bajo
el Estado de bienestar. Semejante propósito no hubiera sido posible sin
intervenir el sistema comunicacional.
De la radio a la televisión y de Internet a las
redes sociales, el patrón fue y es el mismo: construir poder, multiplicar la
riqueza y concentrar recursos tecnológicos y culturales.
Con esos mecanismos, cada vez más sofisticados,
llegaron a mezclar política, entretenimiento y consumo. Y con la apropiación de
los dispositivos comunicacionales terminaron sustrayéndole a los partidos
políticos los votantes devenidos en clientes, clientes listos para votar a los
dueños de las empresas. El proceso requirió de una planificada destrucción del
rol mediador del Estado y del sueño liberal de la prensa y el periodismo
pensados como independientes asumiendo
alguna suerte de contrapoder.
El dispositivo capitalista a través del
entrelazamiento y concentración del
sistema financiero, sumado al control
de la matriz energética y la producción de alimentos, avanza sobre el
adueñamiento de las redes y contenidos comunicacionales decidido a configurar
un cambio de mundo, aboliendo de hecho algunos pactos civilizatorios.
Este descomunal
y sistemático operativo está destinado a establecer nuevos parámetros de
justicia, nuevos términos para la aplicación de condenas y nuevos conceptos a
través de los cuales se redefinan los términos de la corrupción, el ejercicio
de la violencia y hasta las formas de
representación.
Todos los días los sectores más ricos corren un
poco más la gruesa línea que los separa de las clases populares y sus
dirigentes más representativos. Graficada permanentemente en los medios el
público accede semi adormecido a fallos insólitos, detenciones arbitrarias,
censura o proscripciones políticas en contradicción con las lógicas imperantes
hasta no hace muy poco tiempo.
Los ejemplos se multiplican ya sea en Brasil,
Honduras, Ecuador, Argentina, Grecia, España, Siria, Turquía o Francia.
En Argentina, el movimiento nacional y popular,
atomizado; sin organización ni conducción articulada de pensamientos y
sectores, vive con perplejidad el
avance del complejo empresarial-mediático-legal que, como nunca antes, controla
las estructuras del Estado.
La resistencia, floreciente en las redes
sociales, no debería festejarse como exitosa tan graciosamente como parece.
Hay que decirlo: las redes sociales son un
invento destinado a conseguir más clientes para el mercado global y ejercer el
control social.
Las redes son fruto del desarrollo del mercado
capitalista global. Por eso hay que pensarlas, también como herramientas
destinadas a profundizar el individualismo, incentivar la pereza reflexiva y
crear falsas muestras de universalidad.
La interacción humana a través del whatsapp, sin
ningún tipo de prevención o protocolo
que garanticen veracidad y respeto por el derecho a la información
veraz, comienza a mostrar su debilidad. Los textos, memes, gift o videos, a la manera de una bomba de
racimo, van impactando sobre la
credibilidad y eficacia del instrumento.
La multiplicación de las réplicas de un mensaje
de Wahtsapp, o Twitter, los “me gusta” de Facebook o Instagram no suplen la
construcción organizativa.
Detrás de un dispositivo comunicacional hay una
ideología; para convertirlo en un arma propia es fundamental, cuanto menos,
ejercitar el pensamiento crítico, contraponer ideología y construir
organización.
Fuente: Página 12