Ahí están, otra vez, desnudos a los ojos de
tantos lectores, oyentes, televidentes: los mercenarios del micrófono, los
periodistas-felpudo que defienden los intereses de sus patrones, aquellos que
entienden que sostener su lugar de jerarquía en un medio significa
consustanciarse con los negociados de sus jefes, proteger sus objetivos
comerciales.
La novedad ahora es el despliegue de un estilo agresivo e
inquisidor, que pretende ridiculizar y estigmatizar al otro, al diferente.
Quieren sangre, quieren palos, quieren exclusión. Sus enemigos son los
trabajadores que protestan, los pobres que quieren hacerse oír, los estudiantes
que se rebelan. Se sostienen desde la farsa del sentido común “de la gente”,
desde la ocurrencia que siempre –vaya casualidad- defiende a los explotadores,
a los represores, a los gerentes de la miseria y el ajuste.
Dicen lo que piensan, nadie lo niega. Operan
sobre la agenda porque son fieles sicarios, obedientes y disciplinados. De ese
modo, claro, no violentan sus conciencias ni afectan sus principios. No muy
lejos de estas posiciones mercantiles, otros tantos pierden legitimidad y
coherencia cuando su discurso aparece teñido por la sombra de la pauta oficial,
cuando la generosa billetera de la gestión de turno asoma en cada página y
contamina la credibilidad de las afirmaciones allí vertidas. Los intereses,
otra vez, emergen en la superficie e intoxican cada reflexión, recubren cada
palabra con un aura funcional, infectan cada comentario con el veneno de la
duda.
Nada ha dejado más evidente, entonces, que el
valor de la otra prensa, alternativa a los modos de manipulación burguesa,
independiente de los intereses de punteros del aparato y también de los
empresarios del desastre. Una prensa alternativa que no dibuje cada día el
perfil de un mínimo sector privilegiado a la hora de dar cuenta de
acontecimientos, sino que se ocupe de mostrar esa otra realidad que todos
respiramos en la calle. Es verdad, persisten a pulmón cientos de pequeños
emprendimientos, muchas mínimas luces dispersas, miles de voluntades marcadas
por la pasión de contar otras historias, de informar otras verdades. Lo que no
existe es un vínculo que coordine tanto trabajo desparramado, un lenguaje
propio que no apunte a bajar línea subestimando a quienes no piensan como uno,
a convencer de nada ni a fracturar lo construido porque conviene o a forzar la
realidad para sacar ventaja, sino a intentar comprender la matriz de este
sistema perverso y, a la vez, perseguir las herramientas para cambiarlo de
raíz. Se trata, evidentemente, de buscar mejor, de disponerse a multiplicar
esfuerzos y a reconocer que, hasta aquí, no alcanza con lo que hacemos cada uno
de nosotros, en cada lugar. Que los trabajadores, en mayor medida, siguen
consumiendo la prensa de los miserables, de los genuflexos y de los
mercenarios. Y que queda mucho por hacer, todavía.
#RevistaSudestada
Ilustración de Chubasco
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