Boot
comenta a Roberto Caballero (con video gracioso al final)
Publicado por Juan José Salinas
El domingo celebré el cumpleaños de un amigo muy
querido por lo que no leí los días con profundidad y se me pasó una de las
notas principales de Tiempo Argentino, la de su ex director Roberto Caballero.
La leí luego de que en el trabajo una compañera me comentara que Cristina la
había replicado y que a ella le había parecido “gorila”. Me sentí identificado
con las críticas que Caballero le hace a la CGT y más puntualmente a Juan
Carlos Schmid, su primus interpares, aunque algo desconcertado de que lo contrapusiera
a Moyano, ya que Schmid, si la memoria no me falla, siempre fue la sombra del
camionero. No obstante, en esa lectura rápida, en la que me identifiqué
emotivamente con el autor, me llamó la atención que no comentara la decisión de
La Cámpora de no sumarse a la convocatoria de los movimientos sociales
(auspiciada por el Papa y respaldada por la CGT, a mi juicio, pour la galerie y
para descomprimir, para salvar la cara ante su contumaz negativa a enfrentar al
Gobierno). Me recordó la decisión de la conducción de Montoneros de no
concurrir a la manifestación convocada por la CGT y las 62 Organizaciones post
“Rodrigazo” a mediados de 1975 (decisión que, dicho sea de paso, fue
ampliamente desobedecida por las bases de la organización) que provocó no sólo la eyección del gobierno
del ministro Celestino Rodrigo sino también la de su mentor, José López Rega,
ministro, jefe político de la Triple A y secretario privado de la presidenta
“Isabel” Perón.
En cualquier caso: que una organización que se
considera revolucionaria no acuda a una manifestación de los pobres y excluídos
me parece absurdo.
Y de yapa, al final, un racconto serio de lo
arrancado por los movimientos sociales al Gobierno y un video muy gracioso del
que, sin embargo, no se quien es el autor, y si se lo hizo en serio o en broma,
aunque me inclino por esto último.
Evita reparte pan dulce y sidra
La emergencia social y la emergencia política
Desde hace un año, la mayoría
de los opinadores practica -o intenta practicar- una suerte de autopsia
cotidiana del kirchnerismo: se estigmatiza a sus figuras, se les marcan los
errores, se les señalan los problemas, se cuestiona lo que hace o deja de hacer
CFK, se le pide autocrítica y hasta se le exige la autodisolución. Eso sólo
bastaría para reafirmar la vigencia de un colectivo que defiende un legado de
12 años y medio de gobierno con materializaciones efectivas de políticas de
inclusión y soberanía con el aval del voto popular, porque nada está más vivo
que lo que vive a través de la boca de los otros. Lo que habría que
preguntarse, entonces, es qué pretenden disimular de sí mismos los feroces
críticos que ganan pantalla y centimetraje en los diarios, cada vez que
arremeten contra una identidad que resiste el hostigamiento con un estoicismo
militante pocas veces visto en la historia nacional.
Por caso, el discurso del viernes 18 de Juan
Carlos Schmid –el triunviro mayor de una CGT cuya cúpula es atávicamente
antikirchnerista– dejó expuesta una prédica entre errática y contradictoria,
porque ven la emergencia social pero no la política. Porque al pedir perdón por
no haber registrado durante todos estos años a los trabajadores de la economía
informal, se excusó diciendo que a los sindicalistas no les parecía necesario
ese reconocimiento, porque en la Argentina hasta no hace mucho había trabajo y
la desocupación era baja. Las dos cosas que dijo son ciertas. Eso ocurrió
durante los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Tan cierto como decir que
la informalidad y la destrucción de empleo crecieron a paso veloz desde que
Mauricio Macri es presidente, sin que la CGT haya resuelto un paro para
reclamar la reapertura de paritarias o la baja del Impuesto a las Ganancias,
con un nivel de comprensión y acompañamiento de las políticas gubernamentales
que sorprende. Sin embargo, en su discurso, donde hubo espacio merecido para
Perón, Evita, los socialistas y hasta Yrigoyen, los Kirchner ni siquiera fueron
mencionados. Eso es lo de menos: tampoco se rescataron las políticas públicas
que permitieron crear trabajo y los salarios más altos de la región, al menos,
para los trabajadores conveniados que la CGT representa. ¿O, acaso, qué
gobierno rehabilitó el instituto paritario? ¿Durante qué administración los
sindicatos volvieron a incrementar el número de afiliaciones que el
neoliberalismo les había podado? ¿Cuándo, desde la reconquista de la
democracia, el reparto del PBI benefició tanto a los trabajadores como en estos
últimos años? Ni la revolución ni nada: políticas destinadas a corregir, con
intervención estatal decidida, el país desigual heredado del período neoliberal
anterior a este.
La deriva cegetista, la ausencia de autocrítica,
en realidad, los lleva ahora a las orillas salvadoras del Papa Francisco, que
todo bendice en el Año de la Misericordia. Ocurre que este sindicalismo no
puede sintetizar nada positivo de una experiencia que lo tuvo, mal o bien, como
protagonista y beneficiario, porque su horizonte de miras no abarca al país en
su conjunto sino que llega hasta la pura matemática sectorial y la acumulación
al interior del peronismo sidecar de cualquier ola que existe, también, desde
siempre.
No es un asunto de mezquindad. Excede la
cuestión de los personalismos. Se trata, nada menos, que de una profunda crisis
dirigencial: no hay renovación, ni talento para encararla, ni ganas de
generarla. Son, también, los mismos de siempre, defendiendo lo de siempre, con
idéntica herramienta táctica: ladrar para negociar en la corta, mientras a la
larga el país se va a al tacho. ¿No pasó eso en 2001? Mientras la CGT oficial
cabildeaba para ver si llamaba a un paro, la sociedad lastimada por políticas
excluyentes salió a la calle sola y tumbó a un gobierno, a un costo altísimo:
30 muertos. ¿Alguien conoce la autocrítica de la CGT por esa ominosa ausencia
en la representación de los sectores vapuleados por políticas inhumanas durante
casi una década? Este señalamiento, valga la aclaración, no incluye a Hugo
Moyano, en particular. El sí enfrentó el neoliberalismo. Eso quiere decir que
había otra posibilidad, que no era una fatalidad el sindicalismo colaborativo
con los gobiernos que hacían daño a los trabajadores. Y por eso Moyano estuvo
al frente de la CGT durante buena parte del kirchnerismo, sosteniendo sus
políticas hasta que abandonó ese lugar de interlocutor privilegiado para
replegarse hacia su zona de confort: la del sindicalismo tradicional, que
cuando vio que no le podía sacar al kirchnerismo nada más se volvió
rabiosamente antikirchnerista. Hoy todos son un poco el Momo Venegas o Luis
Barrionuevo, aunque en el pasado hayan querido marcar distancias.
La inconsistencia política del sindicalismo
actual frente al gobierno neoliberal se manifiesta en su extremo centro
discursivo tamizado con una combatividad retórica carente de amarre en la
realidad real de sus representados, todo bañado en una supuesta jerigonza clerical
leída solamente en clave conservadora de la gobernabilidad macrista. La
supuesta negociación para acumular “poder social”, que Schmid planteó desde la
tribuna en la Plaza del Congreso, impone dos preguntas simples, hoy sin
respuesta: ¿Quién acumula, mientras tanto, el poder político? ¿Y para qué?
Por otra parte, abordar el debate sobre la
pertinencia o no de apoyar la Ley de Emergencia Social, o participar de la
marcha que la reclamaba, desde el uso que le dan las dirigencias sumisas que
sueñan con ser la rueda de auxilio del descarte que producen las políticas
económicas oficiales, merece una discusión más profunda. Está claro que es un
paliativo, como el famoso bono pautado con el gobierno. Pero no dejó de ser, la
movilización del 18, una marcha de protesta más contra los planes neoliberales
y sus consecuencias, para la mayoría que se concentró frente al Congreso de la
Nación y participó de la jornada con consignas propias, sin estar enamorada de
esa dirigencia convocante, excesivamente dialoguista y comprensiva de los
padres del modelo de exclusión.
Está claro que no son las políticas de
asistencia o de caridad las que van a resolver los problemas de fondo de los
trabajadores formales e informales, sino otras políticas económicas
radicalmente distintas que ni Macri, ni Sergio Massa están en condiciones de
aplicar, porque ellos mismos forman parte de un dispositivo de defensa del
modelo oficial, con baja salarial, flexibilización y patrones de distribución
del ingreso regresivos. Por eso han votado juntos todas las leyes que han
aumentado el endeudamiento, la pobreza, la inflación, agravado la recesión y
generado -en tan corto tiempo– un verdadero descalabro económico y financiero
que profundizó la pobreza, el trabajo informal y la desocupación, ejes
convocantes a la marcha de protesta del otro día. Esa es una contradicción que
el discurso de Schmidt no explica ni resuelve, y tampoco el contenido de la Ley
de Emergencia Social que, incluso, podría ser hasta vetada por el macrismo más
refractario a la inversión social llamada gasto.
Pero no deja de ser, aun en la intención
macro-massista de armar su propio brazo social piquetero con dádiva y
filantropía dirigida a sortear primero las Fiestas en paz, y segundo,
posicionarse para el año electoral venidero, un beneficio finito que los más
vulnerables, hoy los más castigados, sabrán aprovechar como nadie. Porque en
algún lugar de la memoria está aquella recomendación de un viejo general que
decía que aceptaran cualquier cosa del patrón o el capataz, y después saltaran
la tranquera para ir a votar la lista que mejor los representara y defendiera
sus propios intereses. La mayoría de esa clase le guardó fidelidad histórica y
adoptó su apellido como identidad política a través de varias generaciones.
Quizá el tiempo desmienta a esta columna. Pero
el viernes había en esa plaza, que fue quizá igual de convocante que la Marcha
Federal de las CTA a Plaza de Mayo, votantes del 54% que llevó a CFK a su
segunda presidencia. Como todo pronóstico este también puede resultar fallido,
pero el año que viene, entre las opciones del electorado para castigar a las
dirigencias que cedieron a la tentación de embanderarse con el retorno del
neoliberalismo o titubearon en enfrentarlo, habrá listas kirchneristas y nada
indica que vayan sin chance alguna a disputar el voto. Las encuestas no dicen
eso. Lo sabe el oficialismo, sobre todo; y también el peronismo que arrió todas
sus convicciones.
Y el año próximo no se votan políticas sociales.
Se discutirá fuertemente sobre las decisiones económicas que generan
incertidumbre emocional, caída del PBI y pobreza a mansalva. Habrá, nuevamente,
una pelea entre modelos antagónicos: uno que genera exclusión y otro que, en la
experiencia reciente, propuso exactamente lo inverso, con más logros que
errores. Cuando Schmidt dice que él no revolea bolsos, sin que nadie lo aplauda
ante una plaza llena, cede a la tentación de formar parte del dispositivo que
cristaliza la desigualdad que tanto critica. El de explicar el todo por la
parte es un verdadero tiro en el pie, como atribuirle a todo el sindicalismo la
muerte de Mariano Ferreyra o los negociados corruptos de Zanola.
La nueva mayoría social que resiste como puede
los resultados negativos del macrismo en su vida cotidiana va a buscar un
destino político a sus ansiedades. Y va a levantar la cabeza y va a hacer un
balance de todo lo que vio en este tiempo. Verá, entonces, que hubo una CGT que
cambió paritarias en alza por un bonete, dirigentes piqueteros que antes se
fotografiaban con CFK y después pasaron a sacarse selfies con funcionarios
macristas, dirigentes políticos que traicionaron el mandato popular del último
balotaje y se convirtieron en conversos increíbles, gobernadores endeudados que
van a pedir una devaluación para hacer frente a los gastos corrientes y todo un
paisaje desolado de representación.
Es probable que eso pase. E improbable que
vuelvan a votar al original o a la copia camuflada del macrismo, después de
todo lo que se ha visto. Las denuncias judiciales, los bolsos, el funcionario
kirchnerista paseado en tribunales, eso que tanto obsesiona al
antikirchnerismo, con escenas que lo excitan hasta el paroxismo, puede ser un
búmeran. Lo maldito hoy quizá sea lo deseable del futuro. El mundo no se viene
comportando como vaticinan los que saben. Las sociedades están votando contra
los medios, los políticos tradicionales, las verdades reveladas, las vacas
sagradas de la cultura, las economías racionalizadas y todo lo que es
demonizado por esas elites.
En Estados Unidos fue por derecha. En la
Argentina, a juicio de Schmid, quizá sea buscando a los que ayuden a volver a
ese tiempo donde él y sus sindicalistas rollizos no necesitaban juntarse a
protestar con los movimientos sociales, porque, al fin de cuentas, había
trabajo y la desocupación casi no existía.
Nada está más vivo que lo que vive a través de
la boca de los otros, aunque sean sus enemigos.
El pan dulce y la sidra no son antagónicos con
la revolución
La nota de marras provocó bastante
escozor y motivó no pocas críticas y polémicas aun en los círculos que Roberto
Caballero califica sin mas de “kirchneristas”, pero no seré yo quien se sume a
la manía clasificatoria y diferenciadora que suele aquejar a los movimientos
políticos en etapas de retroceso, así que lo dejamos ahí.
Pasa que no pocos integrantes de ese difuso
“espacio” que Caballero llama (y nosotros dejamos ahí) “kirchnerismo” han
tildado su nota de “gorila”, lo que no deja de ser una paradoja. Pero ocurre
que muchas veces, a falta de mejores calificativos y de voluntad de
profundización y análisis, por pereza se apela al término “gorila” para
referirse a algo que no nos gusta, nos repugna o suponemos surgido de las
cavernas del enemigo.
Compelido a comentar la nota por el editor de
Pájaro Rojo, no puedo descansar en el cómodo recurso. Es que el escrito de
Caballero no me parece gorila, sino insustancial, surgido de la necesidad
(artificial y caprichosa) de justificar o defender a Cristina, tan artificial y
caprichosa como la de quienes pretenden que es necesario defenestrarla.
Desde luego, el escrito de Caballero es
bienintencionado, pero hijo de una concepción equivocada de la revolución
(porque hay que recrdar que quienes bregamos por la liberación nacional y la
justicia social somos revolucionarios, no kirchneristas o peronistas o hinchas
de Argentinos Juniors), y en el peor, de un sistema de prejuicios
liberalizquierdistas.
Dejando esto de lado, en virtud del respeto y la
credibilidad básica que merece todo compañero por el hecho de estar de nuestro
lado y enfrentando a los mismos enemigos, opino que es fruto de una confusión
ideológica y conceptual ligada a cómo se construye (y digo construye y no
“hace”) una revolución.
Como atenuante, hay que decir que la nuestra, la
de los setentistas, es una generación muy influida por la teoría del foco, un
absurdo que en su momento precipitó muy serios errores.
Una digresión: sospecho que el Che nunca
entendió la naturaleza y los mecanismos internos de la revolución que
protagonizó. Suena loco, pero parecería que fue así, ya que Fidel nunca se
diferenció demasiado de Lázaro Cárdenas, Pepe Figueres, Getulio Vargas o Perón,
pero tampoco se diferenció de Mao o Ho Chi Minh, que proponían tesis opuestas a
las del foco: la liberación nacional no es un golpe de mano; por el contrario,
se va construyendo desde el seno del pueblo, en el pueblo y con el pueblo. En
consecuencia, tiene que respetar sus tiempos, y más todavía porque es necesario
nuclear a los más diversos sectores sociales e intereses que a uno le sea
posible nuclear, lo cual, obviamente, va en contra de cualquier clase de pureza
y apuro.
En este plano, si uno se toma en serio lo que
dice con buena leche pero poco tino Caballero (pues arma una mezcolanza
incomprensible con lo que no puede digerir) se vuelve zonzo y suicida. Y es que
su “análisis” confunde las distintas lógicas y tiempos de diferentes espacios
que, no por ser diferentes, tienen por qué ser divergentes.
La reconstrucción del frente nacional transita
por al menos tres espacios en los que se debe trabajar en forma simultánea:
está claro (y no se entiende por qué Caballero insiste en lo que es evidente
para todos como si se tratara de un punto de controversia) que el pueblo conseguirá
vivir mejor, con más derechos y seguridades, si pudiéramos retomar una política
nacional y popular. Nadie discute esto. Ahora bien, el modo de llegar a esto
es, mientras nos dejen, electoral, lo cual exige hacer acuerdos políticos y
lanzar propuestas electorales que nos permitan ir construyendo una nueva
mayoría.
Pero hay otro espacio, llamémosle social, el de
la protección y defensa de los derechos sociales, que también supone construir
mayorías, pero se trata de mayorías diferentes, de otras mayorías. ¿Cual es el
propósito de estas luchas sociales? Lo que Emilio Pérsico ejemplificó
impecablemente para definir el sentido de la marcha de días pasados, y no se
entiende por qué despertó tantas iras “kirchneristas”, así entre comillas. Dijo
más o menos algo así como “No estamos aspirando a volver al proyecto del año
pasado. Estamos peleando por un àn dulce, un pollo y una sidra”.
Ocurre que mientras vamos construyendo la
mayoría política suficiente para volver a ganar las elecciones y llegar a la
posibilidad de retomar un proyecto de liberación nacional, los compañeros
tienen que tener su sidra y su pollo para fin de año, tienen que poder
garantizar sus derechos sociales y laborales, sus derechos humanos, como el
acceso a la salud, la educación y la vivienda, necesitan defenderse. Y esa, la
defensiva, es la naturaleza de las organizaciones gremiales, tanto si nuclean a
los trabajadores formales y se llaman “sindicatos”, como si agrupan a los
informales, desempleados y marginados y
en forma bastante redundante, se dan en llamar “organizaciones
sociales”.
Una cosa, la lucha política, y la otra, la
defensa social, van por carriles, en tiempos y según lógicas diferentes, pero
no hay ninguna razón (excepto la estupidez o la traición) para considerarlas
contradictorias. Al revés: son complementarias. Pero para ser complementarias,
deben ser diferentes.
Aun así, la lucha política y la lucha social son
insuficientes: es necesario trabajar en un tercer plano, el de la creación de
una red, un sistema de contención y protección comunitaria, para amparar a
nuestros compañeros en su hábitat, en su vida cotidiana, para que los muchachos
no se vean tironeados entre el narco y la cana, que no pocas veces son lo
mismo. En la práctica, esta construcción (así sea llevada a cabo tanto por
agrupaciones políticas como por organizaciones sociales) tiene tiempos y
lógicas diferentes a la de la política y las de la lucha social: son los
tiempos y las necesidades de esa comunidad.
Pasa que si no entendemos que no somos un partido
político, una suma de sindicatos ni un movimiento de pacotilla, algo así como
una réplica berreta del falangismo o el fascismo, sino que somos (o debemos
ser, o vamos siendo) un movimiento complejo, tumultuoso y contradictorio, un
frente nacional, el germen, el embrión de una nueva sociedad, si no entendemos
que debemos ser la nación en su ir siendo… pues no entendemos nada.
Lo otro, que si Cristina sí, que si Cristina no,
es pura tontería. Hay que construir un movimiento y un frente nacional, que es
un organismo vivo, lleno de tensiones y contradicciones. Y conducirá este
proceso quien sea capaz de conducirlo. Si a Cristina le da la talla, nos
ahorraremos mucho tiempo y sacrificios. Si no le da, mala suerte, y a llorar a
la iglesia.
Enfrentamos a un auténtico Partido del
Extranjero ante el que lo peor que podemos hacer es seguir creando divisiones y
sembrando cizaña por celos, prejuicios, o peleas subalternas.
Con un inmenso esfuerzo, organización y lucha,
los trabajadores de la economía popular y sus organizaciones, junto al
movimiento obrero organizado, logramos una importantísima conquista en el marco
de un año tan malo para los humildes:
1.- El Gobierno debió reconocer la Emergencia
Social y aumentar en 30.000 millones de pesos las partidas para puestos de
trabajo.
2.- Se logró llevar a 4000 los programas Ellas
Hacen, Argentina Trabaja y Trabajo Autogestionado a partir de diciembre.
3.- Se
logró un bono de 2030 pesos para los aproximadamente 300.000 beneficiarios de los
programa de empleo del Ministerio de Desarrollo Social a pagarse antes de fin
de año.
4.- Se logró un aumento del 40% en las partidas
de Comedores Comunitarios y de 60% en los Merenderos Comunitarios.
5.- Se logró la distribución de un millón de
kits navideños.
6.- El bono sobre la asignación universal por
hijo sigue en discusión pero ya se logró un aumento sobre la propuesta
original.
7.- Lo más importante: se crea el Salario Social
Complementario un reclamo histórico de nuestro sector, un nuevo derecho para
los trabajadores excluidos.
Somos conscientes de que se trata de paliativos
frente a una situación de crisis provocadas por una economía que no está al
servicio del Pueblo. La lucha no termina hasta que vivamos en un país con
Tierra, Techo y Trabajo para todos, sin una sola familia pobre, sin
desigualdades y con Justicia Social.
Fuente: Pájaro Rojo