Como todas las mañanas desde hacía décadas, ese
miércoles atípico me levanté temprano y me hice una escapada hasta la panadería
transgresora de la veda para compartir unas facturas con el censista, al cual,
con confianza y sin temores le abriría las puertas de mi casa, ya que hasta ese
punto había llegado la locura de Clarín procurando que la gente viera al mismo
como un husmeador.
Imprevistamente, un familiar, en una mezcla de
asombro y dolor, me lanza sin anestesia dos palabras que me sumieron de
inmediato en el asombro y la consternación: ¡MURIÓ KIRCHNER!
Enciendo de inmediato la televisión, habitual
promotora de chabacanería y sí, como en cadena nacional confirmaba tan fatídico
aserto.
Superadas esas instancias de estupor y luego de
seguir los acontecimientos por el canal
y la radio públicas, apago ambos aparatos en el momento exacto de la inhumación
de Néstor, y me decido a hurgar en los pliegues de mi memoria en busca de
elementos que me permitieran darle forma a estos pensamientos.
Y los mismos , para no ir mas allá de lo
adecuado, se disparan hacia finales de 2001, cuando en medio de saqueos,
muertes, corralitos, corralones y demás calamidades, nuevamente el helicóptero
presidencial levantaba vuelo desde la terraza de la Casa Rosada, transportando
a quien nos dejaba cacerolas vacías de contenido y colmadas de privaciones,
clubes de trueque, ahorros atrapados y desocupados por millares pero, por sobre
todas las cosas, nos dejaba un país tan quebrado como incapacitado de soportar
un fracaso mas.
Como si estas
plagas no fueran suficiente, debimos padecer la transición del senador
E.Duhalde, que recitando “el que depositó dólares recibirá dólares” se aliaba a
lo peor de la derecha peronista, inducía o toleraba las ejecuciones de Maxi y
Darío y posibilitaba que no se cumpliera con el reclamo popular de “que se
vayan todos”, ya que no se fue nadie, salvo los que huyeron per se o se
reciclaron.
Y en medio de ese panorama, frente a la alevosía
siniestra de Carlos Menem a participar de una segunda vuelta electoral ante la
evidencia de la derrota, aparece en escena ese Flaco alto y desaliñado, de
traje cruzado abierto y mocasines pasados de época, al cual vi desandar en
compañía de Fidel Castro y Hugo Chávez los cien metros que separan la Casa de
Gobierno de la Catedral, habiendo quedado atrás los malabares ejecutados con el bastón presidencial ante la mirada
incrédula de quien pensaba estar instalando en el sillón presidencial a un
hombre sumiso, de haberse topado con una cámara , y bajo otra mirada, la de una esposa a la cual ya el destino le
estaba reservando un lugar preponderante en la historia argentina.
Luego, en su despacho, con la sola compañía de
su familia, y habiendo jurado no dejar sus convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno, se
percató de la ímproba tarea que le aguardaba ante la real devastación del país
heredado.
Y emprendió la restauración, con economías
exhaustas, índices espantosos de desocupados, subocupados, invasión de
patacones, lecops, exigencias de cambiar bonos por territorio, jubilaciones
entrampadas en perversas AFJP, desnutrición infantil, educación y salud
destruidas y el peso agobiante de una descomunal deuda externa para cuyo pago
ni siquiera sirvió el desguace anterior de las empresas estatales, denostada
por sucesivos infames que la contrajeron, aún sin castigo, absueltos y
gobernando.
¿Por dónde empezar? ¿A quién atender
primero? ¿Cual era el orden? DESOLADOR.
Y comenzó. De a poco, con paciencia, con trabajo
incansable, llevando la contabilidad peso a peso en su famosa “libretita”;
sorteando acechanzas de los de afuera y los de adentro (las más infames y
peligrosas) esa nave naufragante en medio del océano que era la Argentina, se
encaminó a puertos más seguros.
Y se sucedieron los hechos, tantos y tan audaces
que, paulatinamente, aún aquellos que lo observaban como un Quijote desgarbado,
y apoyándose en su infatigable compañera como escudera, asistieron a las más
grandes transformaciones en décadas. Son muchas, significativas,
preponderantes.
A tres días de asumir, descabeza las cúpulas
militares; destraba una larga huelga docente en Entre Ríos; abre los archivos
sobre el atentado a la AMIA; remite al Congreso una ley que remueve parte de una
Corte Suprema abyecta; el 24 de marzo de 2004 recupera la ESMA para el pueblo
con un emocionado pedido de perdón por los horrores padecidos allí por miles de
compatriotas; descarta deshonrosos cuadros genocidas; declara la
inconstitucionalidad de leyes protectoras que, aún, luego de tantos años de
democracia seguían amparando a los sanguinarios del proceso; impulsa la IV
Cumbre de las Américas en M. del Plata rechazando el ALCA, (¡al carajo!)
herramienta del imperio para someter a los pueblos de esta parte del mundo; y
gesta, al mismo tiempo, la unión regional con el MERCOSUR como eje central;
cancela con reservas propias la deuda de casi 10 mil millones de dólares con el
FMI, quitándonos un yugo asfixiante de nuestra soberanía; abre las puertas de
Balcarce 50 a tantos, a muchos, a los diversos, a los excluidos; re estatiza el
agua, las cloacas, el espectro radioeléctrico, el correo, algunos ramales
ferroviarios y los astilleros Tandanor.
El diez de diciembre de 2007, se produce un
hecho tan histórico como inédito en la política nacional: le coloca la banda
presidencial a su esposa quien había ganado las elecciones en octubre con un
45%, acompañada por un craso error, por un casi ignoto político, miserable
traidor contumaz, reiterativo y consuetudinario llamado Julio César Cleto
Cobos.
Y aquí comienza otra historia.
Otra historia que también merece ser narrada,
cuando apenas habían transcurrido tres años del cambio de mando.
Esa historia se llama Cristina, quien con no
menos inteligencia, bravura, intelectualidad y con el agravante de tener que
vencer prejuicios de género, ahonda las transformaciones.
A meses apenas de haber asumido, y en aras de
mejorar los ingresos del Estado para una posterior redistribución más
equitativa, debimos soportar una avanzada cuasi destituyente a manos del
“campo”, encarnada por los eternos beneficiarios de las riquezas de la tierra
merced al sacrificio ajeno, representados por la S. R. A y entidades acolitas. Es así que en una
inolvidable madrugada, quien juró como integrante de un designio, emite su voto
“no positivo” y echa por la borda las esperanzas que tanta gente teníamos
depositadas en la resolución 125. A partir de allí, enumeremos éxitos y dificultades.
Entre los éxitos, sobresale su brillantez en
foros internacionales; obra pública;
construcción de escuelas; hospitales; rutas; pavimentos; viviendas; ley
de medios -sin plena vigencia por años merced a una justicia corrupta y ahora
desguazada-; la asignación universal, medida mediante la cual miles de pibes
comen con sus padres y conocen la escuela; la entrega de computadoras; tarjeta
Sube; planes de viviendas, de estudios; frecuentes encuentros con el Papa
Francisco; satélites; renovación de trenes y mas, cada vez mas.
Respecto a las dificultades, prevalece el
accionar hostil de las corporaciones, ya sean fabriles, periodísticas, de
dirigentes obreros/-empresarios y de una oposición que, disfrazada de políticos
y sirviendo a los intereses del amo de turno, pretendieron dilatar el reloj de
los hechos y hacernos retroceder a épocas en la que nos habían sumido y de las
cuales recién nos estábamos reponiendo.
Y tenía que ser justo el día del censo
(pretendidamente saboteado por los insensatos) que el corazón de Néstor no
esquiva el enésimo infarto y se nos va.
Se nos fue y
tuvimos que comenzar a llenar su vacío con mas entrega, compromiso, militancia, esfuerzo, sacrificio, con el
accionar desde el lugar que cada uno de nosotros ocupáramos, pero
fundamentalmente, rodeando y amparando a Cristina, para que nada perturbara su
gestión.
Se nos fue Néstor, y sin convocatorias previas,
fuimos cientos de miles los que marchamos a la Plaza de las Madres, cientos de
miles los que dijimos ¡presente!, cientos de miles los que nos dábamos mutuas
fuerzas, y que a partir de allí debimos continuar cerrando filas para evitar
que la voracidad de los miopes nos robe no ya el futuro, sino ese presente.
Se nos fue Néstor y con sus últimos latidos los
eternos y despreciados miserables prosiguieron con su obra desembozada de
desgaste. No se podía aguardar otra cosa, no se le podía pedir grandeza a los
minúsculos, respeto a quienes no se respetaban a sí mismos y limpieza a
aquellos que vivieron y viven en el fango.
Al volver de la Plaza una de esas noches, yo me
preguntaba quién le escribiría los libretos a la Argentina, porque cada vez que
estuvimos a pasos de un final feliz, alguna hoja del guión se traspapeló y
tuvimos que filmar la escena nuevamente.
No importa, en esta oportunidad la culminación
de la película podemos decidirla nosotros el año próximo reventando las urnas
en aras de la persistencia de nuestro modelo logrando con esto dos cosas: la continuidad del mismo y el barrido político de aquellos que
priorizan la entrega del país y sus millonarias existencias en desmedro del
conjunto de la población.
Néstor desencarnó. El censo, llegó a su fin,
pero… ¡Qué bronca, en la estadística, nos faltó el más trascendente!
Carlos Enrique Galli