Dos años después, el 9 de septiembre, le rompió
la columna vertebral a culatazos al detenido Guido “Inti” Paredo, antes de
asesinarlo. Inti, uno de los cinco sobrevivientes de la guerrilla del Che en
Bolivia, era líder guerrillero.
Temiendo por su vida, el gobierno lo nombró
cónsul en Hamburgo, Alemania.
El 1° de abril de 1971, hacia el medio día, fue
ejecutado. Una elegante mujer en falda, esbelta, con una peluca rubia y de
lentes le pegó tres tiros. Murió al instante. Para pedir la cita, ella se hizo
pasar por australiana en busca de información turística. El mismo Quintanilla
la atendió en su oficina. Luego de un forcejeo con la ya viuda, escapó sin
dejar pistas certeras. Antes de salir del edificio soltó la peluca, el revólver
y el bolso. Este contenía un trozo de papel donde se leía: “Victoria o muerte. ELN”.
La noticia dio la vuelta a la tierra. Muchísimos
la celebraron. Una mujer en alguna parte dijo: “Para la venganza ningún camino
es largo”
Por simple sospecha, la policía alemana sindicó
a Monika Ertl. La gran prensa, como siempre, repitió y repitió. Entonces empezó
la cacería.
Ella había llegado a Bolivia en 1953, cuando
tenía quince años. Llegó con su madre y hermanas para juntarse a su padre Hans.
Este llevaba tres años en Chiquitania, a unos cien kilómetros de Santa Cruz.
Ahí, en esas planicies casi vírgenes, que hacen frontera con Brasil, se
sintieron como conquistadores.
Hans, en particular, estaba escondido. Huido.
Como fotógrafo y cineasta, durante la Segunda Guerra Mundial había sido uno de
los grandes propagandistas del nazismo. Se le conocía como “El Fotógrafo de
Rommel”, por haber servido mucho tiempo a este mariscal, uno de los hombres más
poderosos del Tercer Reich.
Cuando las tropas soviéticas entraron a Berlín
el 2 de mayo de 1945, derrotando a las nazis, Hans pudo huir ayudado por los
servicios de espionaje militar estadounidenses y el Vaticano. A cambio, entregó
la información que tenía.
No se sabe cómo él había adquirido tres mil
hectáreas de terreno, pues cuando llegó a Bolivia su tesoro era una chaqueta.
Era la misma que portaban los oficiales nazis, diseñada y fabricada por quien
llegaría ser mundialmente famoso: Hugo Boss. Sus máquinas las operaban
prisioneros franceses, principalmente.
Monika, entonces, había vivido su niñez entre la
efervescencia del nazismo. Ahora, en Bolivia, como adolescente, su mundo debió
ser totalmente diferente. Pero socialmente no lo fue tanto, porque su hogar era
un ir y venir de nazis prófugos, aunque protegidos por Estados Unidos.
Monika se casó en 1958 con otro alemán y se
fueron a vivir al norte de Chile, cerca a las minas de cobre. Casi diez años
soportó la vida de hogar. Ver las desventuras de los mineros le hizo cambiar su
visión del mundo y sus humanos. Se fue a vivir en La Paz y fundó un hogar para
huérfanos. Crecida entre racistas, pasó a convivir en las comunas repletas de
indígenas.
También empezaron sus contactos con la izquierda
boliviana. Viajando en busca de financiamiento para su proyecto, hizo estrechas
relaciones con la europea, principalmente alemana. Según su hermana Beatrix,
Monika era “una mujer eléctrica con mucha adrenalina, que tenía un amplio
abanico de amistades”.
Para ella el Che Guevara “había sido un Dios”,
contó Beatrix. Su asesinato le había impactado y dolido terriblemente. Por
tanto su integración al Ejército de Liberación Nacional, ELN, fue normal: había
sido la guerrilla del Che. No fue una combatiente sino una miliciana encargada
de apoyo logístico, tarea que implica más riesgos que estar en la montaña. Su
nombre de guerra era “Imilla”, que en idioma aimara significa “niña india”.
Contó su hermana: “ella estaba decidida a
cambiar el mundo”.
Desde un comienzo sus posiciones políticas le
trajeron desacuerdos con el padre. A pesar de ello, él le permitía que usara
una gran casa que la familia tenía en la capital. Lógicamente, ella la utilizó
para esconder armas y guerrilleros. El día que Monika fue hasta “La Dolorosa”,
como se llamaba la hacienda, a pedirle que le dejara construir ahí un campo de
entrenamiento, Hans le ordenó que se largara para siempre. Durante los cuatro
años de clandestinidad, le escribió a su familia solo una vez por año. Siempre
les dijo que estaba bien. En 1969 fue su último correo: “Adiós, me voy y no me
verán nunca más”. Así fue.
La casa de La Paz escondió a Inti Paredo.
También fue testiga regular del apasionado romance que Monika mantuvo con el
dirigente guerrillero. El se convirtió en su gran amor.
Desde la ejecución de Quintanilla ella pasaba más tiempo
por fuera de Bolivia, especialmente en Cuba y Francia. Tenía un pasaporte
argentino falso. A pesar de que varios servicios de inteligencia estaban tras
su pista, encabezados por los alemanes y la CIA, se movía con cierta facilidad.
El ministro del Interior boliviano ofreció por
ella una recompensa más alta que la prometida por el Che Guevara. Una vez el
padre vio el cartel con los “terroristas” más buscados, así como su precio.
Ella estaba. Dicen que eso le causó profunda vergüenza.
Había un hombre que la conocía muy bien: era el
“Tío Klaus”. Así su padre le había enseñado a llamar a ese hombre que se decía
comerciante y de apellido Altmann. Monika tardó muchos años en saber que su
verdadero nombre era Klaus Barbie, un “criminal de guerra”. En 1943, durante la
Segunda Guerra Mundial, había sido jefe de la tenebrosa Gestapo de Hitler en la
ciudad francesa de Lyon. Torturó, asesinó o envió a los campos de concentración
a unas cuatro mil personas. Por su crueldad se le llamó “El Carnicero de Lyon”.
Al finalizar la conflagración los servicios de seguridad franceses lo quisieron
detener, pero se había esfumado. Es que lo protegía un gran poder: la
contrainteligencia del Ejército estadounidense (Counter Intelligence Corps,
CIC). El asesino era importante por todo lo que sabía del espionaje soviético y
de la resistencia organizada por el Partido Comunista francés. El CIC adujo que
lo realizado por Barbie solo habían sido “actos de guerra”.
Con la ayuda del Vaticano, en 1951 fue enviado a
Argentina, de donde pasó a Bolivia. Ahí obtuvo la nacionalidad, convirtiéndose
en brazo derecho de la CIA y asesor de las dictaduras. Sí era un “comerciante”,
como se le contaba a Monika, pero de cocaína y armas.
“Barbie sabía todos los movimientos de mi
hermana, los tenía bien estudiados”, contó Beatrix. Claro, con los contactos
que tenía era normal, pues se asegura que también colaboraba con la policía
secreta alemana. Desde que Monika salió de Europa la última vez, e ingresó a
Bolivia, venía siendo seguida.
Parece que durante unos pocos días Barbie le
perdió el rastro en La Paz. Hasta que el criminal la volvió a ubicar en el
centro de la ciudad. Ella iba vestida como una hippie o una gitana. El la
reconoció por sus piernas esbeltas y desgarbadas y los lóbulos alargados de las
orejas. Inmediatamente llamó al Ministerio del Interior para que se encargara
del resto. Entonces se envió a los “negros”, como se le decía a los matones
encargados del trabajo sucio.
Monika estaba acompañada de un argentino. Cuando
llegaban a la casa de su padre una vendedora les advirtió del peligro: el lugar
estaba allanado y el sector militarizado.
Tres días después, en El Alto, un municipio
colindante con la capital, los ubicaron. Era el 12 de mayo de 1973. Aunque
había sido una casa de seguridad, clandestina, estaba localizada por la
policía. La guerrillera y su compañero resistieron el asalto hasta que se les
acabó la munición. La policía informó que habían muerto en el combate. Años
después, el padre dijo que a ella la habían torturado antes de asesinarla.
La familia se enteró por la prensa, pues fue
portada en todos los diarios y noticieros. Las hermanas se comunicaron con la
embajada alemana para reclamar el cadáver: apenas se movieron. Se contentaron
con la respuesta del Ministerio del Interior: “ella tuvo cristiana sepultura”.
Igual se les dijo a ellas. El padre no quiso mover un dedo.
Hasta hoy el cuerpo está desaparecido. Tan solo
existe una placa rustica a la entrada de un cementerio en La Paz que dice:
“Aquí yace Monika Ertl”.
Cuenta Beatrix que un día vio a Barbie en la
calle. “Me saludó atentamente y dijo ‘qué pena lo que le sucedió a tu hermana,
lo siento’. Yo ni sentí rencor hacia él. Solo queríamos su cadáver […] Yo no
supe si fue él el que la mandó a asesinar”.
Barbie, al fin, fue extraditado a Francia en
febrero de 1983. Murió encarcelado el 25 de septiembre de 1991.
Monika vengó el vil asesinato de esos grandes
dirigentes revolucionarios, el Che e Inti, quienes también eran sus héroes. El
fiscal de Hamburgo la acusó, pero cerró el caso sin poderlo resolver.
Cuando asesinaron a la guerrillera, gobernaba en
Bolivia el dictador Hugo Banzer. Por coincidencia, él era vecino de los Ertl en
la hacienda. El padre nunca quiso preguntarle por el cuerpo de quien un día
fuera su hija preferida. Cuando no podía evadir el tema, solo decía: “si la
mandó a matar, habrá tenido sus razones”.
* Periodista y escritor. Este texto hace parte
del libro “Latinas de falda y pantalón”. Ediciones El Viejo Topo, Barcelona,
2015.
Alguna bibliografía :
Jurgen Schreiber, La mujer que vengó al Che. La
historia de Monika Ertl, Editorial Capital Intelectual, Buenos Aires, 2010.
Peter McFarren y Fadrique Iglesias, « Klaus
Barbie, un novio de la muerte », La Razón
Digital, La Paz, 12 enero 2014.
Erhard Dabringhaus,
L’Agent américain Klaus Barbie, Editions Pygmalion, enero 1986.
Documental « Se busca : Monika Ertl » de
Christian Baudissin, 1988.
Fuente: Resumen Latinoamericano