viernes, 8 de noviembre de 2019

¿POR QUÉ NO CREER EN TODO LO QUE COMUNICAN LOS GRANDES MEDIOS?


Mucho se habla de terminar con la famosa grieta que polariza la opinión de  los argentinos, aunque esto también es un fenómeno mundial. Es difícil creer que ésto sea posible si analizamos el comportamiento de los medios y las redes sociales.

Ya en el marco de las “52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales”, realizada en mayo del 2018, el Papa Francisco se refirió a “El drama de la desinformación es desacreditar al otro, presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos. Las noticias falsas revelan así la presencia de actitudes intolerantes e hipersensibles al mismo tiempo, con el único resultado de extender el peligro de la arrogancia y el odio. A esto conduce, en último análisis, la falsedad”.

Las noticias falsas y la manipulación no son un fenómeno nuevo. En realidad han existido siempre, y durante la segunda mitad del siglo pasado, fueron objeto de intensos debates académicos y profesionales.

La gran novedad es la diversidad de fuentes; antes las noticias falsas y la manipulación eran producidas por un sistema comunicativo concentrado en unas cuantas agencias informativas internacionales, y las propias de las naciones dominantes que a menudo se confundían, y los periódicos, radio y televisión concentrados en los grandes poderes económicos.

Ahora, las nuevas tecnologías de la comunicación han diversificado y multiplicado las posibilidades de la manipulación de las emociones y hasta de las conciencias de millones de personas, de forma instantánea. Lo pueden hacer hasta los individuos, pero los consorcios políticos y económicos siguen liderándolo.


Nos vienen a la memoria infinidad de casos de lo que hoy llaman post-verdad, como aquella película ítalo-norteamericana “El Monstruo en Primera Plana”, cuyo argumento discurría en un joven dirigente del Partido Comunista italiano acusado falsamente de un crimen de violación convertido por periódicos en un mayúsculo escándalo de repercusiones políticas en una campaña electoral.

Al gobierno de Salvador Allende lo convirtieron en un estrangulador de las libertades en Chile, aunque cayó sin haber reducido ningún derecho; de la revolución constitucionalista dominicana de 1965 se tejieron historias hasta de violación de las monjas para tratar de justificar la invasión de Estados Unidos. Y todavía al comienzo de este siglo el sistema comunicativo justificó la inmensa destrucción de Irak con la consigna de que Sadan Hussein tenía unas armas de destrucción masiva que todavía no han aparecido.

Los medios masivos son corporaciones –grupos de empresas interconectados y especializados- de modo que no es posible que sigamos tratándolos como “cuarto poder”, “expresión de la opinión pública”, “guardianes de la democracia”, etc., son, el poder, en uno de sus múltiples rostros.

Decir que los medios tienen dueños es una obviedad pero dejar de explicitarla es el riesgo de naturalizar su esencia hasta hacerla desaparecer.

Los medios masivos tienen sus rutinas y una maquinaria perfectamente engrasada para moverse dentro de la complejidad. Por eso basta con pagar a los periodistas para que hagan su trabajo y, la mayor parte de las veces, saben hacer su trabajo y no dan demasiados problemas.

Los periodistas no son maquiavélicos, ni se ponen de acuerdo, hacen su trabajo. Mezclan las palabras: revueltas, revoluciones, transiciones, dictadores, orden, violencia, insurgentes, revolucionarios. Ritualizan el lenguaje para hacerlo inmune a la contradicción: democracia (impuesta), libertad (otorgada), orden (coactivo); localizan a los “fastthinking”: opinadores habituales y especialistas con pedigrí que imprimen en sello de autoridad de la que los medios carecen.

La ritualización incorpora esa parte de naturalización que nos imposibilita para percibir los límites de nuestro propio pensamiento, lo que nos pertenece a nosotros y lo que adquirimos sin darnos cuenta.

El lugar del público es el de espectador interesado, nunca el de participante. Hay que asegurarse de orientar su interés.

Los medios son sujetos políticos, no son servidores de la política. Por eso es ingenuo pensar que alguna vez informarán de lo que realmente se cuece en la esfera política. Ellos son la parte de la política que se encarga de nuestras mentes.

Los medios masivos nunca están con los pueblos, los observan, los miran…, a veces con extrañeza, a veces con paternalismo, otras con preocupación. Cuando pueden, se las ingenian para mandar de vuelta los mensajes que gritan los pueblos y no pueden callar, los pasteurizan y esterilizan para el consumo de un público al que se protege de posibles contaminaciones.

Las consignas de los pueblos son traducidas para los espectadores ávidos de información. En el nuevo orden lingüístico, los pueblos siempre tienen razón, por supuesto, pero parte de esa razón ha sido suprimida. Los medios masivos nunca mienten, de vez en cuando reconocen equivocarse, pero siempre cuentan parte de la verdad. La verdad adecuada. No todas las verdades son adecuadas ni convenientes, por eso, el tiempo post-acontecimiento es fundamental para seleccionar la verdad conveniente. Manejar el tiempo es manejar la memoria.

Al igual que hacen los prestidigitadores los medios masivos necesitan desviar la atención, que no se vea el truco, rapidez para cambiar la paloma por la liebre, o al contrario. Donde había un presidente pongamos un dictador, donde había fundamentalistas pongamos pueblo y donde ya hay pueblo pongamos al ciudadano.

Fuentes: Hoy digital Rep.Dominicana – Fragmentos del Informe de Ángeles Diez -Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid

Publicado: Viento Sur

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