A principios del siglo XX, en Argentina, no
existían leyes que cuidaran los intereses de los menores, que eran en aquel
entonces el sector más desprotegido de la sociedad. Niños de menos de diez
años, e incluso de cinco o seis, ejecutaban las labores más riesgosas e
insalubres. La mano de obra infantil abundaba por la sencilla razón de ser la
más barata, ya que se le pagaba un tercio de lo que recibía un mayor. En
general, la obediencia era absoluta, pero por las dudas, en las fábricas tenían
celdas para encerrar a los que se rebelaban o instrumentos de tortura para
castigar a los que protestaran. Por supuesto, el régimen de Julio A. Roca
habilitaba estas horrendas prácticas, que no solo eran denunciadas por el
partido socialista, sino también por los principales periódicos de la nación.
Juan Bialet Massé fue un médico catalán
contratado por Roca para que hiciera un informe sobre el estado de la clase
obrera argentina. El informe no fue el esperado por las autoridades. He aquí
algunas partes salientes de ese material:
“Para poner dentro la carne se colocaban tres
niños a cada lado del ascensor. Recuerdo haberlos visto, chiquilines de diez a
doce años y algunos de ocho. Estos niños, al menor descuido caen y se rompen
las extremidades o se mueren: lo mismo da. Ahora se les hace el beneplácito de
prohibirles el poncho (que al engancharse) causa numerosas desgracias. Más como
el trabajo es en el invierno crudo, la bronconeumonía da cuenta de muchos.
Aunque se les conserva doce horas en el trabajo se les paga de 6 a 12 pesos al
mes.”
“La plaga del servicio doméstico en San Juan son
las chinitas criadas en las casas. Las mujeres del pueblo dan sus hijos como se
puede dar un cachorro. Las señoras tienen cuidados más o menos cariñosos con
estas muchachas, las crían y algunas que salen buenas llegan a considerarse
parte de la familia. Pero lo que sucede es que generalmente no salen buenas, y
que algunas señoras que considerarían una enormidad dar un golpe a sus hijas
creen que la chinita es de otra carne y no le menudean los castigos. El
entrevero con los niños de la casa, en el que la chinita es natural que nunca
tenga razón, y otras consecuencias que fácilmente se adivinan, son el resultado
de este resto detestable de la esclavitud.”
“Las sirvientas ganan en Tucumán 5, 7 y 10
pesos; son raras las de 12 y no pasan de seis las que ganan 15. Hay tantas tan
lindas, que es preciso perdonar a los que las seducen, y a ellas, que se dejan
engañar. Inteligentes lo son todas, y si tienen con qué, saben vestirse. Pero
como no tienen con qué, ni la lindura se conserva mucho tiempo, ni los patrones
aguantan un hijo ajeno, ni el sueldo es como para gastos, alegría y dulzura se
concierten pronto en una vida bien triste y fatigosa, y de ahí se pasa a
lavandera o al hospital. Ésa es la biografía que como cliché se puede aplicar a
la mayoría.”
Carolina Muzzilli, una ferviente defensora de
los derechos de los más desprotegidos, denunciaba desde las páginas de La
Prensa:
“Los menores se desempeñan en cuanto trabajo se
desarrolla en la república, comenzando por las faenas agrícolas, hasta la
fabricación tan nociva de vidrios y botellas. Trabajan en las faenas agrícolas
119.058 chicos. En las explotaciones ganaderas trabajan 170.858 y en la época
de la esquila se emplean 13.853 y se ocupan durante este tiempo en otros
quehaceres a 10.853. Imaginémonos cómo trabajaban esos chicos sin contralor
alguno y con una jornada de sol a sol. En los yerbatales de Misiones, en las
comarcas correntinas, en los cañaverales tucumanos o en cualquier rincón de la
república, el niño es materia codiciable para los patrones que los emplean, con
bastante lucro por cierto en sus industrias. En la Refinería Argentina las
horas de trabajo son de seis a seis, teniendo desde las ocho a las ocho y media
para tomar café y de doce a una para comer; que una jornada efectiva de diez
horas y media, de esta jornada participan niñitas de doce y diez años de edad.
Cuando fuimos a visitar la fábrica con la Delegación Comercial Española, lo
primero que percibieron fue el estado de las niñas pequeñas; algunas estaban
anémicas, pálidas, flacas, con todos los síntomas de la sobrefatiga y de la
respiración incompleta. Otro trabajo abusivo es el de las cigarreras. Se les
exige la jornada de seis a seis con hora y media de descanso para comer, se le
paga 1,10 a 1,20, con descuento de los cigarrillos manchados, y el domingo
trabajan medio día. Hay en las cigarrerías niños y niñas de ocho a doce años, a
los que se pagan de 6 a 7 pesos. Cuando la familia es mucha y el hambre apura,
entonces se pone a las niñitas en la refinería, en las fábricas de tabacos, en
lo que se puede, con tal de que ganen algo, y se les enseña a mentir sobre la
edad, de manera que las chiquillas dicen que tienen once años cuando no han
cumplido nueve y hasta que se cansan y agotan las pobres hacen lo que pueden.”
Como explica Felipe Pigna en “Mujeres tenían que
ser”:
“Éste era el paraíso, el granero del mundo. Ésta
era la Argentina que los llamados liberales argentinos y sus historiadores nos
ponen como ejemplo, la Argentina ideal. Después de leer los testimonios
precedentes nos va quedando claro a qué se refieren y cómo a lo largo de estos
cien años trabajaron incansablemente para retrotraer a nuestro país a
situaciones similares a la “Argentina soñada”, para ellos. Porque está claro
que sus sueños son nuestras pesadillas.
Fuentes:Carolina Muzzilli, José Armando
Cosentino (Centro Editor de América Latina, 1984), Informe sobre el estado de
las clases obreras argentinas a comienzos de siglo (Centro Editor de América
Latina, 1985), Mujeres tenían que ser, Felipe Pigna (Planeta, 2011).