sábado, 31 de agosto de 2019

EL GRANERO DEL MUNDO: La bella época de la explotación infantil


A principios del siglo XX, en Argentina, no existían leyes que cuidaran los intereses de los menores, que eran en aquel entonces el sector más desprotegido de la sociedad. Niños de menos de diez años, e incluso de cinco o seis, ejecutaban las labores más riesgosas e insalubres. La mano de obra infantil abundaba por la sencilla razón de ser la más barata, ya que se le pagaba un tercio de lo que recibía un mayor. En general, la obediencia era absoluta, pero por las dudas, en las fábricas tenían celdas para encerrar a los que se rebelaban o instrumentos de tortura para castigar a los que protestaran. Por supuesto, el régimen de Julio A. Roca habilitaba estas horrendas prácticas, que no solo eran denunciadas por el partido socialista, sino también por los principales periódicos de la nación.
Juan Bialet Massé fue un médico catalán contratado por Roca para que hiciera un informe sobre el estado de la clase obrera argentina. El informe no fue el esperado por las autoridades. He aquí algunas partes salientes de ese material:
“Para poner dentro la carne se colocaban tres niños a cada lado del ascensor. Recuerdo haberlos visto, chiquilines de diez a doce años y algunos de ocho. Estos niños, al menor descuido caen y se rompen las extremidades o se mueren: lo mismo da. Ahora se les hace el beneplácito de prohibirles el poncho (que al engancharse) causa numerosas desgracias. Más como el trabajo es en el invierno crudo, la bronconeumonía da cuenta de muchos. Aunque se les conserva doce horas en el trabajo se les paga de 6 a 12 pesos al mes.”

“La plaga del servicio doméstico en San Juan son las chinitas criadas en las casas. Las mujeres del pueblo dan sus hijos como se puede dar un cachorro. Las señoras tienen cuidados más o menos cariñosos con estas muchachas, las crían y algunas que salen buenas llegan a considerarse parte de la familia. Pero lo que sucede es que generalmente no salen buenas, y que algunas señoras que considerarían una enormidad dar un golpe a sus hijas creen que la chinita es de otra carne y no le menudean los castigos. El entrevero con los niños de la casa, en el que la chinita es natural que nunca tenga razón, y otras consecuencias que fácilmente se adivinan, son el resultado de este resto detestable de la esclavitud.”
“Las sirvientas ganan en Tucumán 5, 7 y 10 pesos; son raras las de 12 y no pasan de seis las que ganan 15. Hay tantas tan lindas, que es preciso perdonar a los que las seducen, y a ellas, que se dejan engañar. Inteligentes lo son todas, y si tienen con qué, saben vestirse. Pero como no tienen con qué, ni la lindura se conserva mucho tiempo, ni los patrones aguantan un hijo ajeno, ni el sueldo es como para gastos, alegría y dulzura se concierten pronto en una vida bien triste y fatigosa, y de ahí se pasa a lavandera o al hospital. Ésa es la biografía que como cliché se puede aplicar a la mayoría.”
Carolina Muzzilli, una ferviente defensora de los derechos de los más desprotegidos, denunciaba desde las páginas de La Prensa:
“Los menores se desempeñan en cuanto trabajo se desarrolla en la república, comenzando por las faenas agrícolas, hasta la fabricación tan nociva de vidrios y botellas. Trabajan en las faenas agrícolas 119.058 chicos. En las explotaciones ganaderas trabajan 170.858 y en la época de la esquila se emplean 13.853 y se ocupan durante este tiempo en otros quehaceres a 10.853. Imaginémonos cómo trabajaban esos chicos sin contralor alguno y con una jornada de sol a sol. En los yerbatales de Misiones, en las comarcas correntinas, en los cañaverales tucumanos o en cualquier rincón de la república, el niño es materia codiciable para los patrones que los emplean, con bastante lucro por cierto en sus industrias. En la Refinería Argentina las horas de trabajo son de seis a seis, teniendo desde las ocho a las ocho y media para tomar café y de doce a una para comer; que una jornada efectiva de diez horas y media, de esta jornada participan niñitas de doce y diez años de edad. Cuando fuimos a visitar la fábrica con la Delegación Comercial Española, lo primero que percibieron fue el estado de las niñas pequeñas; algunas estaban anémicas, pálidas, flacas, con todos los síntomas de la sobrefatiga y de la respiración incompleta. Otro trabajo abusivo es el de las cigarreras. Se les exige la jornada de seis a seis con hora y media de descanso para comer, se le paga 1,10 a 1,20, con descuento de los cigarrillos manchados, y el domingo trabajan medio día. Hay en las cigarrerías niños y niñas de ocho a doce años, a los que se pagan de 6 a 7 pesos. Cuando la familia es mucha y el hambre apura, entonces se pone a las niñitas en la refinería, en las fábricas de tabacos, en lo que se puede, con tal de que ganen algo, y se les enseña a mentir sobre la edad, de manera que las chiquillas dicen que tienen once años cuando no han cumplido nueve y hasta que se cansan y agotan las pobres hacen lo que pueden.”
Como explica Felipe Pigna en “Mujeres tenían que ser”:
“Éste era el paraíso, el granero del mundo. Ésta era la Argentina que los llamados liberales argentinos y sus historiadores nos ponen como ejemplo, la Argentina ideal. Después de leer los testimonios precedentes nos va quedando claro a qué se refieren y cómo a lo largo de estos cien años trabajaron incansablemente para retrotraer a nuestro país a situaciones similares a la “Argentina soñada”, para ellos. Porque está claro que sus sueños son nuestras pesadillas.
Fuentes:Carolina Muzzilli, José Armando Cosentino (Centro Editor de América Latina, 1984), Informe sobre el estado de las clases obreras argentinas a comienzos de siglo (Centro Editor de América Latina, 1985), Mujeres tenían que ser, Felipe Pigna (Planeta, 2011).

Más información en www.rufinacambaceres.wordpress.com o www.facebook.com/rvfina.

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