Por Carlos Aznárez.- Resumen Latinoamericano, 17
junio 2019
Prácticamente hace dos semanas que el pueblo de
Haití está protagonizando una insurrección a gran escala. Sí, dos semanas, por
no decir dos meses, dos años o dos siglos. Pero a pesar de ello el mundo sigue
ignorando la bravura de estas mujeres y hombres que como bien dice el luchador
haitiano Henry Boisrolin, “ya no tienen nada que perder porque hasta la vida le
han quitado”.
N.R. de Utophia.- La lucha por la independencia
haitiana contra Francia comenzó en 1791 con la revuelta de los esclavos,
insurrección negra, que encabeza Toussaint Louverture.
El 4 de febrero de 1794 fueron liberados los
esclavos en Haití, dando pie a que se promulgue la primera ley abolicionista en
América Latina.
el 1 de enero de 1804, Haití proclamó su
independencia, logrando así ser el primer país latinoamericano libre del
coloniaje europeo.
El silencio sobre lo que ocurre en Haití es
sobrecogedor, lástima la conciencia y el alma que justamente ese pueblo que
protagonizó la primer gran revolución antiesclavista y el grito de
Independencia en 1804, haya sido castigado de esta manera. No sólo por las
consecutivas invasiones de Estados Unidos que convirtieron al país en una
colonia otra vez esclavizada y de una pobreza sin límites sino porque los que a
través de los años proclamaron su deseo de “ayudar” a paliar las necesidades de
la población, como es el caso de las tropas de la ONU, alistadas en la
Minustah, y ahora en la Minijusth, también se convirtieron en carceleros,
violadores seriales de niños y niñas, envenenadores de ríos, provocadores de
epidemias de cólera, voraces rapiñeros que no dejaron nada por robar ni
destruir.
Ni qué decir de la mayoría de los presidentes
súbditos de esos mismos intereses impulsados por los invasores: Dartiguenave y
Borno, simples virreyes de Washington durante la ocupación yanqui, Duvalier, el
asesino “presidente vitalicio”, amo y señor de los feroces Tontons-Macoutes o
«Voluntarios de la Seguridad Nacional» que dejaron un saldo de 30 mil
asesinados; Aristide que intentó romper las cadenas y terminó encadenado él
mismo a las pretensiones de Estados Unidos, y los últimos de la lista:
Martelly, bufón, corrupto y represor y el actual, Jovenel Moise, mandamás,
atornillado a un sillón que ya no le corresponde, y culpable de actos de
corrupción ligados a meterse en su bolsillo y el de sus secuaces parte del
dinero (más de 4.2 mil millones de dólares) que tan generosamente derivó la
Revolución Bolivariana de Venezuela a través de Petrocaribe.
Actualmente la economía haitiana está quebrada,
el salario mínimo de los poquísimos que aún tienen trabajo es de 5 dólares
diarios y la tasa de desempleo es de alrededor del 70 por ciento, la falta de
viviendas debido al terremoto y al robo descarado de las ayudas que de éste se
derivaron, hace que gran parte de la población duerma aún en carpas
improvisadas o directamente al ras del cielo.
Sin embargo, la casta en el gobierno resiste a
marcharse y evitar más dolor del provocado. Moise y un gabinete puesto a dedo y
no por el voto popular, ya que las últimas elecciones fueron escandalosamente
fraudulentas, están cercados por la insurrección de los que Frantz Fanon
denominara los “condenados de la tierra”, pero no ceden precisamente porque a
nadie en el mundo parece interesarle Haití.
Así como Washington alinea a sus gobiernos
títeres de Latinoamérica y al ministerio de colonias de la OEA para hostilizar
e intentar asfixiar a la heroica Venezuela revolucionaria, así como hay
centenares de diarios, radios y cadenas televisivas a toda hora para denostar a
su presidente legítimo Nicolás Maduro, ese soez bullicio desinformativo se
convierte en nada a la hora de hablar de la tragedia del pueblo haitiano.
Por todo ello, es necesario que quienes desde la
comunicación popular intentamos acercar la realidad de los que luchan por su
libertad, no callemos, no ocultemos, no tergiversemos la gesta bravía que hoy
está protagonizando Haití. Allí, donde estas dos últimas semanas cientos de
miles se lanzaron a las calles para no irse ya más, marchando y marcando a
fuego (literalmente hablando) las provocadoras instituciones del poder, los
lujosos hoteles de los corruptos.
Todos los rincones de las grandes ciudades
tienen olor a los neumáticos quemados de las barricadas, sólo basta ver los
vídeos artesanales de los mismos protagonistas del levantamiento popular filman
a diario. Gentes humildes ayudándose unos con los otros a socorrer a los
heridos y enterrar como se pueda a los muertos de la represión gubernamental,
pero que a pesar de todo no abandonan los espacios de territorio ya
conquistados.
Jóvenes encapuchados para no asfixiarse por los
gases peleando con piedras contra balas, pero también dándose cuenta que muy
pronto esa desobediencia pacífica deberá pegar un salto cualitativo si
realmente se quiere terminar con la dictadura de quienes los oprimen.
Todas estas acciones, acompañadas de varios días
ya de huelga general, que este lunes volverá a paralizar todas las escuelas del
país y será acompañada por una medida similar en cada uno de los
establecimientos estatales.
“Fuera Moise” es el grito de guerra en el que
coinciden todos los partidos de izquierda y organizaciones populares, “Fuera el
corrupto Moise” amparado por Trump y Europa, pero también ese mismo reclamo
significa un gigantesco “basta” de bandas parapoliciales que están generando
masacres en distintos puntos del país y ya han obligado a desplazarse a más de
dos mil campesinos en la zona de Arbonite.
Así están realmente las cosas en Haití o como
dice muy bien el dirigente popular Camille Chalmers: “La situación es de
absoluta ingobernabilidad” y el único que no quiere enterarse es el propio
Jovenel Moise.