Por Gustavo Rosas
En los últimos días, todo mal humor parecía concentrarse en la clasificación para el Mundial. Algunos hasta llegaron a sugerir un impacto electoral negativo para el oficialismo en caso de que la Selección no alcanzara ese objetivo. Difícil que un votante que apoya el Cambio -a pesar de la inflación no controlada, la desocupación creciente, la pobreza palpable, el cinismo insultante, el endeudamiento patológico- deje de hacerlo por un resultado deportivo. El que está a favor seguirá estándolo a pesar de cualquier cosa, al igual que el que está en contra. La variable está en los oscilantes; esos que, al no estar convencidos de nada se dejan convencer de cualquier cosa; los que dicen no interesarse en la política pero recitan con precisión las patrañas que aprenden de la tele; esos que afirman no estar ni de un lado ni del otro, aunque siempre dispuestos a elegir el peor. Esos sí pueden mutar su posición por un partido, se pueden dejar llevar por el artificial humor impuesto desde los programas que consumen y hasta pueden llegar a disfrutar un cambio que los ha alcanzado para empeorar su vida.
En los últimos días, todo mal humor parecía concentrarse en la clasificación para el Mundial. Algunos hasta llegaron a sugerir un impacto electoral negativo para el oficialismo en caso de que la Selección no alcanzara ese objetivo. Difícil que un votante que apoya el Cambio -a pesar de la inflación no controlada, la desocupación creciente, la pobreza palpable, el cinismo insultante, el endeudamiento patológico- deje de hacerlo por un resultado deportivo. El que está a favor seguirá estándolo a pesar de cualquier cosa, al igual que el que está en contra. La variable está en los oscilantes; esos que, al no estar convencidos de nada se dejan convencer de cualquier cosa; los que dicen no interesarse en la política pero recitan con precisión las patrañas que aprenden de la tele; esos que afirman no estar ni de un lado ni del otro, aunque siempre dispuestos a elegir el peor. Esos sí pueden mutar su posición por un partido, se pueden dejar llevar por el artificial humor impuesto desde los programas que consumen y hasta pueden llegar a disfrutar un cambio que los ha alcanzado para empeorar su vida.
Sí, se puede elegir otra vez a los que han
engañado al electorado en las presidenciales; sí, se puede poner el voto a los
que ahora se cuidan de prometer lo que no van a cumplir y se vanaglorian de
logros imprecisos que no han alcanzado. El tono de optimismo neutro que satura
los spots del oficialismo parece efectivo para continuar embaucando al
distraído. Que no se hayan construido escuelas ni jardines de infantes no
impide que esas voces aseguren que han mejorado la educación. Que la comisión
de delitos haya crecido no los desalienta a afirmar que combaten la
inseguridad. Que haya cada vez más sin techo no los amilana a la hora de jurar
que han mejorado el acceso a la vivienda. Que los jubilados reciban menos
medicamentos gratuitos y que la Reparación Histórica sea un vergonzoso goteo no
reprime los histriónicos besuqueos a viejitos de colección. Con las bicisendas,
los metrobuses y las cabinas anti estrés logran inflar el globo de la
Revolución de la Alegría, aunque sólo sea la restauración de la tristeza.
Algunos dicen que no les gusta la política y con
eso se excusan para no escuchar argumentos. Si de gustos se trata, otros no se
interesan por el fútbol, la moda o los chismes de la farándula, pero hay una
diferencia: el desinterés por estos temas no afecta a nadie; la indiferencia
hacia la política, sí, porque los indiferentes también votan y lo que pongan en
la urna afecta a todos. La información a conciencia antes de las elecciones no
es una cuestión de gustos, sino de compromiso ciudadano.
Lunáticos experimentados
La estafa del Cambio ya ha dado muchas señales y
resulta incomprensible que los estafados no las adviertan. O, si las perciben,
la reacción es un silencio casi cómplice. Si en los tiempos de Cristina hacían
sonar sus cacharros por cualquier cosa, ¿por qué ahora sólo los utilizan para
inventar magros festines con lo poco que pueden comprar? Si antes se indignaban
hasta la hidrofobia por las más ínfimas denuncias de corrupción, ¿por qué las
innegables maniobras de enriquecimiento de los funcionarios actuales no les
hacen siquiera fruncir el ceño? Si se envolvieron de banderas argentinas para
clamar por instituciones que no estaban en peligro, ¿por qué ahora nada dicen
de un presidente que utiliza los decretos para nombrar miembros de la Corte o
modificar leyes para beneficiar a sus familiares y aliados? Si sentían miedo
por los discursos de CFK, ¿por qué hoy no se aterran con las amenazas de
Gendarmería o las listas negras de Macri?
Si les resultó tan fácil ser Nisman y conmoverse
por la inverosímil hipótesis de homicidio, ¿por qué les cuesta tanto ser
Santiago, cuando la desaparición forzada es tan evidente? Y no sólo evitan la
identificación con el dolor de la familia Maldonado, sino que abrazan las más
crueles versiones de los medios y se suman a las campañas de demonización que
los operadores rentados vomitan en las redes. Y si antes asumían como propia la
causa de los quom, ahora acompañan la aversión oficial hacia los mapuches, al
punto de avalar la salvaje persecución condenada por los organismos
internacionales de DDHH.
Los que tomaron como cierta la denuncia de Elisa
Carrió sobre las armas de La Cámpora, ahora son capaces de votar por esa
candidata que nada dice de los cincuenta fusiles, veinte escopetas, carabinas
con mira telescópica y pistolas de distintos calibres encontradas en la casa
del apoderado de Cambiemos, Néstor Berardozzi. Los que antes padecían picos de
hipertensión por el incremento de los precios, ahora ni se inmutan porque
Argentina ocupa el séptimo lugar en el ranking de inflación elaborado por el
FMI. Quienes se quejaban porque Cristina interrumpía la telenovela con sus
discursos, ahora disfrutan que los funcionarios aparezcan hasta en los dibujos
animados. Los que interpretaron como una burla el concepto ‘sensación de
inseguridad’, se dejan convencer por el jefe de Gabinete Macos Peña, que
definió al Tarifazo como una percepción subjetiva, aunque el incremento de los
servicios se ubica entre el 600 y el mil por ciento.
Unos años atrás se sumaban a los reclamos de los
jubilados vip por el 82 por ciento pero ahora nada dicen de los que se suicidan
porque no alcanzan a cubrir sus necesidades. Y hasta son capaces de interpretar
como una operación K la muerte de Gustavo Souza porque PAMI suspendió los
medicamentos que la Justicia ordenaba entregar. Los que perdieron casi todo
gracias a las políticas de Domingo Cavallo y todavía recuerdan haberlo
insultado en manifestaciones callejeras, ahora que lo ven bendecir las medidas
de sus aprendices y reivindicar la Argentina de Macri, no atinan a escuchar las
ensordecedoras alarmas.
Paradojas de estos tiempos de extrema confusión,
de periodistas que pisotean las verdades y jueces que actúan como pistoleros a
sueldo, de gerentes que juegan a gobernar y gobernados que se esfuerzan por
creer, de un país que tiene para todos expropiado por unos pocos que reparten
cada vez menos. De un empresidente que quiere mandar a la luna a los que se
oponen al Cambio, mientras los que lo votan, de tan extraviados, parecen estar
en ese satélite desde hace mucho tiempo.
Fuente: Apuntes discontinuos