lunes, 3 de junio de 2019

Trump y Netanyahu, "la solución final" de la cuestión palestina


Palestina: juego de palabras
Por Maciek Wisniewski,  Periodista polaco
Las cosas por su nombre, el plan de Trump y Netanyahu para la pacificación y colonización de Palestina, ante el total silencio del mundo, sería la solución final de la cuestión palestina.
John Berger después de un viaje a Palestina apuntaba cómo ésta se convertía en “escombros” bajo la ocupación israelí. Por todos lados había también “cascajos de palabras”, vocablos que ya no “albergaban nada” y “cuyo sentido ha sido destruido”.

En sus ojos “la cuidadosa destrucción de la gente” venía acompañada de “la cuidadosa destrucción del lenguaje (y el silencio)” ( Hold everything dear, 2007, p. 15).

Vídeo: ¿Cómo se ocupó el territorio palestino?
Norman Finkelstein en el mismo contexto –y espíritu– enfatizaba la necesidad “de llamar las cosas por su nombre. Evocando a Confucio, que afirmaba que toda la sabiduría venía de allí” – “algo que podría sonar como una frase de la galleta de la fortuna” –, subrayaba que ésta en realidad “es una idea muy profunda”.

“¿Es preciso entonces –hablando de las manifestaciones en marco de la Gran Marcha del Retorno en Gaza– decir que ‘los palestinos tratan de romper el cerco fronterizo’?”, preguntaba.
Y respondía: “No”.
“Los palestinos en Gaza tratan de romper el cerco del campo de concentración. El cerco del gueto. El cerco de la prisión” (bit.ly/2Lt71Gx).
Tras más de un año de la Gran Marcha y una sádica y totalmente desproporcionada supresión de ella por Israel con saldo de más de 250 muertos –incluidos niños, socorristas y periodistas– y 6 mil 500 heridos (bit.ly/2UXBNf0), cientos con piernas amputadas –los francotiradores a propósito apuntan a ellas con la munición de fragmentación–, la aviación israelí acabó bombardeando hace unas semanas a Gaza “en respuesta a los cohetes de Hamas”, dejando de lado que su lanzamiento fue una reacción al previo asesinato de otros cuatro manifestantes y 116 heridos, incluidos 39 niños (el saldo del bombardeo era otra lista de muertos).

Gideon Levy, precisamente en un afán de “llamar las cosas por su nombre” –y muy a contrapelo de la narrativa dominante–, habló, refiriéndose a los cohetes, del “levantamiento en el gueto”:

“Poco después del Día del Recuerdo del Holocausto el saber que 2 millones de personas están encerradas desde hace años tras un alambre de púas en una gigantesca jaula no le recuerda nada a nadie en Israel.”

Y seguía: “Gaza es un gueto y lo que está pasando allí es una insurrección. No hay otra manera para describirlo” (bit.ly/2MaBMVa).

Tampoco hay otra palabra para hablar de Israel –y por extensión de los territorios ocupados– que “apartheid”.

“El institucionalizado régimen de opresión y dominación sistemática de un grupo racial por otro” –como reza la definición– es justo lo que hay después de que éste (ya sin tapujos) se declarara “un Estado judío y para los judíos” al adoptar la Basic Law (bit.ly/2X5s33y).

El próximo gobierno de Netanyahu, que prometió en campaña anexar a Cisjordania garantizándose el triunfo –al final para él y muchos más, si ya estábamos en lo de las palabras, esto nunca era “Cisjordania”, sino Judea y Samaria–, será el gobierno de anexión, subraya en otro lugar Levy (empacando más gente en el gueto-Gaza o “pasándoselos” a Jordania) y uno que “en pleno siglo XXI ante los atónitos líderes mundiales declarará el segundo Estado de apartheid estilo Sudáfrica” (bit.ly/2Qq2GH2).

Es justo aquí donde entra Trump con su “plan de paz para el Medio Oriente” –apodado bombásticamente Deal of the Century– aún no publicado pero listo y en parte filtrado (bit.ly/2Jf1O7o).

Su lógica reside simplemente en reconocer los facts on the ground (cuya primacía siempre ha sido el meollo del colonialismo israelí), seguir la estrategia de la “gettoización” de los palestinos y –en esencia– en una perversa destrucción del sentido de las palabras de la que hablaba Berger.

Estados Unidos ya lleva tiempo trabajando en ello.

Así Jerusalén ya no es la “ciudad con estatus especial”, sino “la capital de Israel” (embajada de Washington ya está allí); los refugiados palestinos ya no son “refugiados” (su administración dejó de financiar la UNRWA y tuerce la mano a Jordania y Egipto para que les den ciudadanía a fin de desaparecer a los palestinos como “un pueblo con derecho al retorno”); los Altos de Golán –raptados en la misma guerra que Cisjordania (1968)– ya no son “territorio ocupado”, sino parte de Israel (un claro test antes de la gran anexión).

Lo que quedará –aproximadamente 12 por ciento de la Palestina histórica, un surreal patchwork de bantustanes sin continuidad territorial– se llamará “Nueva Palestina”, nombre que hace pensar a uno más en una de las comunidades en medio de la Selva Lacandona, que en un país.

Será “un Estado”, aunque uno queda con la duda desde cuando llamamos “Estado” a entidades sin ninguna soberanía, ejército, virtualmente ningún tipo de poderes.

Desgraciadamente –llamemos las cosas por su nombre– la pacificación y colonización de Palestina, ante el total silencio del mundo, ha sido igualmente –casi– total (bit.ly/30W2rIK). El plan de Netanyahu es ahora –apunta un comentarista de Gaza– “forzar a palestinos a aceptar su brutal derrota” (bit.ly/2EBIpJY).

Visto así, hay una palabra, o término, muy apropiado para esto: la solución final de la cuestión palestina.

Y si alguien se siente ofendido por la referencia a Endlösung (bit.ly/1TBVWRk) –aunque de verás uno no tiene la culpa que muchas palabras de aquellos tiempos, no sólo “gueto” o “campo”, sirven para hablar de Palestina e Israel: Gleichschaltung, Herrenvolk, Untermenschen, Sonderbehandlung–, también hay otro modo de decirlo:  “Game Over”.

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