Palestina: juego de palabras
Por Maciek Wisniewski, Periodista polaco
Las cosas por su nombre, el plan de Trump y
Netanyahu para la pacificación y colonización de Palestina, ante el total
silencio del mundo, sería la solución final de la cuestión palestina.
John Berger después de un viaje a Palestina
apuntaba cómo ésta se convertía en “escombros” bajo la ocupación israelí. Por
todos lados había también “cascajos de palabras”, vocablos que ya no
“albergaban nada” y “cuyo sentido ha sido destruido”.
En sus ojos “la cuidadosa destrucción de la
gente” venía acompañada de “la cuidadosa destrucción del lenguaje (y el
silencio)” ( Hold everything dear, 2007, p. 15).
Vídeo: ¿Cómo se ocupó el territorio palestino?
Norman Finkelstein en el mismo contexto –y
espíritu– enfatizaba la necesidad “de llamar las cosas por su nombre. Evocando
a Confucio, que afirmaba que toda la sabiduría venía de allí” – “algo que
podría sonar como una frase de la galleta de la fortuna” –, subrayaba que ésta
en realidad “es una idea muy profunda”.
“¿Es preciso entonces –hablando de las
manifestaciones en marco de la Gran Marcha del Retorno en Gaza– decir que ‘los
palestinos tratan de romper el cerco fronterizo’?”, preguntaba.
Y respondía: “No”.
“Los palestinos en Gaza tratan de romper el
cerco del campo de concentración. El cerco del gueto. El cerco de la prisión”
(bit.ly/2Lt71Gx).
Tras más de un año de la Gran Marcha y una
sádica y totalmente desproporcionada supresión de ella por Israel con saldo de
más de 250 muertos –incluidos niños, socorristas y periodistas– y 6 mil 500
heridos (bit.ly/2UXBNf0), cientos con piernas amputadas –los francotiradores a
propósito apuntan a ellas con la munición de fragmentación–, la aviación
israelí acabó bombardeando hace unas semanas a Gaza “en respuesta a los cohetes
de Hamas”, dejando de lado que su lanzamiento fue una reacción al previo
asesinato de otros cuatro manifestantes y 116 heridos, incluidos 39 niños (el
saldo del bombardeo era otra lista de muertos).
Gideon Levy, precisamente en un afán de “llamar
las cosas por su nombre” –y muy a contrapelo de la narrativa dominante–, habló,
refiriéndose a los cohetes, del “levantamiento en el gueto”:
“Poco después del Día del Recuerdo del
Holocausto el saber que 2 millones de personas están encerradas desde hace años
tras un alambre de púas en una gigantesca jaula no le recuerda nada a nadie en
Israel.”
Y seguía: “Gaza es un gueto y lo que está
pasando allí es una insurrección. No hay otra manera para describirlo”
(bit.ly/2MaBMVa).
Tampoco hay otra palabra para hablar de Israel
–y por extensión de los territorios ocupados– que “apartheid”.
“El institucionalizado régimen de opresión y
dominación sistemática de un grupo racial por otro” –como reza la definición–
es justo lo que hay después de que éste (ya sin tapujos) se declarara “un
Estado judío y para los judíos” al adoptar la Basic Law (bit.ly/2X5s33y).
El próximo gobierno de Netanyahu, que prometió
en campaña anexar a Cisjordania garantizándose el triunfo –al final para él y
muchos más, si ya estábamos en lo de las palabras, esto nunca era “Cisjordania”,
sino Judea y Samaria–, será el gobierno de anexión, subraya en otro lugar Levy
(empacando más gente en el gueto-Gaza o “pasándoselos” a Jordania) y uno que
“en pleno siglo XXI ante los atónitos líderes mundiales declarará el segundo
Estado de apartheid estilo Sudáfrica” (bit.ly/2Qq2GH2).
Es justo aquí donde entra Trump con su “plan de
paz para el Medio Oriente” –apodado bombásticamente Deal of the Century– aún no
publicado pero listo y en parte filtrado (bit.ly/2Jf1O7o).
Su lógica reside simplemente en reconocer los
facts on the ground (cuya primacía siempre ha sido el meollo del colonialismo
israelí), seguir la estrategia de la “gettoización” de los palestinos y –en
esencia– en una perversa destrucción del sentido de las palabras de la que
hablaba Berger.
Estados Unidos ya lleva tiempo trabajando en
ello.
Así Jerusalén ya no es la “ciudad con estatus
especial”, sino “la capital de Israel” (embajada de Washington ya está allí);
los refugiados palestinos ya no son “refugiados” (su administración dejó de
financiar la UNRWA y tuerce la mano a Jordania y Egipto para que les den
ciudadanía a fin de desaparecer a los palestinos como “un pueblo con derecho al
retorno”); los Altos de Golán –raptados en la misma guerra que Cisjordania
(1968)– ya no son “territorio ocupado”, sino parte de Israel (un claro test
antes de la gran anexión).
Lo que quedará –aproximadamente 12 por ciento de
la Palestina histórica, un surreal patchwork de bantustanes sin continuidad
territorial– se llamará “Nueva Palestina”, nombre que hace pensar a uno más en
una de las comunidades en medio de la Selva Lacandona, que en un país.
Será “un Estado”, aunque uno queda con la duda
desde cuando llamamos “Estado” a entidades sin ninguna soberanía, ejército,
virtualmente ningún tipo de poderes.
Desgraciadamente –llamemos las cosas por su
nombre– la pacificación y colonización de Palestina, ante el total silencio del
mundo, ha sido igualmente –casi– total (bit.ly/30W2rIK). El plan de Netanyahu
es ahora –apunta un comentarista de Gaza– “forzar a palestinos a aceptar su
brutal derrota” (bit.ly/2EBIpJY).
Visto así, hay una palabra, o término, muy
apropiado para esto: la solución final de la cuestión palestina.
Y si alguien se siente ofendido por la
referencia a Endlösung (bit.ly/1TBVWRk) –aunque de verás uno no tiene la culpa
que muchas palabras de aquellos tiempos, no sólo “gueto” o “campo”, sirven para
hablar de Palestina e Israel: Gleichschaltung, Herrenvolk, Untermenschen,
Sonderbehandlung–, también hay otro modo de decirlo: “Game Over”.
Fuente: Palestina Libre