Informe. 30 años del asesinato del general
boliviano Juan José Torres en Buenos Aires a manos del Plan Cóndor
Por Causa Popular.- En estos tiempos soplan
nuevos vientos en Bolivia y parece que son los propios bolivianos los que están
decidiendo si el ex presidente boliviano Juan José Torres merece algún lugar en
la historia. El 1 de junio se cumplieron 30 años del secuestro y asesinato del
general Juan José Torres González, cuyo cadáver apareció bajo un puente a 180
kilómetros de Buenos Aires. Cuentan que en su exilio en Argentina, Torres solía
visitar barrios humildes de Buenos Aires para conversar con sus compatriotas
emigrados y disfrutar de los platos típicos de su tierra. Sin embargo, a 30
años de su asesinato en la capital argentina, a manos de fuerzas represivas
coordinadas en el llamado Plan Cóndor de las incipientes dictaduras, quedan
pocos recuerdos de aquel militar que gobernó Bolivia apenas diez meses, entre
el 7 de octubre de 1970 y el 21 de agosto de 1971.
Torres fue asesinado el 1 de junio de 1976, tras
ser secuestrado el día anterior en un suburbio de Buenos Aires, y su cadáver
apareció con huellas de haber sido torturado. Emma Obleas de Torres, la viuda,
que después sería senadora, recordó en declaraciones a la agencia alemana dpa
(probablemente la única que le dedicó una cobertura seria aniversario) hoy, que
las peripecias que vivió en Buenos Aires antes y durante el secuestro de su
marido «fueron los momentos más difíciles» que atravesó en su vida.
Explicó la falta absoluta de las garantías mínimas que debía haberles otorgado el gobierno argentino, «por una especie de cerco que se había construido en torno al general Torres y por el permanente hostigamiento de la dictadura banzerista» (del general boliviano Hugo Banzer).
«Una vez producido el secuestro de mi esposo, el
ministro del Interior argentino tuvo la osadía de insinuar que podría tratarse
de un auto secuestro y que, en consecuencia, su gobierno se tomaría el tiempo
necesario para iniciar cualquier investigación, cuando los minutos o hasta los
segundos resultaban vitales para intentar salvarle la vida» agregó la mujer.
Tras el asesinato, Emma Obleas reclamó el cuerpo
al gobierno del entonces dictador argentino Jorge Rafael Videla, que había
asumido en marzo de 1976 mediante un golpe de Estado, pero el militar no
autorizó las honras fúnebres, prohibió que se invitara a nadie e instruyó que
la víctima fuera velada en un recinto militar.
La mujer no aceptó y trasladó los restos a
México, donde reposaron en el Panteón Civil de Dolores hasta su repatriación,
en 1983, por gestiones de la Central Obrera Boliviana (COB) a iniciativa de los
mineros y con acuerdo del gobierno constitucional del presidente Hernán Siles
Suazo y el congreso boliviano.
Torres vivió unos cinco años en Buenos Aires
como un ciudadano común, sin protección especial por ser militar y ex jefe de
Estado y, según algunos testimonios, vivía sencillamente, compartiendo comidas
típicas y veladas con algunos de sus compatriotas, particularmente los
exiliados políticos.
A pesar de aquellas actitudes poco comunes,
actualmente son muy pocos los que se acuerdan de él y mucho menos de su perfil
político, de su impronta como gobernante, de sus ideales o de su legado
político.
Wilbert Espada, ex docente que ha sido dirigente
de la comunidad boliviana emigrada en Argentina y hace 15 años que vive en el
país, dijo que «en líneas generales, Torres fue una de las banderas militares
que luchó por la democracia después de tantos años de dictadura».
Reconoció que el ex presidente «tuvo muy poca
ascendencia entre la comunidad boliviana residente en Argentina, aunque tuvo
contactos más estrechos con los exiliados políticos». «Se le recuerda, pero no
como una imagen viva, fuerte, presente siempre», confiesa Espada.
Sin embargo, repasando la historia contemporánea
aparecen algunos puntos comunes de aquellos principios que intentó imponer
Torres en Bolivia, con los que sostiene hoy el presidente Evo Morales,
especialmente en lo relativo a la necesidad de construir un país incluyendo a
las mayorías indígenas, siempre despreciadas y olvidadas.
Uno de sus hijos, también llamado Juan José
Torres y que ha sido diputado, coincidió que «si bien son procesos distintos,
desde el punto de vista de tiempo y del mismo espacio, tienen muchas raíces en
común».
Torres dijo que «hay muchos elementos que hacen
parte de tareas inconclusas que quedaron pendientes en la construcción del
Estado boliviano y que imagino que el presidente Evo Morales obviamente está
tratando de reencauzar y retomar».
Recordó que «otra de las tareas importantes del
general Torres era preservar, mantener y controlar los recursos naturales por
parte del Estado boliviano, cosa que durante estos 20 años de democracia no se
materializó y lejos de ello más bien se enajenaron la mayoría de estos
recursos, debilitando la economía y las condiciones básicas,
estructurales para consolidar al país».
«En estos momentos se está empezando un proceso
aparentemente en esa dirección» precisó el hijo del ex presidente. Su madre, en
cambio, comentó que con la llegada de Evo Morales al gobierno en su país «se ha
dado inicio a un nuevo ciclo histórico y político. En mi concepto, uno de los aspectos
más importantes de este proceso es que el cambio, como nunca antes, se está
dando hasta ahora en paz y en democracia, respetando el Estado de derecho y los
derechos humanos». Y auguró que «las oportunidades son muy grandes, el pueblo
boliviano ha hecho su aporte con una alta dosis de sacrificio, ahora todo
depende de que los conductores estén a la altura del reto histórico».
El proceso que había iniciado Juan José Torres,
desde la presidencia de Bolivia, no estaba inscripto dentro de un proceso democrático
electoral, formal, pero no parecía una dictadura de corte fascista como las que
empezaban a incrustarse en los países sudamericanos. «Bolivia gozaba de plenas
libertades democráticas», remarca su hijo.
A propósito de este 30 aniversario del asesinato
de Torres, Cayetano Llobet, analista político y periodista boliviano, comentó
también a dpa que el protagonismo político de aquellos años no lo tenía Torres,
sino la llamada «Asamblea Popular».
Era un movimiento que encabezaba el líder
sindical Juan Lechín Oquendo, que se proponía tomar el poder e iniciar un
proceso revolucionario hacia el socialismo.
«Hay una anécdota muy interesante, pues se
supone que Juan Lechín en ese momento estaba intentado tomar el palacio, pero
llegó Torres y tomó el palacio. Enseguida se produjo una reacción popular
favorable, tanto que él salió al balcón y le dijo a la gente: ‘No voy a jurar
mi cargo de presidente ante un crucifijo sino ante el pueblo‘, cosa que hizo
efectivamente…».
Según Llobet «en ese momento el conflicto era
otro. El conflicto no pasaba por el palacio de gobierno, pasaba por una suerte
de insurgencia popular que se había consagrado en lo que se llamó la Asamblea
Popular, donde creíamos que estábamos constituyendo una suerte de soviets para
esperar la esperar la instauración del socialismo».Con el derrocamiento de
Torres, se liquidó también la asamblea popular y accedió al gobierno la
dictadura de Hugo Banzer Suárez, que duró casi ocho años.
Sobre el legado de Torres, el periodista y
analista boliviano afirmó que «paradójicamente, no tenía una gran significación
política». «Fue un militar que, visto por otros militares, en este caso Hugo
Banzer, podía ser una alternativa, pero políticamente Torres no significó gran
cosa en Bolivia» enfatizó.
De todas formas, Llobet considera que el
asesinato en Buenos Aires fue «absolutamente inútil», ya que «no tenía un peso
político que hubiera merecido ese final».Con el derrocamiento de Torres y su
posterior asesinato, se truncó un proceso democrático que apuntaba a poner fin
a la permanente inestabilidad institucional de Bolivia. Quedó archivada una
nueva Constitución política del Estado, documento que sus familiares han
rescatado y que permanece inédito.
El crimen y el Plan Condor
Para otro hijo del general asesinado, Jorge
Torres, “la existencia de la Operación Cóndor es innegable y «el «modus
operandi» de todos esos actos criminales fueron muy similares, por lo que todo
conduce a enmarcar el asesinato del General del Pueblo en territorio argentino
dentro del Plan Cóndor.» Confirma que «la familia del Gral.
Torres recibió una indemnización económica del
Estado argentino en el marco de una decisión de enorme trascendencia, ya que
habría abierto la compuerta para la efectivización de posteriores
compensaciones a familias de víctimas del Plan Cóndor. Una parte de esos
recursos fueron entregados a una organización argentina defensora de los
derechos humanos y el resto a una Fundación, para preservar la memoria del
Gral. del Pueblo y la ejecución de proyectos sociales y de infraestructura en
beneficio de personas.» Torres cree que la reapertura de los procesos
permitirán avanzar en la investigación sobre el asesinato del Gral. Torres.
Jorge recuerda el proceso que intentó la familia
ante la justicia argentina en medio de dificultades y decisiones arbitrarias
que cerraron el caso. «En coordinación con Martin Sivak (periodista argentino)
se obtuvo el expediente de dicho proceso que fue utilizado en libros de
investigación periodística como del propio Sivak.
El carácter de los delitos cometidos durante la
década de los setenta los hace imprescriptibles. Lamentablemente, en Bolivia no
existió capacidad institucional ni voluntad política para llevar adelante una
investigación formal que pueda aportar elementos objetivos sobre una
participación de actores u organizaciones bolivianas en el asesinato del Gral.
Torres. En el año 1993, cuando se publicó el libro del periodista Anderson que
refería a una participación de efectivos militares bolivianos en su asesinato,
nuestra familia solicitó a la Fiscalía General de la República una
investigación formal que nunca se efectivizó», revela Torres .
Según el sitio oficial en memoria de Juan José
Torres resume el valor de los diez meses de mandato de “Jota Jota” (tal como lo
recuerdan los bolivianos): “La administración presidencial de Torres Gonzalez,
sustentada por el pueblo, auspició la reposición económica a los trabajadores
mineros afectados 5 años antes con una brutal rebaja de salarios, la
nacionalización del complejo minero Matilde (wolfang, plata, zinc y otros), la
recuperación de la supremacía estatal sobre el petróleo y el azúcar, el
establecimiento de una política de reordenamiento de la administración pública,
una mayor eficacia fiscal sobre las exportaciones, la liberación de todos los
presos políticos por causa de las guerrillas de Ñancahuazú y Teoponte, la
reparación patriótica – pecuniaria a los ex combatientes de la Guerra del
Chaco, el delineamiento de una política exterior no alineada y solidaria con
las luchas de los pueblos contra la dependencia colonialista y la opresión
militar, las negociaciones iniciales con el gobierno del presidente Allende de
Chile para el restablecimiento de una salida soberana al océano Pacífico y, en
suma, la garantía constitucional y revolucionaria para que las organizaciones
de la democracia popular y representativa se constituyan en Asamblea Popular.
Por primera vez desde la administración
presidencial del Libertador Bolívar no se persiguió ni presionó a nadie por sus
ideas políticas: Torres no detuvo a nadie. La oposición reaccionaria, por su
parte, no dejó a Torres un día de tregua. Los grandes intereses transnacionales
instrumentaron en su exclusivo favor toda la peligrosidad de la llamada
«doctrina de seguridad del Estado»; con ella apuraron el derrumbe de Torres y,
posteriormente, las caídas de los gobiernos democráticos de Chile, Argentina y
el Perú.
“El golpe gorila contra el régimen progresista
de Torres contó con el apoyo financiero del poder extranacional que dispuso,
incluso, combatientes callejeros no bolivianos. Forzado al destierro, el
hombre-símbolo de la dignidad boliviana, fue secuestrado en Argentina el 1º de
junio de 1976. Un día después de su secuestro, sus captores -La Triple A,
coordinada con la dictadura de Hugo Banzer Suáerez- abandonaron el cuerpo
acribillado de Torres en San Andrés de Giles, mas o menos a 120 kilómetros de
Buenos Aires. Torres tenía, a la hora de morir, 56 años de edad.”
Fuente: Revista Zoom