Por: Yunier Javier Sifonte Díaz
La oposición en Venezuela intenta legitimar sus
acciones también desde la comunicación.
Que Venezuela vive un golpe de Estado es una
verdad a voces. Apenas basta conectarse a Internet y las noticias sobre el país
aparecen enseguida. Ya sea en redes sociales, sitios especializados o en blog
personales, el tema se mantiene como uno de los más candentes por estos días. Y
como buen ejemplo de la guerra no convencional, los discursos mediáticos
contribuyen a fomentar estados de opinión y a defender un grupo por encima del
resto.
Mientras en las calles existe una relativa
calma, en el espacio ya no tan simbólico de los medios de comunicación aparece
un escenario diferente. Y en ese contexto, ¿cómo la derecha configura su
discurso para legitimar sus posturas? ¿Qué estrategias siguen los grandes
medios de comunicación opuestos a Nicolás Maduro para minimizar la acción del
gobierno y construir un escenario favorable a los intereses del grupo
encabezado por Estados Unidos y Juan Guaidó?
La derecha y los medios defensores de la
oposición venezolana utilizan varias estrategias discursivas para imponer
estados de opinión y justificar sus acciones. La omisión de detalles
relevantes, los intentos por contraponer —desde lo simbólico y lo ideológico—
las acciones y los objetivos del chavismo y la oposición, así como el empleo de
falacias y vaciar de contenido términos generalmente aceptados por la comunidad
internacional, representan algunas de
las tácticas más empleadas.
Un artículo publicado por The New York Times el
pasado miércoles muestra un ejemplo esclarecedor de cómo la contraposición
forma parte de ese entramado.
La narración del diario sobre el panorama
existente en la frontera colombo-venezolana describe cómo “en el lado
venezolano hay soldados, milicianos y misiles enviados por las fuerzas leales a
Maduro”. A su vez, la publicación cuenta cómo en el sector colombiano solo
existen “camarógrafos de medios noticiosos recién llegados y camiones llenos de
suministros”.
A nivel lingüístico —e incluso en el plano
simbólico—, ¿qué implica la presencia de soldados con misiles en cualquier
lugar del planeta? ¿Qué sensaciones deja un discurso donde el gobierno de
Nicolás Maduro está representado por elementos generalmente asociados a la
violencia, la muerte y la represión?
Contrario al discurso sobre las fuerzas
gubernamentales, ¿qué significan los periodistas y los vehículos con la “ayuda
humanitaria” apostados en el lado colombiano de la frontera?
En este caso, la contraposición de la guerra y
la paz, dos aspectos de fácil comprensión por todos los sectores sociales,
funciona para profundizar la ruptura entre ambos grupos y prácticamente
presentarlos como buenos y malos.
Siguiendo esa retórica, los defensores del
gobierno llevan implícitas características como la agresividad y la
intimidación, mientras quienes esperan del lado colombiano aparecen como
hombres de paz. Y para cualquier lector poco informado, no hacen falta más
criterios para decidir a quién apoya.
El discurso sobre la yuda humanitaria en la
frontera intenta presentar a Maduro y su proyecto como negado a cualquier
intento por solucionar los problemas.
Una táctica similar surge cuando el discurso
toma a Nicolás Maduro y Juan Guaidó como protagonistas. Un artículo del
periódico colombiano El Comercial muestra un buen patrón del intento por
enfrentar proyecciones políticas y los objetivos de ambos proyectos.
Según el rotativo, “Maduro ha obstaculizado la
entrada de asistencia humanitaria de emergencia para los venezolanos. Por su
parte, Guaidó ha agradecido la ayuda de países como Brasil y otras naciones de
América Latina”.
En este caso, la contraposición entre las
acciones de obstaculizar —por parte del gobierno— y agradecer —por parte de la
oposición— aumenta la brecha entre los
propósitos de ambos. De un lado, dibujan a Maduro y al proyecto que lidera
negado a cualquier intento por solucionar los problemas del pueblo. Del otro,
aparece un emergente líder político abierto a la cooperación con los países de
la región y a las iniciativas humanitarias.
Otra estrategia interesante en el discurso de
estos días sobre Venezuela se basa en la omisión de ciertos elementos
importantes. Así, por ejemplo, varios portales digitales, canales de televisión
y decenas de políticos, colocan como un gran éxito de Juan Guaidó el hecho de
ser reconocido como presidente por “Estados Unidos y otros 50 países”. Para
ellos, el apoyo de España, Canadá o Reino Unido es casi un argumento de
autoridad.
Sin embargo, esa tesis obvia que ese medio
centenar de naciones no es la mayoría en el planeta. Entonces, ¿qué subsiste
detrás de una táctica dirigida a enfatizar solo los aspectos positivos? ¿Por
qué desconocer a los otros casi 150 Estados pertenecientes a las Naciones
Unidas?
Más allá de una muestra sobre cómo entienden el
mundo ciertos políticos de derecha, surge también un intento por ocultar una
parte de la realidad inoperante para legitimar a Guaidó.
Junto a ello, la estrategia de omisión aparece
en el ocultamiento de la compleja situación que viven los pobladores de Cúcuta
—justo el sitio donde está pactada la entrada del mayor lote de “ayuda
humanitaria”—. También en la escasa explicación sobre la negativa de la Cruz
Roja Colombiana y de la ONU para participar en la distribución de los recursos.
Esos elementos no tienen importancia dentro de la parte de la realidad que
intenta potenciar la oposición.
Como parte de ese juego de percepciones y
construcción de realidades, la manera de describir las actividades de cada
grupo juega un rol esencial, sobre todo para ganar la aprobación de sectores
aun indecisos.
Así, por ejemplo, el concierto organizado por la
oposición es habitualmente catalogado como “gigantesco”, “una obra por el
futuro de Venezuela” o “un acto colectivo que hará vibrar a todos”. Sin
embargo, la presentación convocada por el chavismo generalmente recibe
calificativos de “farsa”, “montaje” y “manipulación”.
En concordancia, la prensa de derecha muestra al
concierto Venezuela Aid Live —el propio nombre recuerda al mundialmente
conocido Africa Aid Live— como un evento “organizado para beneficiar a
venezolanos que padecen escasez de alimentos y medicinas”. Mientras, se refieren
a su contraparte Manos fuera de Venezuela sencillamente como algo “ordenado por
Nicolás Maduro” o un “redundante show”.
Según los medios de la derecha, el concierto
organizado por el chavismo es un show, mientras su contraparte es un
megaconcierto.
En todas esas estrategias existe un elemento
común: la falacia. Como en todo buen discurso destinado a la manipulación
política, el uso de argumentos válidos solo en apariencia juega un rol
esencial. Es habitual encontrar en varios medios frases sobre cómo Nicolás
Maduro impide el acceso de la ayuda humanitaria, “porque niega que la nación
esté enfrentando una crisis”. Esa es una de las ideas más repetidas, pero
también una de las más equivocadas.
En múltiples ocasiones el chavismo ha reconocido
la existencia de serios problemas económicos en Venezuela, provocados en un
gran por ciento por las fuertes restricciones financieras impuestas por Estados
Unidos. Entonces, el gobierno impide la entrada de la caravana porque bien
pudiera convertirse en el pretexto para una intervención militar y porque
quienes la organizan son los principales responsables del actual estado de
cosas.
Mientras tanto, el uso de valores universalmente
reconocidos y apoyados, como la libertad, la democracia o el humanitarismo,
implica un intento por legitimar la violación de la legalidad, el desapego a la
Constitución y el olvido de las más elementales normas de convivencia política.
Son pequeñas estrategias que forman parte del
entramado mayor para construir un poder paralelo en Venezuela. En el actual
contexto de guerra mediática y fake news, pensar en planteamientos espontáneos
significa una utopía mayor.
Configurados casi al dedillo, creados a partir
de estrategias repetidas en otros escenarios, los discursos asociados a la
oposición venezolana siguen el mismo patrón de retórica mesiánica llevado a
cabo por Juan Guaidó desde su autoproclamación el 23 de enero. Ni muestran algo
nuevo, ni pretenden romper esquemas.
Fuente: CubaDebate