Por Teodoro Boot
Sin ser este un intento de crítica o de
polémica, la nota “¿El kirchnerismo ha muerto?” que Carlos Balmaceda publicó en
Identidad peronista
(https://www.identidadperonista.com/2018/02/13/el-kirchnerismo-ha-muerto/) ha
suscitado en quien escribe un sinnúmero de dudas e interrogantes y apenas un
puñadito de respuestas, parciales e imperfectas, a esas y otras dudas e
interrogantes.
El fantasma de Alvear
Uno nunca ha sido muy proclive a separar
kirchnerismo de peronismo. Ni viceversa. Sin Néstor y Cristina (dicho sea de
paso –porque si vamos ahora a señalarle la quinta pata al gato, hagámoslo en
serio–, dos dirigentes políticos que habían participado, y en forma muy activa
–hasta el punto de subir al enyesado Rafael Flores al avión de la gobernación
para que pudiera votar en la sesión de diputados–, en uno de los mayores
crímenes cometidos contra el país en lo que va de la historia del país como fue
la privatización de YPF –cuyo miembro informante fue Oscar Parrilli–, la
aniquilación de Gas del Estado y el descuartizamiento de Agua y Energía
Eléctrica), pero sin Néstor y Cristina ¿qué hubiera sido del peronismo sino una
federación de partiditos conservadores de carácter provincial o, en el mejor de
los casos, una nueva versión del alvearismo radical?
A propósito, durante la juventud de uno el
fantasma siempre presente era el peligro de “alvearización”, del que,
sorprendentemente, hoy no se habla. ¿Será que ese proceso tuvo lugar y el
peronismo ya fue alvearizado con cintita y moño?
De acuerdo a lo ocurrido durante los gobiernos
de Néstor y Cristina correspondería decir que no, que la alvearización no es
una realidad, pero de todos modos sigue siendo un riesgo siempre presente.
Porque ¿qué es lo que llamamos alvearización? El acuerdo, la componenda con el
Régimen oligárquico y antinacional, hasta el punto de mimetizarse en y con él,
adoptando sus modos, lenguaje, metodología, conceptos e ideología, un camino
que conjuntos más o menos importantes del peronismo intentaron recorrer del 55
a esta parte y, con mayor enjundia, desde la muerte de Perón.
(Otro tanto había pasado con el radicalismo
desde mucho antes de la muerte de Yrigoyen, primero con la disidencia
“antipersonalista” –que se separó de la UCR para formar un nuevo partido– y
luego con la facción interna encabezada por Marcelo de Alvear que acabó
apropiándose de la conducción y el espíritu de la UCR).
Que me falta un ojal, que me sobra un botón
El “problema” aquí (en comillas porque es
“problema” para la interpretación, pero no muy grave para la acción ni la
construcción, excepto en cuanto al esfuerzo de creación e imaginación que
demanda) es que siendo el kirchnerismo parte del peronismo, a la vez lo excede.
Plantear entonces que debe firmarse el certificado de defunción del
kirchnerismo (aun precedido del pronombre ese)¿no implicaría amputar aquella
porción que excede al peronismo? ¿Qué hacer con el resto, con la masa que ha
ido levando, si el molde resulta chico? ¿Dos pizzas diferentes? ¿No valdrá la pena
ampliar el molde, lo que en realidad podría implicar hacer un molde nuevo? ¿Es
a eso a lo que se le teme?
Se nos habla de volver a Perón (no Balmaceda,
pero esto no es un análisis ni una crítica a Balmaceda sino una enumeración
desordenada de interrogantes que la nota le ha despertado a uno, que sí habla
de “volver a los clásicos”). Pero a Perón, a esos “clásicos”, hay que volver
para reinterpretarlos, no para recitarlos; para releerlos con ojos actuales y
no con la mirada de hace diez, veinte o cincuenta años. Dicho esto por la
sorpresa que despierta la tentación, la tendencia incluso, a transformar a
Perón en un Cid Campeador de las pampas que atado al lomo de la doctrina gane
las batallas por nosotros.
Ganar estas batallas no es asunto de Perón –ni de
Jauretche, Scalabrini o Hernández Arregui– ni de la doctrina; es asunto de la
política y de quienes hoy pretenden asumir la dirección de un conjunto que –por
lo que se ve– no aspira a ser muy grande.
Dicho de otra manera: va hacia atrás, no para
adelante, en la creencia de que por influjo de alguna poción mágica todos los
dirigentes de 1País devengan peronistas y todos los votantes de ese
conglomerado, de Unidad Ciudadana y del Frente Justicialista vayan a
pronunciarse por un único candidato que, hipotéticamente, surgiría de esos
encuentros dirigenciales y/o de elecciones internas o Paso que lo resolverían
todo.
¿Por el solo hecho de surgir de un acuerdo entre
las distintas facciones peronistas, de “representar al peronismo”, ese
hipotético candidato va a despertar la expectativa general?
Y dicho sea de pasada ¿no cabría preguntarse por
qué razón a esa tan amplia y generosa “reunificación peronista” no fue invitado
Pino Solanas? ¿Alberto Fernández, Daniel Filmus o
Sergio Massa pueden exhibir
mayor trayectoria en el peronismo que Fernando Solanas? ¿Los aportes
conceptuales a la causa nacional de Daniel Arroyo, Florencio Randazzo o Victor
Santamaría han sido superiores a los de Alcira Argumedo? ¿O es que en esa
unidad de todos no están todos? ¿Y están seguros esos casi todos de que de un
acuerdo entre ellos podrá surgir quien exprese al votante marginal a la
política y marginado de la sociedad a quien, es más que obvio al menos en la
provincia de Buenos Aires, parece seguir expresando electoralmente Cristina
Fernández más que el “peronismo” o el “kirchnerismo” en cualquiera de sus
expresiones?
Pero aun contando con el apoyo explícito de
Cristina Fernández, ese hipotético candidato de los todos que no son todos
¿podrá despertar algún entusiasmo en ese sector juvenil politizado durante los
últimos años en base a esa insoportable macchietta que actualmente se cuestiona
de la administración anterior?
Pa que dentre
La lista de horrores y errores al divino botón
del gobierno anterior podría ser interminable y no se reducen a la errática
política de medios, los sobreactuados stand ups presidenciales o el discurso
lelo y absolutista de las pasionarias kirchneristas, que las hubo a raudales y
de ambos sexos.
Concebir Enarsa como un instrumento de negocios
y no como germen de una nueva empresa
nacional de energía es un error mucho más
grueso que el hablarse encima de Cristina, la soberbia canchera de Aníbal o la
sobreactuación permanente de Guillermo Moreno. El disgusto y la renuencia con
que se procedió a unas pocas estatizaciones merece aun mayores críticas que la
ingenua pretensión de que el Poder Judicial fuera a aceptar alegremente una
reforma que recortaba su poder, porque revela una concepción equivocada de la
sociedad, de la historia y de la estructura cultural y económica del país: los
servicios públicos y la energía deben necesariamente ser estatales, porque si
no son estatales estarán en manos extranjeras. Pero aun en el hipotético caso
de que estuvieran en manos de empresas nacionales, fuera de la necesidad de que
se responda a la pregunta ¿qué es lo que hace nacional a una empresa? (¿acaso
la condición de argentinos nativos o por opción de sus accionistas
mayoritarios? ¿sería eso suficiente? ¿en qué medida existe en nuestro país,
fuera de la clase trabajadora, una clase social cuyo destino esté
indisolublemente ligado al destino nacional?), nunca podrá existir una empresa
comercial que satisfaga las necesidades de alta inversión y baja rentabilidad
que requieren las empresas de servicios públicos. Es que su propósito no es el
lucro –razonable leit motiv de todo emprendimiento comercial– sino el servicio.
¿Vale la pena mencionar la cantidad de años
perdidos al cuete, sin encarar –sino tardía y muy débilmente– la reconstrucción
del sistema ferroviario, indispensable desde el punto de vista económico y
social y tan redituable simbólica y políticamente?
Junto a estas enormidades (pudiéndose enumerar
muchas más) la deficiente política de medios, el alquiler de empresarios y
periodistas mercenarios y el desprecio y ninguneo a lo propio y lo alternativo,
es poca cosa. O sería, acaso y si se permite la ironía, uno de los rasgos más
“peronistas” de los gobiernos de Néstor y Cristina.
Sin embargo, nada de esto, ni siquiera la
ausencia de una política y una estrategia energética, agropecuaria y minera, el
desinterés por el conservacionismo y la sustentabilidad productiva (de las que,
como para repartir en forma un cacho más equilibrada, ni Alberto Fernández, ni
Daniel Arroyo, Sergio Massa, Florencio Randazzo ni, muchísimo menos, el
secretario de Agricultura de Carlos Menem que fue Felipe Solá, pueden hacerse
los distraídos), nada de esto quita mérito a los tres mejores gobiernos que
tuvo el país de 1955 a esta parte, fuera del brevísimo y frustrado intento de recreación peronista
73-75.
En su medida y armoniosamente
No es cuestión de quitar mérito pero tampoco
exagerar en las críticas, especialmente cuando están fuera de momento y de
lugar: la crítica debe hacerse mientras sea tiempo de corregir el error o
cuando es útil para reflexionar sobre los fundamentos y las estrategias del
movimiento nacional. Por ejemplo, carece de la menor utilidad criticar el ciego
empecinamiento con que Perón porfió en su disputa con la Iglesia, convencido de
tener la razón –que la tenía, como la había tenido Roca– sin advertir que esa
porfía le sería fatal. O enumerar la cantidad de errores políticos que cometió,
que los cometió a bocha, en especial durante su segundo período de gobierno.
Similar utilidad y pertinencia tiene hoy hacerle la autocrítica a los gobiernos
de CFK.
Es igualmente descabellado adjudicarle a la
preocupación por sancionar la ley de matrimonio igualitario el supuesto o real
olvido, desatención o demora en resolver los problemas sociales. ¿Creerá
alguien que ese “kirchnerismo” que, al tiempo de no expresar a todo el
peronismo, a la vez lo excede, habría sido posible sin cierta relativa
preocupación gubernamental por los llamados “derechos de tercera generación”?
¿Y por qué pensar que los derechos de tercera generación son contradictorios
con los de segunda, y los de segunda generación con los de primera?
Es imprescindible devanarse los sesos para que
la libertad individual no sea antagónica con la justicia social, ni los
derechos sociales contradictorios con la libertad de casarse con el conocido
del vestuario o la compañerita de banco del colegio de monjas. Es que así como
los derechos humanos proclamados por las revoluciones norteamericana y francesa
resultan de realización incompleta si no son acompañados de los derechos de
segunda generación sancionados por el constitucionalismo social, los derechos
sociales son también incompletos sin los derechos de tercera generación, como
el derecho a la identidad cultural, a la paz, a la información, a gozar de un
medio ambiente sano o a hacer del propio culo un ramillete de freesias.
Esas no son “veleidades progresistas” sino
legítimas expectativas y necesidades de la sociedad contemporánea.
Anacronismos
Por otra parte ¿qué hay de malo hoy con los
“progresistas”? Quienes en nombre del peronismo insisten en pelearse con el
progresismo atrasan tanto o más que los funcionarios gubernamentales que se
pelean o fingen pelearse con indios y anarquistas.
Fue gracias al benemérito general Onganía que
progresistas, izquierdistas, radicales y peronistas quedamos igualados según el
más bajo denominador posible, el de Personal Civil
Bajo Sospecha. Y fue
entonces, gracias no sólo a Hernández Arregui, Jauretche, Ramos o Puiggros,
sino también –y fundamentalmente– al propio Onganía, que comenzó la llamada
“nacionalización de las clases medias”: de un día para el otro, todos quedaron
tan sin derechos como los peronistas lo habíamos estado desde diez años antes.
Fuera de que es necesario comprender que así
como el "progresismo" de 60 años atrás celebró a la Revolución
Libertadora y una parte significativa del “progresismo” actual acompañó, aun en
sus más difíciles momentos, a estos gobiernos peronistas que, por uso y
costumbre (y añadido de nuevos sujetos políticos y sociales) devinieron en
“kirchneristas”, también hay que entender que ahora por obra de Cambiemos y
esos seres bestiales que actualmente ocupan las más altas responsabilidades de
gobierno, progresistas, peronistas, peronistas kirchneristas, kirchneristas,
radicales alfonsinistas, socialistas de amplia gama, trotskistas,
nacionalistas, sindicalistas, transexuales, gays, lesbianas, villeros,
científicos, filósofos y hasta indios y anarquistas, volvimos a quedar
igualados según el más bajo denominador posible.
Es entonces el momento de “nacionalizar”, no de
discriminar. Y aunque algunos tontos y ciertamente excéntricos se empeñen en el
perturbadora costumbre de buscarle el pelo al huevo de Hugo Moyano (hay que
reconocer que sobre gustos no hay nada escrito) y el trotskismo activo y
orgánico no pierda oportunidad de ensañarse con nosotros, hay que comprender
que ya se les pasará, o se irán pasando ellos, por insistir en el anacronismo
porque ¿qué de "progresista" o "revolucionario" tiene
cuestionar a quien fuera un gran dirigente sindical justamente en el momento en
que ha decidido recuperar lo mejor de su historia personal y ponerse al frente
de la protesta social? ¿O qué de novedoso tiene criticar a un gobierno que ya
no gobierna? ¿A quién se puede conmover o convencer con tácticas tan tontas y
discursos tan ñoños?
Sindicatos y movimiento obrero
Se dirá que así como el trotskismo sólo se ocupa
de denostar al peronismo (y particularmente a los gobiernos kirchneristas, con
lo que parece mostrar más perspicacia que muchos neo-ortodoxos del peronismo),
el progresismo –y por su influencia, el propio “kirchnerismo”– incubaría un
prejuicio cerril contra el movimiento obrero.
Es posible que así haya sido, pero también sería
de gran utilidad que alguien pudiera explicar en forma satisfactoria qué es hoy
el movimiento obrero. ¿Es acaso el movimiento obrero ese conjunto heterogéneo
de sindicatos desagrupados en cinco, seis, o las que se vayan presentando,
“centrales” sindicales? ¿Y no es una incoherencia hablar de cinco centrales?
Como sea, pasando por alto que la existencia de
un movimiento obrero, además de la unidad supone la simultánea existencia de un
proyecto de poder propio o asumido como propio, convengamos que, ya sea por
influencia del prejuicio “progresista” o reaccionario del elenco gobernante,
por fallas de implementación, cerrazón mental o acaso soberbia, la política
gubernamental hacia el sindicalismo, al menos durante el último gobierno de
CFK, fue en líneas generales errónea, siempre distante y en ocasiones,
catastrófica.
Pero ¿no hubo en este cortocircuito ninguna
responsabilidad sindical? ¿Acaso el cortocircuito se produjo con todas las
organizaciones gremiales de la misma manera?
Pero más importante que eso, porque trasciende
la coyuntura y los cortocircuitos del último período de Cristina Kirchner,
¿estuvieron los sindicatos a la altura de las circunstancias durante, antes y
después de las administraciones “kirchneristas”? ¿Se mostraron atentos los
dirigentes sindicales al cada vez más creciente número de trabajadores
precarizados, desempleados y jubilados dejados a la buena de Dios? ¿Es la Ctep
un invento de cuatro politiqueros y vivillos? ¿Es acaso el mejor destino, la
más adecuada organización, la más promisoria perspectiva de los trabajadores
precarizados y desempleados? ¿No será, en cambio, la única opción que
encontraron esos trabajadores para suplir la ausencia, la defección de un
pseudo movimiento obrero más preocupado por proteger sus organizaciones que por
defender a los trabajadores? ¿Tuvieron políticas, tuvieron propuestas, tuvieron
verdadero proyecto de poder esos desorganizados conjuntos de sindicatos?
Ya que tan de moda está hacerle la autocrítica a
todo el mundo ¿no tienen nada que criticarse los dirigentes sindicales? ¿Lo han
hecho todo tan impecablemente? ¿Cómo es que demoraron más de treinta años en
descubrir la existencia de un número cada vez mayor, una verdadera fábrica de
trabajadores desempleados, marginados de la sociedad, carentes de futuro y
privados de los más elementales derechos, como no fueran los pocos que mal o
bien fue otorgando (o cediendo, dicho sea para tranquilidad del Partido Obrero)
ese gobierno inficionado de prejuicios “progresistas”? ¿Y cómo es que
habiéndolos descubierto, aunque fuera con demora –porque nunca es tarde cuando
la dicha es buena–, no atinaron los sindicatos a organizarlos y protegerlos?
¿Por qué esos desempleados, precarizados y marginados tuvieron que organizarse
a sí mismos o ser organizados por agrupaciones de origen político atentas al
drama social o vueltas “organizaciones sociales”? ¿Sólo los últimos gobiernos
de orientación popular son responsables de esta omisión? ¿Los sindicatos
existen únicamente para cobrar la cuota, organizar servicios de turismo y
administrar obras sociales?
Quienes hacen una defensa cerrada de la dirigencia
sindical por el mero hecho de ser dirigencia sindical, así como los que la
atacan por el mismo motivo ¿tienen la más remota idea de qué piensan al
respecto los jóvenes dirigentes y delegados y aun buena parte de los viejos
militantes y dirigentes sindicales?
En la mayoría de los sindicatos, muy
especialmente entre los jóvenes dirigentes y activistas, existe verdadera
consciencia de la necesidad de reformular la doctrina, la práctica y la
naturaleza de las organizaciones gremiales, en la convicción de que no es tan
imperioso defender al sindicato tal cual es, sino que lo que merece y justifica
la más firme defensa es el modelo sindical. Es necesario transformar la
práctica y la organización gremial para que sirva más cabal y eficazmente al
modelo de sindicato único –o más representativo– por rama de actividad, que es
justamente lo que está en riesgo y resulta más atacado por ser el instrumento
más eficaz para la defensa de los trabajadores.
Respecto a la confusión –por ignorancia o mala
leche– que reina sobre la verdadera naturaleza de ese modelo sindical ¿no
tienen los propios sindicatos una enorme responsabilidad? ¿Se han propuesto
explicarlo no sólo a los “progresistas” animados de prejuicios antisindicales,
sino al conjunto de la sociedad y aun a los propios afiliados?
Desde luego que no, de la misma manera que gran
parte de esos subconjuntos sindicales parecen no tener nada que decir ni
responsabilidad alguna sobre, para no abundar, nuestro deficiente sistema
nacional de salud, la ruina de los hospitales públicos, la creciente
privatización de la educación, la actual zozobra económica de las universidades
del conurbano cuya "cleintela" se recluta mayormente en la clase
trabajadora, los planes y criterios en la construcción de viviendas, la creación
de empleos, el fomento de cooperativas de trabajo o el amparo político,
orgánico, económico e ideológico a las empresas recuperadas.
Puede asegurarse que en base a una mirada
sesgada, a tanto equívoco, no es posible hablar ni reflexionar y ni mucho menos
actuar con un mínimo de seriedad.
El peronista Leandro Santoro
Y Balmaceda no tiene nada que ver, porque nada
ha dicho de estos temas, pero la culpa es suya, porque alguien tiene que ser el
culpable de todo. Y sí lo es de algunos despropósitos, porque hay algo mal en
su razonamiento cuando en tren de propugnar el abrazo, la consustanciación o
transmigración del kirchnerismo en el peronismo, cae en la desmesura de
calificar de peronista –¡peronista!– a Leandro Santoro, un alfonsinista casi de
manual, de indudable identidad radical, que moriría de un síncope cardíaco de
descubrir que Balmaceda lo considera peronista.
Y es aquí donde uno se pregunta ¿es que es acaso
indispensable ser peronista? ¿Dónde entran los que no lo son y comparten los
mismos ideales de emancipación nacional y justicia e igualdad social? ¿Surgirá
de la unidad básica Moisés Lebenshon la línea interna peronista Crisólogo
Larralde encabezada por el dirigente peronista Leandro Santoro?
En efecto, existe una tradición nacional y
popular no peronista, en algunos casos previa, en otros simultánea y en no
pocas oportunidades, enfrentada al peronismo, que el peronismo no atinó o no
pudo terminar de asumir como parte inseparable de su propia tradición. Es que
esta operación supondría alterar no sólo aquella tradición sino también la
tradición y la naturaleza misma del peronismo (seguramente es eso lo que
Balmaceda llama “abrazar dialécticamente”), cuyo acto fundacional consistió en
incorporar como propia la tradición sindical socialista y anarcosindicalista y,
a la vez, la tradición industrialista y nacionalista de lo mejor del ejército.
Ese peronismo que hoy se invoca, ya como palabra
mágica, ya como fenómeno inmutable y cristalizado, tuvo a lo largo de su
historia y desde el primer instante de su existencia, una enorme creatividad,
una intrepidez casi irresponsable y una voracidad y capacidad de asimilación y,
consecuentemente, de autotransformación, que resultan sorprendentes. ¿Está hoy
el peronismo realmente existente a la altura de su propia historia? ¿Ha sido
capaz de incorporar como propias al menos alguna de esas tradiciones paralelas
a la suya?
Hubo algunos tibios, imperfectos intentos...
pero por parte de ese kirchnerismo al que se le firma tan tranquilamente el
certificado de defunción. No otra cosa fue la deificación en vida de Raúl
Alfonsín, la invención de Unidad Ciudadana o la incorporación en papeles
estelares de los peronistas Leopoldo Moreau y Leandro Santoro.
El instituto Patria no son los padres pero, por
lo que se ve, Balmaceda tiene razón, porque tampoco es un faro irradiador de
verdades sino apenas una suerte de centro cultural, oficina política de la ex
presidenta y algunos de sus antiguos colaboradores, apto para presentaciones de
libros y espacio de conferencias, en cuyas inmediaciones las fans suelen
acechar la llegada
de CFK con la misma unción de quien aguarda en la entrada de
un recital la aparición de Charly García. Y es verdad que ese kirchnerismo,
explica Balmaceda, ya no tiene vigencia ni grandes perspectivas de futuro, pero
esto no implica suponer que las tenga el peronismo, este peronismo, por el solo
hecho de serlo.
El 44,3% de los argentinos de hoy tiene entre 15
y 44 años. Los más viejos de entre ellos tenían 20 años entre 1994 y el 2000.
¿Qué puede significar el peronismo para la mayoría de estos muchachos ¿Cuál fue
el peronismo que conocieron? ¿El de Carlos Saúl ? ¿el de Eduardo Duhalde? ¿el
de Jabón de Bidé? ¿el de Néstor? ¿el de Bossio? ¿o acaso el de Das Neves o
Cristina? ¿Qué puede significar un peronismo no kirchnerista para estos
compatriotas? ¿El discurso profundamente reaccionario y pronorteamericano de
Sergio Massa? ¿Las nostalgias cafierista o las setentistas? ¿Puede conmover a
alguien, más que a un grupo de militantes y activistas, el mensaje básicamente
internista de Florencio Randazzo, a veces tan a medio camino entre el
antipersonalismo de Vicente Gallo y el neoperonismo con pantalones largos del
doctor Matera? ¿La pose políticamente correcta, por no decir lobotomizada, de
los Abal Medina? ¿Las clases propias de Trabajo Social de Daniel Arroyo? ¿La
cómoda inanidad de Felipe Solá, tan propenso a hacerse el boludo, ahora a
título personal? ¿Alcanza con decir que algo o alguien es peronista para
despertar el entusiasmo de quienes no activan, de quienes no forman parte, de
los simples compatriotas a veces votantes y otras no?
Batallas perdidas
Al referirnos a la franja etaria que va de los
15 a los 44 años estamos hablando de dos generaciones, con sus propios
lenguajes, valores y “tradiciones”. ¿Es razonable intentar meterlas a
martillazos dentro de un corsé previamente construido –adaptar el pie al
zapato, se escandalizaría Mao– o resulta preferible centrarse en su “nacionalización” y “sensibilización social”?
De eso se trataría la dichosa batalla cultural
con la que tantos se llenaron la boca en los últimos años y creyendo patear al
arco se terminó mandando la pelota a la cabina de transmisión. Para unos podía
ser una disputa de sentidos, para otros, cuestión de revisionismos históricos,
asuntos a los que se dedicaron decenas de stand ups militantes, cientos de
conferencias, miles de sesudas páginas en libros y revistas y muchos más
minutos radiales y televisivos... mientras se nos colaba un elefante de
contrabando.
No se trata de una disputa de sentidos –excepto
que hablemos del “sentido común”– ni de
interpretación histórica o política,
sino de un debate, de una “batalla” si se quiere, en torno a los valores
morales sobre los que se funda una sociedad y las vidas de las personas,
individual y colectivamente tomadas. Más que citar y recitar a Jauretche,
Fermín Chávez, Hernández Arregui, Fidel Castro o Juan Domingo Perón, se
trataría de construir una sociedad basada, por ejemplo y como para no ir muy
lejos, en las Bienaventuranzas, porque es imprescindible anunciar a los que
tienen hambre y sed de justicia que serán saciados, los pobres en el espíritu y
a los perseguidos por causa de la justicia que recibirán el reino de los
cielos, a los mansos que heredarán la tierra, a los que lloran que serán consolados,
a los que trabajan por la paz que serán llamados hijos de Dios y a todos, sin
excepción, que antes pasará un camello por el ojo de una aguja que entrará un
rico en el reino del Señor. Porque sí, porque el pobre, el débil, el tullido,
el enfermo, el tonto, el viejo, el niño merecen ser protegidos. Pero ¿por qué?
Simplemente porque no concebimos a los hombres como factores de ninguna
ecuación económica sino como sujetos de derecho cuya libertad y dignidad deben
ser preservadas, y porque esa y no otra es una sociedad que merece y puede ser
vivida.
Pero al momento de preguntarnos si no tenemos
nada que anunciar al pueblo fuera de una reunión de dirigentes en busca de una
supuesta unidad, de nuevo estará aquí el riesgo de reducir todo a la cita y el
recitado, ahora del papa Francisco.
Tiene razón Balmaceda: “los militantes no
necesitan mantras sino doctrina”, a condición de que no se entienda como
doctrina a la cita y al recitado. Lo que el militante (y en mayor medida, el
dirigente) realmente necesita es la reflexión, el ejercicio del razonamiento
inductivo, el que va de lo particular a lo general, de la experiencia a la
generalización y no de la teoría o la doctrina a la realidad. Jamás el mantra,
pero tampoco el eslogan o la receta.
Tal vez la principal falta del período
kirchnerista no haya sido el sobrechamuyo sino la ausencia de razonamiento
inductivo, la creencia, real o fingida en algunos mitos que carecen de
fundamento, desde la existencia de un capitalismo razonable, de “rostro
humano”, o de algo todavía más incierto como la inevitabilidad de que una
burguesía “argentina” devenga en “nacional” y, mucho más inconcebible aun, la
creencia de estar gobernando Francia y no una semicolonia que necesita
urgentemente construir su propio sistema institucional, una institucionalidad
al servicio de la liberación y de la justicia social y no al servicio del
sometimiento y la desigualdad.
Ha sido una falta seria, pero no exclusiva de
las esferas gubernamentales ni tampoco del “kirchnerismo”. Por ejemplo, no se
observa esta discusión, esta necesaria reflexión en ninguna de las demás
expresiones del supuesto o real peronismo, incluida la de Leandro Santoro.
Y ya que de Francisco hablamos antes, no se
observa reflexión alguna que acerque a la realidad efectiva las advertencias y
recomendaciones de la Encíclica Laudato Si, a la que, por esas convenciones de
uso, se presta más atención (apenas un poquito más) que a las viejas y siempre
denostadas advertencias de Jorge Rulli, que tan imprescindibles resultan en momentos
en que la “civilización” arrastra al planeta entero hacia la autodestrucción.
Que se sepa, no ha surgido nada semejante de las reuniones de unificación de
este peronismo incompleto de la que tan mágicos resultados se espera, sin que
decir esto suponga restarle importancia o necesidad a dichas reuniones, aunque
más no sea para detener la acción destructiva de Cambiemos, su empecinamiento
en acabar, a toda velocidad, con lo poco de Argentina que a lo largo de doce
años de kirchnerismo –vale decir, de peronismo realmente existente– se había
podido reconstruir.
Audacia
Si tomáramos las elecciones legislativas de 2017
en provincia de Buenos Aires como un
modesto banco de pruebas, además de
comprobar que la división no parece dar los resultados deseados, y en el
hipotético caso de que Sergio Massa, Margarita Stolbizer y la totalidad de sus
votantes pudieran considerarse algo semejante a peronistas, tendríamos que ese
supuesto peronismo o panperonismo surrealista habría cosechado 4.848.743 votos,
de los cuales 3.348.210 pertenecerían a una Unidad Ciudadana representada
centralmente por Cristina Fernández de Kirchner. Esto es, el 69, 05% del total
de votos “peronistas”.
¿No resulta un tanto aventurado, por no decir
atrevido, determinar la desaparición de ese kirchnerismo que obtuvo el 70% de
los votos cosechados por un peronismo que incluye a Margarita Stolbitzer y el
ex alcalde Rufolf Giuliani traducido por la Embajada para uso y beneficio de
Sergio Massa?
En todo caso, podríamos convenir en la
peligrosidad de firmar el certificado de defunción de quien está dormido o, a
lo sumo, groggy. Pudiera ocurrir que algo tan previsible y natural como que el
groggy se espabile o el dormido despierte, fuera tomado como un milagroso
anuncio de resurrección y vida eterna.
No parecería ser ese el mejor camino hacia una
reflexión profunda y una autocrítica creativa y sincera.
Pero ya se sabe, todo –incluida la extensión de
este escrito – es culpa de Balmaceda.
Fuente: Pájaro Rojo