Por Chris Hedges
El
peligro más siniestro al que nos enfrentamos no viene de la supresión de la
libertad de expresión a través de la destrucción de la Neutralidad en la Red o
de los algoritmos de Google, que mantienen alejada a la población de aquellas
webs de contenido izquierdista, disidente, progresista o antibélico. No viene
tampoco de una reforma de los impuestos que abandona cualquier pretensión de
responsabilidad fiscal, enriquece a las corporaciones y a los oligarcas y
allana el camino para el desmantelamiento de programas como el de la Seguridad
Social. No viene de la explotación de tierras colectivas para beneficio de la
industria minera y de los combustibles fósiles, ni tampoco de la aceleración
del ecocidio por parte de una legislación medioambiental demoledora, ni por la
destrucción de la educación pública. Tampoco viene del despilfarro de fondos
federales para inflar el presupuesto militar mientras el país colapsa
económicamente, ni del uso de sistemas de seguridad doméstica para criminalizar
la disidencia. El peligro más siniestro al que nos enfrentamos viene de la
marginalización y destrucción de aquellas instituciones que - incluyendo los
tribunales, la academia, los cuerpos legislativos, las organizaciones
culturales y los medios de comunicación-
en su día garantizaban que el discurso público se anclaba en la realidad
y en los hechos, nos ayudaban a distinguir entre la verdad y la mentira y
promovían la justicia.
Donald
Trump y el actual Partido Republicano representan la última etapa en la
emergencia del totalitarismo corporativo. El saqueo y la opresión se justifican
por la mentira permanente, un tipo de mentira distinto de las falsedades y
medias verdades proferidas por políticos como Bill Clinton, George W. Bush y
Barack Obama. La mentira política que empleaban estos dirigentes no se dirigía
a eliminar o anular la realidad, sino que era una forma de manipulación. Cuando
Clinton promulgó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, prometió
que “el TLCAN [NAFTA por sus siglas en inglés] significa más empleo, empleo
americano y empleo americano bien pagado”. George W. Bush justificó la invasión
de Irak porque Saddam Hussein supuestamente poseía armas de destrucción masiva.
Pero ni Clinton siguió fingiendo que el TLCAN [NAFTA] era beneficioso para la
clase obrera cuando la realidad mostró lo contrario, ni Bush continuó simulando
que Irak tenía armas de destrucción masiva después de que no se encontrara
ninguna.
La
mentira permanente no está circunscrita o limitada por la realidad, sino que se
perpetúa incluso frente a una evidencia abrumadora que la desacredita. Es
simplemente irracional. Aquellos que hablan el lenguaje de la verdad y de los
hechos son atacados y acusados de mentirosos, traidores y proveedores de
noticias falsas; y una vez las élites totalitarias acumulan suficiente poder
(un poder ahora garantizado por la supresión de la Neutralidad en la Red), son
alejados de la esfera pública. La férrea resistencia a reconocer la realidad
(independientemente del grado de transparencia con que esta se presente) por
parte de aquellos envueltos en la mentira permanente crea una psicosis
colectiva.
“El
resultado de una sustitución sólida y total de la mentira por la verdad fáctica
no es que la primera es aceptada como lo verdadero y la verdad es difamada como
si fuera una mentira, sino que el sentido en que nos orientamos en el mundo
real – y la categoría de lo verdadero frente a lo falso es uno de nuestros
medios mentales encaminados a este fin – se está destruyendo”, escribió Hanna
Arendt en “Los orígenes del totalitarismo”.
La
mentira permanente convierte el discurso político en un teatro absurdo. Donald
Trump, que ya mintió acerca del número de asistentes a su investidura pública
como presidente a pesar de las evidencias fotográficas, insiste ahora en que,
en relación a sus finanzas personales, va “a ser asesinado” por una reforma
fiscal [la célebre tax bill] que en realidad le ahorrará a él y a sus herederos
más de mil millones de dólares; el Secretario del Tesoro Steven Mnuchin afirma
que posee un informe que demuestra que los recortes fiscales se pagarán por sí
mismos y no aumentarán el déficit – a pesar de que dicho informe nunca llegó a
existir; y el Senador John Cornyn nos dice, contrariando toda evidencia
fáctica, que “no se trata de una reforma diseñada ante todo para beneficiar a
los ricos y a los grandes negocios”.
Al
mismo tiempo, dos millones de acres [alrededor de ocho mil kilómetros
cuadrados] de tierras públicas, están siendo entregados a la industria minera y
de los combustibles fósiles mientras Trump insiste en que dicho traspaso
significa que “las tierras públicas serán una vez más para uso público”. Cuando
los ecologistas denuncian que se trata de un robo, el republicano Rob Bishop
acusa su posición crítica de “falsa narrativa”. Tras terminar de manera
efectiva con la Neutralidad en la Red y la libertad de expresión en Internet,
Ajit Pai, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones [FCC], comenta
que “se ha demostrado que aquellos que sugerían que internet tal y como lo
conocemos está a punto de desaparecer, están equivocados…Tenemos un internet
libre que sigue avanzando ”. Y en los
Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, frases como “basado en
evidencias” y “basado científicamente” están prohibidas.
La
mentira permanente es la apoteosis del totalitarismo. Ya no importa qué es
verdadero. Solamente importa qué es “correcto”. Las cortes federales se están
llenando con jueces imbéciles e incompetentes al servicio de la “correcta”
ideología corporativa y de las rígidas costumbres sociales de la derecha
cristiana. Simplemente desprecian la realidad, incluyendo la ciencia y el
Estado de Derecho; pretenden desterrar a aquellos que viven en un mundo con
principios de realidad definidos por la autonomía moral e intelectual. La norma
totalitaria siempre destaca lo brutal y lo estúpido, y estos idiotas en el
poder no tienen metas ni filosofía política alguna: solamente usan clichés y
slogans - la mayoría de los cuales son absurdos y contradictorios- a fin de justificar su codicia y ansias de
poder. Y esto es tan válido para la derecha cristiana, que está ocupando el vacío
ideológico de la administración Trump, como para los corporativistas que
predican el neoliberalismo y la globalización. La fusión de los corporativistas
y la derecha cristiana es el matrimonio entre Godzilla y Frankenstein.
“Los
políticos corruptos ni siquiera necesitan comprender las consecuencias sociales
y políticas de sus comportamientos”, escribió el psiquiatra Joost A.M. Meerloo
en “La violación de la mente: la psicología del control mental, el menticidio y
el lavado de cerebro”. “No están impulsados u obligados por una creencia ideológica,
independientemente de cuánto la racionalicen para convencerse a sí mismos de
que sí lo están, sino por las distorsiones de sus propias personalidades. No
están motivados por un impulso dirigido a servir a su país o a la humanidad,
sino por la abrumadora necesidad y compulsión de satisfacer los anhelos de sus
propias estructuras de carácter patológicas. Las ideologías que declaman no son
metas reales, sino solamente los mecanismos cínicos por medio de los cuales
estos hombres enfermos esperan obtener cierto sentido personal de valor y
poder. Estas sutiles mentiras internas les hacen ir de mal en peor: autoengaños
defensivos, una visión distorsionada, ausencia de identificación emocional con
los otros, degradación de la empatía – la mente tiene muchos mecanismos de
defensa con los que cegar la conciencia.”
Cuando
la realidad es reemplazada por los caprichos de la opinión y el oportunismo, lo
que es verdadero un día, a menudo es falso al siguiente. La consistencia se ha
descartado. La complejidad, los matices, la profundidad, son reemplazados por
la creencia simplona en la amenaza y la fuerza bruta. Es por esto que la
administración Trump desprecia la diplomacia y está destruyendo el Departamento
de Estado. El totalitarismo, escribió el novelista y crítico social Thomas
Mann, es, en su núcleo más profundo, el deseo de un simple cuento popular. Una
vez este cuento popular sustituye a la realidad, la moral y la ética son
abolidas. “Aquellos que te pueden hacer creer los despropósitos más absurdos,
pueden hacerte cometer las mayores atrocidades”, advirtió Voltaire.
Las
élites corporativas, que incluso en el mejor de los tiempos (sic) jugaron sus
cartas contra la gente de color, los pobres y la clase obrera, ya no lo hacen
siguiendo regla alguna. Los lobistas, los políticos comprados, los académicos
serviles, los jueces corruptos y las celebrities de los informativos de
televisión, dirigen un Estado cleptocrático definido por el soborno legalizado
y la explotación desenfrenada. Las élites empresariales escriben leyes,
regulaciones y reformas para expandir el saqueo de las corporaciones, al mismo
tiempo que imponen una deuda que esclaviza y paraliza a la población, como por
ejemplo la enorme carga de los préstamos universitarios en los estudiantes; sus
medidas austericidas desmantelan los servicios estatales y municipales, como es
el caso de la sanidad y la educación pública. Aun así, insisten en que la
solución a nuestros problemas se encuentra en las instituciones que ellos
mismos han degradado y corrompido; nos piden que invirtamos tiempo y energía en
campañas políticas y en apelaciones a los tribunales. Intentan atraernos a su
mundo esquizofrénico, donde el discurso racional ha sido sustituido por la
charlatanería. Nos piden que hagamos justicia en un sistema diseñado para
perpetuar la injusticia. Se trata de un juego al que nunca podemos ganar.
“Toda
dignidad reside en el pensamiento” escribió Pascal. “Es al pensamiento a quien
debemos confiar nuestra recuperación, no al espacio o al tiempo, los cuales
nunca podríamos llenar. Esforcémonos entonces en pensar bien; este es el
principio básico de la moralidad”
Hay
que enfrentar al poder con más poder. Debemos construir instituciones y
organizaciones paralelas que nos protejan del asalto empresarial y resistan a la
dominación de las corporaciones. Debemos distanciarnos lo máximo posible de
este Estado vampírico. Cuantas más comunidades autónomas podamos crear, con sus
propias divisas e infraestructuras, más podremos dañar a la bestia corporativa.
Hay que establecer cooperativas de trabajadores, sistemas locales de suministro
alimentario basados en dietas veganas y organizaciones culturales, artísticas y
políticas independientes. Tenemos que obstruir por cualquier medio posible el
asalto de las corporaciones, desde el bloqueo directo de gaseoductos y pozos
destinados al fracking, a la ocupación de las calles a través de actos de
desobediencia civil contra la censura y el ataque a las libertades civiles, o
la creación de “ciudades santuario”. Y todo ello deberá realizarse como siempre
se ha hecho: construyendo relaciones personales y cercanas. Quizás no seamos
capaces de salvarnos a nosotros mismos - sobre todo por el rechazo de las
élites a hacerse cargo de los estragos del cambio climático- pero podemos crear
espacios de resistencia donde la verdad, la belleza, la empatía y la justicia
perduren.
Chris
Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer, autor de best sellers del
New York Times, fue profesor de la Universidad de Princeton. Pasó casi dos
décadas como corresponsal extranjero en Centroamérica, Oriente Medio, África y
los Balcanes.
Fuente:
https://www.truthdig.com/articles/permanent-lie-deadliest-threat/
Traducción:
Iker Jauregui