N. R. de Utophia.- El periodismo colabora con la violencia desatada
desde el Estado afianzando un vocabulario estigmatizante respecto a las
comunidades originarias.
Un asesinato
por la espalda de un joven desarmado se convierte, gracias a este aporte
periodístico, en un “enfrentamiento”.
“RAM”, Resistencia Ancestral Mapuche, pasa a ser
sinónimo de violencia indígena y “antiargentino” es la carnada para que las
Fuerzas Armadas se lancen a la caza del “enemigo interno”.
El poder de las palabras
Por Irina Hauser
Sería bueno, para decirlo suavemente, que
quienes ejercen el periodismo dejen de colaborar con el afianzamiento de un
vocabulario estigmatizante respecto de las comunidades originarias (y quienes
las apoyan) que no hace más que aportar a la justificación de la violencia por
parte del Estado, lo que pone en peligro los derechos básicos de todas las
personas.
“Enfrentamiento”: Es una de las palabras más
gastadas en los últimos días a raíz del asesinato de Rafael Nahuel, que ayudaba
a la comunidad Lof Lafken Winkul Mapu en la zona del Lago Mascardi. ¿Cómo
hablar de enfrentamiento frente a una escena en la que sólo la Prefectura tira
balas de plomo y muere un joven por un disparo que entra por la espalda, desde
abajo? Eso se llama ataque. “No vi que volara siquiera ni una piedra desde
donde estaban los mapuches, sólo sus gritos pidiendo que pararan”, relató un operador
turístico que vio todo de casualidad. A la comunidad le secuestraron cuchillos
de sus ceremonias y hondas de revoleo. Ni un arma de guerra, como dijo la
ministra Patricia Bullrich. El día del desalojo fueron detenidas mujeres y
niños. “Enfrentamiento” fue una de las palabras más usadas para disfrazar y
justificar los crímenes del terrorismo de Estado.
“RAM”:
Ahora los pueblos originarios son RAM,
Resistencia Ancestral Mapuche, una equiparación que se usa en forma
peyorativa para hacer creer que todos los indígenas son violentos. Es un
concepto que utiliza el Gobierno en los discursos y que los medios replican. Si
tal organización existe, es minúscula y es inadmisible igualar con ella a todas
las comunidades. Es no entender, o no querer comprender, la problemática de los
pueblos originarios cuyo derecho a la tierra está reconocido por nuestra
legislación. En la Constitución el artículo 75, inciso 17, les reconoce -por
ejemplo-la preexistencia étnica y cultural, personería jurídica así como “la
posesión y propiedad comunitaria de las tierras que tradicionalmente
ocupan”. A estas comunidades la
historia les pasó por encima y barrió sus derechos por siglos. Son la extrema
pobreza, no son RAM. A la luz de la Constitución a nadie se le debería pasar
por la cabeza que un empresario norteamericano tiene más derechos que ellas.
“Antiargentino”: Otro término de raíces
dictatoriales que resucita, expandido en las redes sociales; se usa para
fomentar la teoría del “enemigo interno”, que encarnada en el pueblo mapuche u
otros hermanos ofrecen supuestos argumentos para justificar la nueva tarea de
las Fuerzas Armadas, que a falta de conflictos externos no tendrían grandes
razones de ser. Cada vez que se señala al “narcotráfico” y al “terrorismo”,
como ocurre en tantos discursos de funcionarios y también el Poder Judicial,
subyace esa idea de militarización. Además, el concepto oculta a quienes podría
cuadrarle mejor esa definición, que son los empresarios terratenientes
extranjeros que arrasan con lo nuestro pero son aliados del poder de turno.
“La violenta toma” de los “rebeldes”: frase que,
palabras más o menos, se lee en todos los diarios todos los días. ¿Qué es más
violento? Un agente que dispara un arma letal o un indígena que tira una piedra
para defenderse y sostener una protesta. ¿Dónde empieza la violencia? ¿No es
violencia el arrebato de las tierras y derechos? ¿La pobreza no es violencia?
¿Cómo se puede hablar de rebeldía si el diálogo como iniciativa del aparato
estatal empieza recién después de que un joven es asesinado por una bala de sus
fuerzas.
“Mapuche=terrorista y ¡¡Kurdo!!”: Esta semana el
diario Clarín publicó que “un informe reservado alerta sobre grupos violentos
en la Patagonia” y habla de vínculos con grupos chilenos y nexos con la
guerrilla kurda. Dice que los mapuches se relacionan con un líder kurdo que
ubica físicamente en Palermo… pero resulta que está preso en Turquía desde
1999. Ni el mínimo chequeo, la mentira para alimentar la imagen del enemigo,
que no es más que la pobreza extrema.
Está construcción discursiva la vimos con
claridad mientras transcurría la búsqueda de Santiago Maldonado (que también
era terrorista, o hippie, se multiplicaba en caritas con rastas en pueblos
enteros o estaba en Chile en un 20 por ciento) a fuerza de la insistencia de su
familia. Su muerte en plena acción solidaria es un punto en común con la de
Rafael Nahuel. Un rasgo notable.
Esta lógica de la mentira con aspecto de verdad
que se va inoculando en el inconsciente colectivo (algunos la llaman posverdad)
está en expansión en todos los órdenes. En los temas judiciales es palpable,
pese a que se trata de un poder del Estado que en teoría debería ejercer la más
transparente búsqueda de la verdad. Pero ahora a Alberto Nisman lo mataron
(porque lo dice, qué curioso, un informe de Gendarmería que contradice a los
más prestigiosos forenses), se puede encarcelar gente sin juicio (en especial
si adscriben al kirchnerismo o si son manifiestan por #Niunamenos o por la
verdad sobre Maldonado) y todo parece parte de la normalidad. Hasta es normal
que la Unidad de Información Financiera ayude a zafar a los poderosos o la
Oficina Anticorrupción difunda que no hay delito en el uso de las empresas
offshore. Una de las cosas más perversas que ocurren en estos tiempos es el uso
del Derecho como fachada de grandes atrocidades. Debería ser una guarida, pero
es un potencial puñal en la espalda.
Los periodistas tenemos poder para alimentar ese
monstruo que se usa para justificar desde recortes de derechos hasta acciones
sangrientas y para consolidar una realidad mentirosa. Pero si queremos, si
entendemos sus peligros, también tenemos poder para desarmarlo.
Fuente: Página 12