El indio de los manuales escolares es
harapiento, vive en una choza, mal alimentado y, por todo esto, no puede querer
ser quien es. No hay en ese sujeto felicidad ni lucha posible. Su contrapartida
es "el indio trucho" de Lanata. Su realidad es compleja: deben
disputar sus territorios con cadenas hoteleras internacionales, con campos de
golf y con magnates. Lo que casi nadie dice es que en pocas semanas perderá
estado parlamentario la ley de emergencia 26160 que les da derecho sobre sus
tierras.
¿Dónde quedaron esas hermosas crónicas
folklorizantes de Mario Markic? Esos hombres y mujeres del pasado, que
permanecían en recónditos parajes, sin acceso a medios de comunicación y muchas
veces tampoco a recursos básicos como el agua potable. Esos hombres y mujeres
que exudaban tiempo pretérito, pobreza “digna” y la más completa distancia.
Esos sí eran indios. Cuando son pobres y despojados, los indios no están tan
mal.
La mayor potencia de ese relato reside,
justamente, en que nos ofrece un sujeto indígena igual al que relató la
historia canónica de la Argentina. El indio de los manuales escolares es en
blanco y negro, es harapiento, vive en una choza, mal alimentado y, por todo
esto, no puede querer ser quien es (Novaro 2003). No hay en ese sujeto felicidad
ni lucha posible. Su contrapartida es “el indio trucho” de Lanata. Que
representa valores e ideas que no están en ese imaginario. Algo pasó en ese
canal o en sus dueños, para mostrar a los indígenas como similares al ISIS,
entrenados por las FARC y mucho más.
El programa presenta a un hombre indígena,
Facundo Jones Huala: joven, limpio, preparado, firme incluso preso y tras una
huelga de hambre. Pero lo aborda en una discusión, dónde el periodista lo reta
y lo chicanea desde el comienzo. Jones Huala pide desde el inicio que se pacten
ciertas condiciones de la entrevista, cosa que el entrevistador evita porque ya
dio inicio a la filmación de la nota. Sobre ese eje se produce una conversación
en desigualdad. El entrevistado es tratado como un loco peligroso, que ostenta
una identidad infundada y persigue a la propiedad privada. Jones Huala se ocupa
de deslindar algunos elementos. Por ejemplo, diferencia propiedad privada de
latifundio. Pero cuando eso pasa, el entrevistador arremete con mucha agresividad
y virando el tema. Luego en el piso, la nota es sumada al tratamiento de otros
dos casos con los que se pretende hacer sistema a la idea de que los indios
(tal como se lo nombra con desparpajo) son personas que utilizan
instrumentalmente un recurso del Estado y nada más.
Lo que organiza la cruzada mediática es el miedo
de las elites terratenientes a que estos indios tengan derechos, acceso a la
tierra por derecho y que eso los perjudique por primera vez en la historia del
Estado. Un Estado que siempre les perteneció.
Argentina tiene, desde 2006, una ley de
regulación territorial para la población indígena que representa un modelo
inmensamente progresista para la región. La Ley 26160, declara “la emergencia
en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan
las comunidades indígenas originarias del país”. La forma real de este
procedimiento se dio a partir de relevamientos técnico —jurídico— catastrales
de las tierras, lo que supuso en la práctica que un conjunto de profesionales y
técnicos trabajaran junto a comunidades y organizaciones afines en el proceso
de identificación, demarcación y solicitud de regulación territorial. La inmensa cantidad de reclamos vigentes da
cuenta de que el proceso iniciado no fue completo ni perfecto. Pero evidencia
también, que en ese proceso fue muy sencillo para muchas comunidades demostrar
la ocupación ancestral. Es decir, ellos existían.
La magnitud de los reclamos, así como la demora
en los procedimientos, llevó a que la ley de emergencia se prorrogara en dos
oportunidades con fecha de caducidad en noviembre próximo. Y estamos ahora, en
las puertas de una nueva prórroga que debería tratarse en el senado nacional en
los próximos días. Y quizá sea este
evento, el que estimule operaciones mediáticas a las que asistimos. La Ley
26160 no es sino un elemento necesario para hacer cumplir una regulación
constitucional. En el artículo 75, inciso 17, de la Constitución Nacional
Argentina se reconoce la preexistencia étnica y cultural de los pueblos
indígenas argentinos, se garantiza respeto a su identidad y a la posesión y
propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan de modo tal
que aquellas no podrán ser enajenables, transmisibles, ni susceptibles de
gravámenes o embargos. Del mismo modo, garantiza otros derechos que se han
impulsado como la Educación Intercultural Bilingüe.
¿Pero los indios no eran entonces apenas
punteros políticos que quieren la tierra para después venderla? ¿No la quieren
como atributo comercial? Mas allá todavía fue Jorge Lanata: ¿no la van a hacer
producir? Esa es otra de las aristas de esta cruzada. Si las tierras indígenas
pudieran comprarse o arrendarse, no se gastarían ni un minuto de TV. Pero
resulta que los indios “truchos” quieren sus tierras para producir con fines de
subsistencia. Y, en muchos casos, se niegan a industrias extractivas o
contaminantes, y nunca la utilizan al modo capitalista.
La pregunta subyacente, y que quienes trabajamos
con indígenas hace muchos años hemos escuchado miles de veces es ¿y para que
necesitan tanta tierra si no la usan? La respuesta es que ellos reproducen un
modo de vida, que no necesariamente implica usar la tierra. Ese modo de vida
está amparado en regulaciones internacionales a las que Argentina adhiere en la
medida en que “sale al mundo” como tanto les gusta decir.
Ese marco regulatorio es el Convenio 169 de la
OIT, una regulación específica para poblaciones indígenas y tribales. Actúa a
modo de declaración de principios respecto de cómo deben intervenir los estados
para propiciar un acceso igualitario a recursos materiales y simbólicos para
poblaciones que han sido sometidas de modo persistente. Los estados miembros
deben hacerse eco de estas reglamentaciones como requisito para formar parte de
un concierto internacional donde circula, entre otras cuestiones,
financiamiento específico. La dinámica internacional de reparación de los datos
históricamente ocurridos a estas poblaciones trae muchas veces conflictos al
interior de las organizaciones indígenas. Uno de los primeros elementos del
Convenio 169 es justamente la necesidad de que los sujetos puedan dar cuenta de
su identidad. Y este es otro de los puntos más complejos del abordaje mediático
de los “indios truchos”. La alusión a formas de “certificación” de las
identidades que pendulan entre lo racista y lo xenófobo. Racista, cuando
persigue que se esgrima una identidad esencial heredada, la misma identidad de
la que se mofa comparando un linaje, una familia de parentesco, con cierta
aristocracia. Xenófoba cuando exige cierta lengua o práctica religiosa
insignia.
Tendríamos que acercarle a la producción del
programa los datos de relevamiento de sangre que permitieron documentar, a
partir del ADN mitocondrial, que un 56% de la población argentina tiene
antepasados indígenas (Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la
Universidad de Buenos Aires, Dr. Daniel Corach, cátedra de Genética y Biología
Molecular UBA- Investigador Conicet). Si de sangre se tratara… pero la
identidad no va por ahí.
Cuando se pretende que el otro manifieste su
identidad es necesario tener en cuenta en qué marco se coloca esa identificación. Si los argentinos descendimos de los barcos,
como elemento positivo del proceso, ¿quienes serían estos otros?
Necesariamente, en dicho proceso se está subalternizando a las poblaciones que
no lo hicieron. Se las coloca en un lugar de inferioridad reforzado por las
imágenes de lo indígena asociado a un pasado desposeído, perdedores frente a
los europeos de todo lo que tenían, y por el sinnúmero de lugares comunes que
asocian lo indígena con referencias negativas: “es un indio” es la referencia más
común al comportamiento inadecuado de un niño en las instituciones, educativas
por ejemplo. O, lo que es lo mismo, “le falta el arco y la flecha”.
Pero no tenemos buenas noticias para quienes se
protegen con comodidad en estos discursos porque las identidades indígenas en
Argentina se encuentran en un proceso de fortalecimiento y reconocimiento de
importantes magnitudes.
La visibilización de esas identidades, en el
marco del otorgamiento de los derechos constitucionalmente sostenidos, dio la
posibilidad a muchas personas de reconocer su identidad indígena, solapada por
años en el marco de identidades campesinas. Los estudios respecto de la
identidad dan cuenta de procesos dinámicos de identificación en los que las
identidades mutan, cambian, se conforman. Procesos de reconstrucción de
identidades y, a la vez, de lazos identitarios.
Entonces, la historia canonizó el relato según
el cual descendemos de los barcos al mismo tiempo que consolidaron las ideas de
conquista del desierto, como infame metáfora de las terribles matanzas. Como
corolario, se agregan las referencias negativas de lo indígena. ¿Quién podría,
en ese marco, hacer referencia a su identidad indígena, o la de su abuela? Las
lenguas, las prácticas, las ceremonias, las historias, los remedios, las
referencias al territorio, y todo el conjunto de conocimientos ancestrales
circuló de modo “clandestino” entre generaciones. Y eso sucede con todas las
identidades que son subalternizadas por la fuerza primero y por sentido común
después. Se mantienen en un estado de latencia que al final emerge más tarde o
más temprano. Las identidades no se matan.
Pero a su vez las identidades no se transitan
todas del mismo modo. No necesariamente se militan o se niegan. Las personas
tenemos derecho a habitar nuestras identidades de distinto modo, hacerlo en el marco de nuestros derechos y
cambiar esas manifestaciones por diferentes motivos. Porque las personas no
somos algo en sí y para siempre, sino que atravesamos transformaciones que nos
acercan o distancian con ciertos elementos que nos constituyen. Y los indígenas
también. Pueden militar sus causas, o simplemente vivir su utopía cotidiana.
Pueden hablar su lengua materna, o aprender inglés sin que ello los lesione o
denigre. Pueden estudiar en la universidad sin que ello los trasvista. El
periodista que pregunta jocosamente ¿Vos sos india? a una joven, fuera de su
comunidad, espera la respuesta de un militante y recibe la respuesta tímida de
una chica.
Para visibilizar lo subalterno, los
especialistas diseñaron la pregunta 44 del Censo Nacional de Población y
buscaron la forma de recuperar información sin violentar a los sujetos. Allí,
en la protección que da el hogar, se consultó a las personas si eran indígenas o descendientes de indígenas sin
temor a ser señaladas. El 2,4% de los argentinos se declaró indígena o
descendiente de algún pueblo originario (INDEC 2010) utilizando de
auto-reconocimiento de la pertenencia y/o la ascendencia. Un porcentaje
significativamente mayor que en otros países de la región como Brasil dónde el
0.47 % de la población es reconocida como indígena (con otras formas de
medición, cabe aclarar- Censo IBGE
2010). Esto no solo es fruto de la
posibilidad de auto-reconocimiento individual, sino de procesos de
reconocimiento de colectivos que habían sido considerados extintos por la
historia canonizada (por caso, la población huarpe o charrúa).
La falacia de fondo es negar el impacto del
contacto. Negarlo afirmando que todos murieron y que, por lo tanto, quienes
quieran reconocerse indígenas en la actualidad no son sino copias ilegales. El
contacto, brutal y permanente, ha dado como resultado sujetos con realidades
sumamente complejas que deben disputar sus territorios con cadenas hoteleras
internacionales, con campos de golf y con magnates. Amparados por convenios
internacionales, pero que pueden desaparecer en un zanjón. “Hiperreales”, no
son un modelo ni expresan la ilusión de lo que creemos deberían ser (Ramos
1992), pero son. Son hostigados y maltratados a la vez que ensayan estrategias
de defensa, gestionan frente a privados, frente al estado, se vinculan con ONGs
internacionales, se sostiene en normas internacionales cuando lo necesitan, se
vinculan con organizaciones de la iglesia católica, de otros credos, con
ambientalistas, etc. Construyen este presente, con las herramientas que
encuentran sus identidades y sus trayectorias singulares. Viven una humildad
que nunca conocerán aquellos que no se acerquen ni por un minuto a la idea de
interculturalidad, de pensarse en pie de igualdad con los otros. Porque no buscan el título de la tierra,
buscan recuperar el territorio.
Fuente: Revista Anfibia
N.R. de
Utophia: Y como broche de oro en el cierre de esta excelente nota, el tenso
cruce entre Tenenbaum y la vicepresidenta Michetti que casi se atraganta en la mesa de Mirtha Legrand tratando de explicar la existencia de una guerrilla RAM inexistente equipada con un sofisticado armamento.
Tenían lanzas y esas cosas, ¿cómo se llaman?
esas cosas...
Boleadoras, vicepresidenta. Y no hace falta ni
matar a nadie ni el grupo Albatros para agarrarlas.
Si no fuera tan grave, sería una de Capusotto.
Si no fuera tan grave, sería una de Capusotto.
Fuente: Gabriela Cerrutti