Por Enrique Lacolla*
El país no termina de reaccionar ante el saqueo
que se le impone desde arriba. Y falta mucho todavía para consolidar un frente
popular que sea capaz de oponerse a la decadencia.
Argentina se está quedando indefensa en todos
los planos que importan: el económico, el social, el militar y el educacional.
Y día tras día la confusión se agranda.
El país no termina de reaccionar ante el saqueo
que se le impone desde arriba. Y falta mucho todavía para consolidar un frente
popular que sea capaz de oponerse a la decadencia.
El caso del hackeo a la página institucional del
Ejército Argentino por una presunta rama del ISIS puede no ser otra cosa que
una broma de mal gusto, pero viene bastante al caso como recordatorio de que vivimos en una nación que se encuentra
en caída libre, en una picada sin freno. ¿Acaso no acaba el gobierno de colocar
deuda en el mercado, a… cien años de plazo?
Argentina se está quedando indefensa en todos
los planos que importan: el económico, el social, el militar y el educacional.
Y día tras día la confusión se agranda. El ministerio de Finanzas ha anunciado
la colocación en el mercado de una emisión de bonos en dólares que se
reembolsaría a un 8,25 por ciento de interés anual a lo largo de un siglo. Aún
si –como es probable- la tasa se redujese a un 7,99 por ciento, la perspectiva
de esta operación seguiría siendo nefasta: diez generaciones de argentinos se aplicarían
durante cien años a amortizar una deuda “eterna” que estrangularía las
posibilidades de desarrollo del país.
No se trata de un fenómeno nuevo. Lo cual es una
desdicha, pues viene a demostrar que el pueblo no tiene memoria o que esta se
le ha perdido en el camino, debido al trauma que causa la inacabable sucesión
de derrotas y traiciones que ha sufrido y al implacable lavado de cerebro que
practican los medios de comunicación dominantes y una intelectualidad y un
aparato académico confusos y semicolonizados.
A poco de andar en su vida independiente, en
efecto, la Argentina se ató a su primer préstamo, el de la firma Baring
Brothers, potencia financiera de principios del siglo XIX y agente del
imperialismo británico en todo su dilatado dominio. En 1824 Bernardino
Rivadavia, siendo ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires,
autorizó a pedir un préstamo a la Baring por un millón de libras esterlinas a
un 6 % de interés. Como garantía del pago del capital y de los intereses de la
deuda Rivadavia comprometió parte de las rentas de la aduana porteña y hasta
porciones de tierra pública. Ninguno de los emprendimientos materiales para
realizar los cuales se había contraído la deuda se llevó a cabo, en parte
porque el consorcio que negoció el acuerdo retuvo 120.000 libras en concepto de
comisión, en parte porque hubo un gran número de intereses por “servicios
adelantados” y en parte también porque, en definitiva, del millón acordado
quedaron 560.000 libras, de las cuales 500.000 fueron retenidas en Londres al
cuidado del ente prestamista, que pagaba a Buenos Aires un interés del 3 % por
esa guarda. De lo cual resulta que del empréstito Baring de un millón de libras
se vieron sólo 60.000, y que si se pidió plata al 6 % fue para prestarla luego al
3 % al mismo prestamista.[I] … Negocio
redondo. Para Baring.
La Argentina terminó de cancelar ese préstamo
fatal, que inhibió la soberanía económica por más de un siglo, recién en 1947,
a principios del primer gobierno del general Perón.
Fue una locura, pero ahora el gobierno Macri ya
ha batido todos los récords de insania para con la sociedad que tiene la
responsabilidad de dirigir. Ha contraído deuda externa por más de cien mil
millones de dólares en apenas un año y medio, dineros que van por una parte a
la bicicleta financiera y por otra a paliar un déficit fiscal provocado
deliberadamente por el gobierno de Cambiemos cuando redujo drásticamente las
retenciones del campo y devolvió a las corporaciones mineras las regalías que
debían pagar por la explotación de nuestro suelo. Recibió la “pesada herencia”
de una economía desendeudada y relativamente saneada, y rifó todo en un
festival devaluatorio, desregulatorio y de apertura de importaciones.
La impotencia como contracara
Todo esto, con ser catastrófico, no es sino
parte de la película de terror que estamos viviendo. La otra proviene de la
atonía, la confusión, el egoísmo y la pobreza de miras de las fuerzas que
deberían oponerse al gobierno, patentizadas por una oposición y un aparato sindical
fragmentados, parte de los cuales pactan o han pactado por debajo de la mesa
con el Ejecutivo, o bien se encuentran ensimismados en un juego de masacre en
el cual se cobran cuentas atrasadas de carácter personal o se dirimen pleitos
políticos de corto alcance, sin una idea clara acerca de cuál es la situación
del mundo en el que nos encontramos inmersos. Porque el mundo se bambolea al
borde de una crisis de alcances que pueden ser inéditos.
Sólo una fuerza cohesionada en torno de la
defensa del interés popular y provista de una comprensión geopolítica e
histórica de la situación en la cual nos encontramos –es decir, una comprensión
antiimperialista- podría poner freno a esta decadencia. Muchos desearíamos
creer que el frente Unidad Ciudadana lanzada por Cristina Kirchner podría ser
el comienzo de esa clase de respuesta. Pero conviene no hacerse demasiadas
ilusiones al respecto: a pesar del carácter positivo que tuvo el masivo acto
encabezado por la ex presidenta en Sarandí, el pasado martes, la naturaleza de
la crisis que nos envuelve no tolera el autoengaño. Cristina es la política más
dotada de la oposición, pero, tal vez por esto mismo, suscita rencores y
envidias tanto en sus enemigos como entre quienes podrían ser sus amigos,
resentimientos que no pueden sino engrosar por la pertinaz negativa de la ex
presidenta a elaborar su autocrítica. Que sería necesario y saludable que
hiciese, pues sería la única, aunque precaria, garantía de que no volvería a
cometer los errores que ya cometiera.
Este planteo deviene del hecho de que la
cuestión no reside sólo en la revisión de lo actuado en los últimos quince
años, sino en la asunción de que el movimiento nacional –al menos en su
expresión más fuerte, el peronismo-, padece un trauma que arrastra de la década
de 1970. Un examen lo más honesto posible de la escisión que ha dividido al
campo nacional dentro de sí mismo desde los 70 para acá (una grieta dentro de
la grieta, para usar la expresión de moda), y que sigue atenazándolo “con el
peso de las generaciones muertas que oprime a las vivas”, para decirlo con el
viejo Marx, será necesario. Para esto hay que comenzar con asumir un estilo no
confrontativo dentro de un eventual frente nacional. Se dirá que Cristina, en
el acto en Sarandí, estaba haciendo precisamente esto, pero no basta. No es
posible lograr los objetivos de máxima sustrayéndose al autoexamen y hablar tan
solo del presente y del futuro, sin reflexionar sobre las causas que
precipitaron la derrota del 2015. Porque no se trató de una derrota cualquiera;
fue un revés que volvió a entronizar al establishment en el gobierno, tal como
sucediera en 1955 y 1976, aunque sin sangre y con votos esta vez, cosa que
torna aún más grave el fenómeno en términos históricos. En un año y medio de
gobierno neoliberal el incipiente y tímido ensayo de proyecto nacional iniciado
en 2003 ha sido descalabrado a lo ancho y a lo largo; no quiero pensar lo que
quedará de él para 2019 si el macrismo vuelve a sacar ventaja en las elecciones
de octubre.
Como quiera que sea, hay que librar batalla con
los medios que se tienen a mano. En las próximas semanas y meses se verá si en
toda la gama del arco opositor surgen las coincidencias elementales que
permitan acompañar un proyecto de unidad contra la restauración conservadora.
[I] Precisiones extraídas por Internet de “La
Gazeta Federal”.
*Escritor, periodista y docente. Desde 1962 a
1975 miembro de los Servicios de Radio y Televisión de la Universidad Nacional
de Córdoba.
Entre 1975 y 2000 miembro del staff de La Voz
del Interior, donde continuó colaborando en forma regular hasta marzo de 2008.
* Profesor titular de Historia del Cine en la
Escuela de Cine de la UNC desde 1967 hasta 2002, salvo durante el interregno
producido por la dictadura.
Fuente: Nac & Pop