Por: Hernán Restrepo | @hrestrepo
Las noticias falsas han cobrado ya la dimensión
de epidemia. No pasa un día desde la elección de Donald Trump sin que los
medios mencionen alguna historia relacionada con el daño que están causando las
noticias falsas viralizadas a través de las redes sociales.
El problema de esta epidemia ha comenzado a ser
atacado desde dos frentes: el de negocio y el de la distribución. Las
declaraciones de Paul Horner, un prolífico creador de noticias falsas en
Facebook, a The Washington Post dejaron claro que publicar noticias falsas en
una página web para atraer millones de clics es supremamente rentable. Según
confesó, había logrado ganar más de 5.000 dólares al mes gracias a la publicidad
servida en el sitio web donde albergaba estas historias traídas de los
cabellos.
En consecuencia, Facebook y Google, los dueños
del 75% del negocio de la publicidad digital en el mundo, anunciaron
simultáneamente que restringirían la publicidad en los sitios web dedicados a
publicar noticias falsas, creyendo que al cortar las fuentes de ingresos para
los creadores de bulos, estos dejarían de existir.
En un segundo momento, ambas empresas anunciaron
por separado novedades en sus plataformas de distribución de noticias, de tal
forma que fuera más fácil para los usuarios diferenciar una historia verdadera
de una falsa. Primero Google dijo que
le otorgaría una especie de insignia a las noticias verificadas, en especial
aquellas pertenecientes a sitios de alta credibilidad dedicados al
fact-checking, como lo son PolitiFact y Fact Check. Facebook, por su parte,
acaba de establecer alianzas con organizaciones informativas para que
periodistas se dediquen a evaluar las denuncias hechas desde la red social sobre
historias falsas, eliminando su circulación.
Ambas iniciativas para hacer frente al problema
desde los puntos de vista de negocio y distribución, son loables. Responden a
llamados hechos por especialistas como el profesor Luciano Floridi, quien desde
su columna en el diario The Guardian afirmó que las compañías tecnológicas de
Silicon Valley deben empezar a asumir responsabilidades como las que reclamamos
a las organizaciones periodísticas.
Falta de atención
El problema va mucho más allá. Atacar las fuentes
de ingresos y los medios de circulación no es suficiente. Es como quitarle la
comida y los brazos a un monstruo que tiene la capacidad de seguir haciendo de
las suyas a pesar de estas carencias. Es así porque nosotros, los lectores, los
usuarios de redes sociales somos también quienes alimentamos y le damos brazos
a la bestia. La raíz de esta situación está en nuestros cerebros.
Diversos (aunque cuestionados) estudios han
comprobado que antes de que existieran los smartphones, nuestros niveles de
atención eran de alrededor de 12 segundos. Desde que salió el primer iPhone al
mercado, nuestros niveles de atención han venido disminuyendo dramáticamente, a
tal punto, que hoy en día el tiempo promedio de atención de un ser humano es
similar al de un pez dorado, es decir, apenas ocho segundos. Ya lo advertía
desde 2010 Nicholas George Carr en su libro “Superficiales, ¿qué está haciendo
internet en nuestras mentes”, no estamos haciendo de internet una extensión de
nuestros cerebros, estamos dejando que reemplace nuestra capacidad de pensar.
Por eso es que los videos en Instagram duraban
15 segundos, y los de Vine solo siete. Los desarrolladores de estas plataformas
sociales conocen estas cifras, y han diseñado sus aplicaciones para que puedan
absorber al máximo nuestra atención cada vez que hacemos scroll hacia abajo.
Como lo señaló Cal Newport, profesor de ciencia
computacional de la Universidad de Georgetown en una demoledora columna escrita
para The New York Times, la forma en que usamos internet está atrofiando
nuestros cerebros. La distracción de las redes sociales está haciendo que cada
vez nos cueste más concentrarnos para poder desarrollar tareas compleas. Este
bombardeo constante de memes, gatos y noticias satíricas está disminuyendo
nuestros niveles de atención y de memorización de forma alarmante. El filósofo
italiano Umberto Eco se lo advirtió a su nieto antes de fallecer.
“La memoria es un musculo igual que los de las
piernas. Si no lo ejercitas se atrofia, y tú te conviertes en un (desde el
punto de vista mental) discapacitado. Es decir (hablemos claro) un idiota. Y
además, ya que todos corremos el riesgo de tener Alzheimer al envejecer, una
forma de evitarlo es ejercitar siempre la memoria”, dice en la carta en la que
también invita a rechazar la constante tentación de acudir a los motores de
búsqueda para encontrar las respuestas a todas las preguntas.
Es así como, estamos tan distraídos cuando
navegamos por internet que vamos compartiendo contenidos a la ligera,
simplemente porque nos parecen divertidos o interesantes. Pero no verificamos
antes de compartir, si se trata de información cierta, y mucho menos pensamos
en las consecuencias que tendrá ese fácil clic en el botón de ‘retweet’.
Es necesario entonces que pensemos también en
involucrar aquí una ética de la comunicación ciudadana. Nosotros, como usuarios
de redes sociales y consumidores de información debemos ser conscientes de
nuestro nuevo papel como multiplicadores de noticias. “Piensa antes de
compartir” debería ser el nuevo “piensa antes de hablar”.
Hace unos días un hombre armado con un rifle de
asalto condujo cientos de kilómetros desde su hogar en Carolina del Norte hasta
una pizzería en la ciudad de Washington, solo porque había leído en Facebook
que allí funcionaba a escondidas una red de tráfico sexual de menores y quería
acabar con la vida de los responsables. Lo que pasó se conoce ya como el
pizzagate, y aunque no dejó muertos ni heridos, sí es una muestra de las
peligrosas consecuencias que una noticia falsa puede tener.
Si este hombre hubiera prestado 12 segundos de
atención, y seguido al menos una de estas 10 recomendaciones para detectar una
noticia falsa, seguramente se habría ahorrado varios galones de combustible y
no estaría hoy en la cárcel. Cosas similares han ocurrido recientemente en
Perú, donde una turba embravecida atacó una estación de policía en Huaycán,
solo porque habían leído una noticia según la cual, los responsables de una
(inexistente) red de tráfico de órganos de niños habían sido liberados por
falta de pruebas.
Una oportunidad para el periodismo
¿Qué hacer entonces? Será difícil revertir los
efectos que la combinación internet+smartphones está causando en nuestros cada
vez más desorientados cerebros. Necesitamos alguien que nos dé una bofetada de
vez en cuando, sacándonos de la distracción en la que estamos inmersos. Aquí el
periodismo tiene una gran oportunidad.
Le preguntaron a Denzel Washington (sí, el
actor) qué opinaba sobre las noticias falsas que circularon en los días previos
a la elección presidencial en Estados Unidos, donde lo señalaban de haber
manifestado públicamente su apoyo a Donald Trump. Él respondió como un
periodista. Porque lo es. Se graduó como tal en la Universidad de Fordham en
1977.
“¿Cuál es el efecto a largo plazo de tener mucha
información? Uno de los efectos es la necesidad de ser los primeros. Ya no
importa si es verdad o no. Así que, ¿cuál es la responsabilidad que ustedes
tienen (los medios de comunicación)?… Decir la verdad, no solo ser los
primeros. Vivimos en una sociedad, en la que lo único que importa es llegar
primero. Qué importa si es verdad, tú sácalo”, respondió a la prensa en la
presentación de su nueva película Fences.
Esto coincide con lo dicho por Borja Echevarría
en el último Encuentro de Directores y Editores de Medios realizado por la FNPI
en Bogotá. Reflexionando sobre el papel de la prensa tras el triunfo de Trump,
afirmó que será necesario dedicar equipos periodísticos no solo a destapar los
hechos de corrupción de los políticos. También será imprescindible contar con
personal dedicado a explicarle a la gente por qué hay tantas noticias falsas
circulando en internet, quiénes son los interesados en difundirlas, por qué son
mentira, y por qué motivo deberíamos evitar difundirlas.
Está bien entonces combatir las fuentes de
ingreso y los canales de distribución de las noticias falsas. Pero los lectores
y periodistas debemos prestar más atención, ser conscientes de nuestro papel en
esta nueva era de la información, y trabajar juntos para que al final triunfe
la verdad, en esta era de la posverdad.