Carlos Leiva. 3 de febrero de 2017
El triunfo del “no” en Colombia, del Brexit, de
Donald Trump o el de Benoit Hamon en la izquierda francesa ha provocado una
conmoción. Todos los pronósticos basados en encuestas, los analistas más
prestigiosos de los medios, los consultores políticos, de manera unánime habían
instalado el triunfo de la verdad. La imposibilidad que la insensatez dominara
los votos de los ciudadanos convenientemente informados por el pensamiento que,
básicamente, todos entendían correcto.Como consecuencia de este desencuentro
generalizado entre el pensamiento correcto y los votos, o los mecanismos que
permiten acceder al poder, se ha pensado en un nuevo concepto que pueda
explicarlo. No en las razones que pudieran dar lugar a comprender el origen del
desencuentro en cada uno de esos escenarios.Ante la sorpresa el Diccionario
Oxford incorporó la palabra pos-verdad (post-truth) y la definió como la
situación en que “los hechos objetivos influyen menos … que los llamamientos a
la emoción y a la creencia personal”. Hay una “verdad verdadera” y otra
“emotiva” y ésta es la “mentira transformada por emoción” con la salvedad de
que lo es siempre y cuando se convierta en creencia mayoritaria.
¿Tenemos cerca algún escenario de verdad y
pos-verdad? Sí. El gobierno ha lanzado un programa de “transparencia de
precios” (verdad) para terminar con la “ilusión financiera” (pos verdad) que
reinó, entre otros mercados, en todos los programas en cuotas y en particular
con los llamados “Ahora 12 y 18” o pague en plazos largos y sin interés.
Un simpático economista oficialista escribió en
Clarín “producto de la demagogia del Gobierno anterior, se le hizo creer a
buena parte de la ciudadanía … una poderosa ilusión financiera por la que muchos
pensaron que efectivamente las famosas 12 cuotas eran gratis” Es decir
estábamos en el reino de la pos-verdad, la ilusión, y ahora el gobierno
revelaba la verdad de los precios y de los intereses.
La verdad verdadera, según palabras del
economista de marras, era que los precios de contado de esos Planes, contenían
intereses de financiación ocultos e injustificados por ausencia de
financiación. Las cuotas dividían ese precio con intereses.
Concluye que los que creyeron en los Planes como
el “Ahora 12” fueron engañados. Las cuotas contenían intereses. Si optaban por
pagar al contado, pagaban intereses como si la hubieran financiado en 12 meses.
Si es así, lisa y llanamente, es una patraña
urdida por el kirchnerismo. Cierto. Pero multiplicada por el PRO que mantuvo un
año el Ahora 12 y le agregó el Ahora 18 meses sin intereses. “Producto de la
demagogia del Gobierno” anterior y del actual. Ambos, si era así, construyeron
una pos verdad “a la Orwell”.
Si había intereses dentro del precio al contado
y en las cuotas, lo que incrementó el consumo era una “ilusión financiera”.
El suscripto cayó en la trampa. Hasta ahora
creía que estábamos ante un programa público que subsidiaba a los consumidores
que compraban en cuotas para empujar la actividad y que si bien era obra K, los
M les pareció útil y lo agrandaron.
La nota del economista oficialista, si no hubo
subsidio público para los intereses, nos entera que ambos gobiernos han
engañado a los consumidores, en complicidad con los comerciantes, para que
paguen intereses ocultos cuando consumían y pagaban al contado.
Una cadena de electro domésticos en diciembre de
2016 tenía dos ofertas para un mismo equipo de aire acondicionado. Una para los
poseedores de Tarjeta y con el Programa Ahora 12; y otra, para los que no
tenían Tarjeta de Crédito, a los que les ofrecía una financiación de la cadena,
con el mismo precio contado y a tasas de interés descomunales. Lo ví y me
indignó.
Pregunta ¿quién, si no era el Estado, le pagaba
los intereses al consumidor con Tarjeta?
Si pagaba el Estado, entonces, discriminaba en
el subsidio contra los que menos tienen que son los que no acceden a la
Tarjeta.
Y si no había un pago de intereses del Estado
¿porqué el Estado contribuía al engaño con un cartelito oficial tanto en
tiempos K como en tiempos M?¿Para qué sirve la defensa del consumidor?
Ahora el Estado, en manos M, desenmascaró lo que
el PRO continuo y amplió. Bien. O bien, por el contrario, el Estado subsidiaba
el consumo con Tarjeta y ahora dejará de hacerlo.
¿Cuál es la verdad? No lo sé. ¿La verdad
verdadera?
Si ha habido un engaño ¿quién será sancionado?
Si el precio al contado cargaba intereses estamos ante una estafa colosal.
Muy bien el Plan de transparencia de precios.
¿Pero que harán con los funcionarios y empresarios cómplices de una estafa de
la magnitud que denuncia la nota de Clarín que implica que el Estado no
subsidiaba a las Tarjetas y el precio al contado incluía los intereses.
Hay otro escenario que no es el de los planes
“Ahora”, es el de las tarjetas que financiaban sin interés, por ejemplo, la
compra de libros. No me imagino cómo se podría negociar, en una cadena de
librerías, un descuento por pago al contado con billetes en mano.
Tengo que suponer que “el interés no cobrado”
que – en este caso – no pagaba el gobierno sino las tarjetas o los bancos, a
alguien se lo estarían cobrando en alguna forma. La opción de quien tenía
liquidez era prestarle al BCRA a tasas gigantes. Alguien lo pagaba. “No hay
almuerzo gratis” (M. Fridman) y tampoco financiación sin intereses, aunque no
figuren en el ticket.
Y otra vez, si en el contado se cargaban
intereses de una financiación inexistente se cometió una estafa generalizada y
avalada por el poder público. ¿Será así? ¿Lo dejamos ahí como si no hubiera
pasado nada? ¿Otro blanqueo? ¿Qué van a hacer?
Creía que los gobiernos, éste y el anterior, con
consumo alicaído trataban de estimularlo. Creí que los Programas Ahora los
subsidiaba el gobierno.
Y la palabra oficial (y la del economista) me
hacen temer que he caído en la ilusión, y que me engañaban “con la emoción
irracional de la pos verdad”.
Tal vez éste no sea el único caso. Hay mucha
pos-verdad en ciernes. Por ejemplo la de los semestres desplazados y los brotes
anunciadores. Veamos.
En la Ciudad de Buenos Aires, en la calle
Vicente López, entre Callao y Ayacucho, una nueva capa de asfalto no alcanzó a
tapar un pequeño agujero de 10 cm de diámetro donde ha nacido una gramilla
generosa, un ‘’brote verde” que cualquier ciudadano puede observar pero que no
podrá expandirse ni semillar sobre el asfalto.
Naturaleza empecinada, expresión de lo que
resiste o combate. Por eso “brote” y no plantación ni foresta.
Pues bien hoy, así como se ha denunciado la pos
verdad de los precios no transparentes, más allá de quién sea cómplice, se
anuncia la aparición de brotes verdes ¿con qué fundamento?
La pregunta es ¿brotes en tierra fértil? O en
asfalto impenetrable. Quien crea que hay brote en el asfalto y que eso es
posible, ha caído en la trampa emocional de la pos verdad.
Para que el “brote verde” sea un anuncio primero
hay que arar el asfalto, fertilizar, regar o esperar que llueva. De no ser así
se secara.
Es que la política consiste en eso. Hacer lugar
para que el brote contagie.¿Lo hace el gobierno atrasando el tipo de cambio?
¿Azotando con la tasa de interés? ¿Procurando que los salarios absorban los
costos del desfasaje inflacionario?
Brotes verdes. Rebote. Crecimiento. Desarrollo.
Todas esas palabras aluden a un fenómeno esperado desde que llegó el PRO al
poder.
La falta de concreción ha provocado confusión,
desembarcos obligados y promesas reiteradas. Como si se tratará un dulce a
cocinar, la rebeldía de la realidad, se ha tratado con esfuerzos de
homogenización, revolviendo sobre el mismo hervor, en la convicción que la
disolución de los grumos cambiara el sabor. No es así. No es la homogeneidad lo
que determina el sabor sino los componentes de la masa. Los instrumentos de la
política económica.
No hay – hasta ahora – resultados concretos y
tampoco expectativas que entusiasmen. Y sería maravilloso que eso existiera.
Expectativas. El Índice Líder (UDT), que intenta
anticipar movimientos, cerró el año “sin cambios”. Los analistas del IL esperan
salida de la recesión en los próximos seis meses. El próximo semestre se desplaza.
El Índice de Confianza del Consumidor (UDT) se
desplomó en enero respecto del enero anterior.
De no mediar cambios en el bolsillo el consumo
privado no se convertirá en un remolcador.
Las Expectativas de Inflación (UDT) que se han
reducido respecto de meses anteriores, en promedio, imaginan una inflación del
29 por ciento anual. Las bajas reales de la inflación no han cambiado las
expectativas.¿Por qué? ¿Será la forma de lograr la baja lo que en la cabeza de
los ciudadanos la hace poco convincente?
Los indicadores, percepciones colectivas y datos
económicos, señalan que el gobierno no ha logrado convencer ni de la existencia
significativa de brotes verdes, ni de la presencia de un inminente rebote.
Todavía no hay algo como “cambiamos” en el gobierno
de Cambiemos.
En enero el Índice de Confianza en el Gobierno
(UDT) alcanzó el nivel más bajo de esta administración. Pero está muy por
encima de la debacle de confianza del último mes de Cristina Kirchner. No
insistamos. Sin duda la continuidad K sería mucho peor.
No obstante la confianza es débil. Las
materialidades conducentes decía don Hipólito.
La actividad industrial (EMI INDEC) disminuyó
4,6 por ciento en 2016. En el año la producción siderúrgica se desplomó, el
hierro primario cayó 26 por ciento y los laminados terminados en caliente el 16
por ciento y, en el otro extremo, la producción de fibras e hilados sintéticos
cayó 9 por ciento. El Indicador Sintético de la Construcción (ISAC) señala una
caída de 12,7 por ciento en la actividad respecto de 2015 y el Estimador
Mensual de la Actividad Económica (INDEC) indica una caída de 2,5 por ciento en
los 11 meses de 2016 en relación a 2015.
Reiteramos la buena noticia: la inflación de
diciembre fue de 1,2 por ciento lo que confirma una real desaceleración
acompañada de una actividad económica aplastada.
Pero esa desaceleración inflacionaria aún no
formó expectativas porque la cabeza se atasca con la actividad dormida.
Expectativas y hechos: en promedio las cosas no
están mejor. Es una pena que los funcionarios reciten el “todos los días un
poquito” porque todos los días somos más y las necesidades se acumulan.
Y por ejemplo los precios calmados se agitarán
con los impactos tarifarios. Estamos en estancamiento e inflación en escenario
inestable. Hay que salir.
¿Puede ser que sea un problema de homogenización
o de comunicación? ¿Le parece?
Apelando, paradójicamente, a la filosofía de la
pos verdad en el gobierno se dice que la mejora “se sentirá” antes de las
elecciones. No hay jardín de “brotes verdes”.
Esperamos el rebote. El que es inevitable. Pero
confundirlo con brotes verdes es perturbador. El contraste con el resto de la
superficie hace creer que las fuerzas nobles de la naturaleza han vencido a la
adversidad del clima. Pero los brotes verdes son sólo eso. Una llamada de
atención en el páramo de estancamiento. Sólo se ven brotes cuando nada
significativo ha crecido: nadie se sorprende por el brote verde en un bosque.
El agujero de Vicente López.
Rebote es cosa más robusta. Es la consecuencia de
la caída sobre el piso firme. Su energía depende de la elasticidad de lo que
cae y del grado de la dureza de la superficie que, en la economía es lo que
heredamos, lo que viene de arrastre.
Justamente, al igual que los brotes verdes,
percibir y aprovechar el rebote tiene sus requisitos.
¿Cuánto dura el rebote? Por definición es un
instante de reanimación inevitable (seguro que llegará) que brinda sí, la
oportunidad de capturarlo y así proyectar esa energía de la caída hacia un paso
más adelante: empujar la rueda.
Y habrá que hacerlo con urgencia. Porque por sí
sola esa energía se apaga de manera súbita. Capturar esa energía requiere de
una estructura, de una red, de un lazo capaz de empujar el rebote hasta
convertirlo en crecimiento.
Es decir una política para la transformación del
rebote en algo más. Al igual que en el ejemplo del asfalto, arar y fertilizar.
Sí. Pero para que el rebote dure y alcance el empuje del crecimiento, además,
hay que sembrar.
No vemos que el gobierno esté preparado para
ello. No lo manifiesta, no lo programa, no lo dialoga. Y ese sí que es un
problema de comunicación con los otros y de falta de homogeneidad, la que sólo
la provee un programa pensado a partir de la realidad. La pos verdad encandila
pero no ilumina.
Fuente: Nos quedamos en el 73