LOS FUSILAMIENTOS DE LA CANCHA DE RACING
Larreta hijo sentado junto a su padre el día que se recibió en Harvard. Horacio Rodríguez Larreta (padre), presidente
del club Racing, estuvo desaparecido tres días en el Pozo de Banfield.
Por Micaela Polak
Un testigo en la causa del Primer Cuerpo contó
el año pasado de los muertos que había visto una noche en las afueras del
estadio junto a Omar Corbatta. Hay un acta policial que confirma seis muertes
ocurridas en un supuesto “enfrentamiento”.
El 22 de febrero de 1977, la cancha de Racing
fue un paredón de fusilamiento. Las Fuerzas Conjuntas acribillaron a seis
personas en el sector de las boleterías del estadio Presidente Perón. Nadie vio
nada, nadie dijo nada nunca, hasta el año pasado. En mayo de 2016, Rafael
Barone fue citado como testigo para declarar en la causa del Primer Cuerpo del
Ejército por un hecho similar. Como al pasar, contó que junto a Omar Orestes
Corbatta, que vivía en la pensión de Racing, vieron una noche “varias personas
muertas, afuera de la cancha, con tiros. No había personal militar ni de ningún
tipo”. No hubo repreguntas en sede judicial sobre el relato Barone. Sólo el
reflejo de su testimonio en el libro “Corbatta, el wing”, donde el periodista
Alejandro Wall retrata la vida del crack.
Rafael Barone y Omar Corbatta vieron una noche
“varias personas muertas” en las cercanías del estadio.
A Barone le encanta hablar y tiene mil historias
fascinantes para contar. Pero de esto no había hablado nunca. Ni siquiera con
Corbatta. “Al otro día ni comentamos. ¿Qué íbamos a comentar? En ese tiempo era
prohibido comentar las cosas”, dice hoy.
Las Fuerzas Conjuntas, sin embargo, sí
cumplieron en informar. Un acta elevada por Jorge Héctor San Félix, jefe de la
Sección Regional Lanús de la DIPBA (Dirección de Inteligencia de la Policía de
la Provincia de Buenos Aires) narra: “Que en el día de la fecha, siendo
aproximadamente las 01.40 horas, en circunstancias que fuerzas conjuntas
recorrían la zona de Avellaneda, al llegar a la calle Colón, entre Alsina e
Italia de ése medio, observan que varias personas se hallaban pintando leyendas
subversivas, referentes al grupo autodenominado ‘Montoneros’ en las paredes del
estadio de Racing Club, allí ubicado. Que al impartírseles la voz de detención,
los individuos contestaron con un cerrado fuego de armas automáticas, siendo
apoyados por los ocupantes de tres automóviles que se hallaban en las
inmediaciones. Que de inmediato es repelida la agresión por las fuerzas orden,
entablándose un nutrido tiroteo, por espacio de treinta minutos, y que deja
como saldo, seis de los delincuentes extremistas muertos, mientras los
restantes en número de seis, se dan a la fuga en tres automóviles con las
siguientes características: un Peugeot 504 de color oscuro, otro mediando de
color rojo, del cual se ignora marca y un Chevrolet 400, de color gris oscuro,
cuyos ocupantes cubren su retirada a balazos. En el lugar se secuestró una
ametralladora sistema “Pam”, con dos cargadores, una pistola calibre 45 mm, con
marca y número limados, dos revólveres calibre 38 y tres granadas de guerra sin
detonar, además un tarro de pintura negra y pincel. Que entre las fuerzas
regulares no se produjeron bajas ni heridos. Que respecto a los extremistas
abatidos, trátase de cuatro N.N. masculinos y dos N.N. femeninos, siendo tres
de los masculinos muy jóvenes, de una edad que oscila entre los 18 y 22 años de
edad y el cuarto de unos 45 años, y en cuanto a las mujeres, ambas muy jóvenes,
también de unos 18 a 24 años de edad. Procúrase identificación.” (sic).
Los enfrentamientos inventados para blanquear
los muertos de la dictadura fueron moneda corriente por entonces, tanto en las
fuerzas represivas como en los medios de comunicación. Si bien es notable el
uso de adjetivos y la intención de verosimilitud en cuestiones incomprobables
–si alguien hubiese querido comprobar algo– la trama del relato se vuelve
endeble en un dato que se repite en los fusilamientos disfrazados y que los
militares no tuvieron siquiera la intención de ocultar: murieron todos los
“elementos subversivos” y de su parte, ni un rasguño.
No existió la misma prolijidad en registrar las
muertes. Si bien hay actas de defunción de Lanús –donde la misma tarde del 22
de febrero Ramón Camps encabezó un acto para “honrar a los agentes y a los
caídos en cumplimiento de su deber”– no se asienta el ingreso de los cuerpos en
el Cementerio de Avellaneda. Esto no es raro porque el sector 134, creado
durante la dictadura, estuvo siempre bajo absoluto control policial, con
entrada exclusiva y personal propio que anotaba los ingresos de NN según su
antojo. De ese sector, sin ningún tipo de estructura más que paredes para
encerrar la fosa común, el Equipo Argentino de Antropología Forense exhumó,
entre 1988 y 1992, un total de 336 esqueletos. Restan muchísimos por identificar.
Era una práctica sistemática simular traslados
de detenidos desaparecidos desde los centros clandestinos de detención, para
matarlos. A pocas cuadras de la cancha de Racing, estaba la Brigada de
Investigaciones de Lanús, hoy Espacio de la Memoria de la Municipalidad de
Avellaneda, conocido como “El Infierno”. Fue un centro clandestino de
detención, tortura y exterminio que funcionó entre 1976 y 1978 y desde el cual
se efectuaban los famosos “traslados”, según sobrevivientes. Es probable que
los fusilados hayan ido del Infierno a Racing.
No queda nadie en el club que pueda decir si vio
impactos de balas en las paredes de las boleterías, en las de enfrente o dónde.
Tampoco hay registros del personal ni demasiada información de esa época. De
hecho, no es muy conocida la historia de la desaparición de Horacio Rodríguez
Larreta (padre), presidente de Racing por ese entonces. Fue secuestrado por las
mismas fuerzas conjuntas en el invierno de 1977, junto al Tuco Paz –que había
sido canciller de Perón– y al periodista Mariano Montemayor. Todo fue un
“error” de los militares que descubrieron algún vínculo entre Rodríguez Larreta
y David Graiver y creyeron que el presidente de Racing podría estar vinculado a
Montoneros. Estuvo tres días en el Pozo de Banfield, presenciando sesiones de
tortura a Lidia Papaleo de Graiver, hasta que el propio Camps le pidió
“disculpas” y lo legalizaron por unas horas, antes de dejarlo en libertad justo
para que su ausencia no fuera pública y notoria.
Racing en el ’77, como tantas veces en su
historia, estuvo ligado a la Historia.
Cuarenta años después, con un solo testigo del hecho ya
consumado y sin más datos precisos, parece imposible la identificación de los
fusilados en Racing. Las dos mujeres eran jóvenes y tres de los hombres
también, como la mayoría de los 30.000. Pero hay un hombre de 45 años,
aproximadamente, según el acta policial. El porcentaje de desaparecidos de esa
edad es muy bajo. Tal vez esté ahí la clave para identificar al primero de los
fusilados en Racing. Tal vez, esa identificación abriría otros caminos para
seguir encontrando.
Fuente: Página 12