Cristina quiere dejar un buen recuerdo;
necesitamos que sea un anhelo (frase que le escuché anoche a Sergio B.)
No conozco al autor de este artículo, pero como
comparto muchos de sus conceptos, me encantará conocerlo. En las fotos,
Cristina en los túneles de Cuchi, cavados por el Vietcong cerca de la ciudad
Ho-Chi-Minh (ex saigón) y con la gorra de aquella guerrilla. La batalla se gana
con aliados, y ésta es, también, una batalla al interior de Cristina tensionada
por su deseo de ser recuerdo y la necesidad de que haga cargo de que ahora es
irremplazable. Y que de su talento y su alianza con el Papa de Roma y la
renovación sindical de cuño nacional depende que el pueblo argentino pueda
salir del pozo de iniquidad e ignominia en el que ha caído luego de que muchos
de sus miembros votaran a los saqueadores de adentro y afuera, que muchas veces
son los mismos, ya que así como se la llevan, en negro, la traen, en negro, y
en la oscuridad. Para blanquearla y volverna indiscernible de la bienhabida. Juan Salinas.
De unidad y garrotes
Una respuesta a una nota de Horacio Verbitsky y
una reflexión sobre la construcción de las “nuevas mayorías”.
Por Carlos Mackevicius / Zoom
En los últimos días la oposición al macrismo se
vio sacudida por discusiones y polémicas que implican posicionamientos y
definiciones que exceden lo coyuntural y sirven para pensar una identidad y una
proyección. El origen del conflicto, o al menos su capítulo más resonante,
podemos ubicarlo en el reciente proyecto de ley de emergencia social,
motorizado por diferentes movimientos sociales en alianza con la CGT. Este
hecho -la unidad de los trabajadores formales e informales- supone un hito
político imposible de soslayar, más allá del análisis que deba hacerse sobre
sus alcances. A partir de él, organizaciones políticas, dirigentes, militantes
y editorialistas varios salieron en estas últimas semanas a cruzar acusaciones
y oponer ideas, en lo que se vislumbra como un capítulo más de un debate que el
kirchnerismo no termina de saldar tras un año de gestión de Cambiemos; a saber:
cómo debe pararse una oposición al actual gobierno y cómo se construye la
mentada “nueva mayoría”.
El proceso que derivó en esta unidad comenzó el
7 de agosto, día de San Cayetano, con una movilización masiva de Liniers a
Plaza de Mayo. Aquella marcha recogió una vieja bandera de la CGT -Paz, Pan y
Trabajo- y sirvió de base para que poco después diversas fuerzas políticas
pusieran sus demandas en la agenda parlamentaria. El pasado 18 de noviembre
este proceso alcanzó su climax con una gran concentración frente al Congreso,
cuyo objetivo fue demandarle al gobierno la sanción de la emergencia social en
todo el país, hecho que finalmente se logró unos días más tarde mediante un
acuerdo entre las organizaciones y el oficialismo.
“¿Es
bueno o malo para una estrategia del campo nacional permitirse arrancar,
negociar, conquistarle cosas a este gobierno?”
Más allá de ser aún incipiente y empujada más
por necesidades coyunturales que por visiones estratégicas, desde que en el año
1996 los obreros despedidos de YPF dieran comienzo al movimiento piquetero y
fogonero -experiencia que fue mutando hasta lo que hoy conocemos como
“movimientos sociales”- nunca antes se había logrado este grado de unidad. El
último antecedente -frustrado- hay que rastrearlo en el año 2001, en la fallida
participación del dirigente camionero Hugo Moyano de una asamblea en La Matanza
convocada por la CCC, la FTV y sectores que después conformarían el Bloque
Piquetero Nacional. Visibilizar, entonces, mediante acuerdos concretos, que los
trabajadores formales y los informales somos parte de una misma clase (que es
heterogénea y multiforme pero que tiene, en última instancia, y en un sentido
histórico y material, un mismo interés) resulta, en principio, un dato político
importante. Lo que no debemos dejar de ver son las características de esa
unidad: qué objetivos tiene y si es funcional a quién o a qué política.
Garrotes y ladridos
A partir de la marcha del 18 y el posterior
acuerdo entre los Movimientos y el gobierno, diferentes expresiones del
kirchnerismo plantearon críticas muy fuertes -replicadas a su vez por la propia
ex presidenta vía redes sociales- a los artífices de la negociación. Una de las
críticas mejor enunciadas provino del periodista Horacio Verbitsky, que el
domingo 27 de noviembre publicó en Página/12 una columna titulada “Garrote y
chequera”, a la que podría sumarse también (aunque con menos recursos) “La
emergencia social y la emergencia política” publicada pocos días antes por
Roberto Caballero en Tiempo Argentino. En su columna, Verbitsky hace propias
muchas de las críticas que un sector del kirchnerismo expresó en los medios en
las últimas semanas. Cito un párrafo: “En la Universidad de General Sarmiento
-apunta el periodista-, Máximo Kirchner comentó: Los mismos compañeros que
venían a los actos de Cristina con una gran bandera que decía ‘Nos duele lo que
falta’, ahora piden ‘Dame lo que puedas’. No está mal mitigar los sufrimientos
que causa este modelo. Lo que no se puede es dejar de cuestionarlo”.
Inteligente, Verbitsky ubica la crítica en una
voz autorizada dentro del universo kirchnerista: es el propio Máximo el que
condena la negociación. Su diatriba, por lo demás, coincide con el comunicado
que La Cámpora emitió pocas horas antes de la movilización del 18,
posicionándose en contra de la concentración frente al Congreso. En el
documento, la agrupación expresa: “Cualquier acción que tienda a mitigar los
efectos de la aplicación de las medidas de la actual gestión en materia
económica y social, tiene nuestro apoyo y acompañamiento. Sin embargo, consideramos
que el caso particular del proyecto de Ley de “Emergencia Social y de las
Organizaciones de la Economía Popular”, se trata de un elemento necesario y
complementario a la aplicación de las mismas medidas que pretende combatir”.
La coincidencia entre ambas declaraciones no
oculta una contradicción. Para La Cámpora, según su documento, la ley de
Emergencia es “un elemento necesario y complementario a la aplicación de las
mismas medidas que pretende combatir” y no una acción que tienda a “mitigar”
los efectos de la política económica del macrismo. Caso contrario, parecen
decir, la apoyarían. Para el referente de esta agrupación, en cambio, no se
discute que este acuerdo sea un paliativo –“no está mal mitigar los
sufrimientos que causa este modelo”-; el problema, asegura, es que su
aceptación lleva a un sometimiento. El que acuerda, parece decir Máximo
Kirchner, acuerda también a dejar de cuestionar este modelo. Sin embargo, basta
un mínimo repaso por las movilizaciones, sus consignas y las declaraciones de sus
referentes para cuestionar esto: en todas las intervenciones se habla en contra
de esta política económica. Pero entonces, ¿por qué la crítica de Máximo
Kirchner? Probablemente, lo que La Cámpora y su referente observen detrás de
esta avanzada sea la posibilidad -verosímil- de que algunos de los dirigentes
que participaron de esta movilización, otrora enrolados en el kirchnerismo,
alcancen hoy acuerdos electorales con espacios que le compiten en votos y
representación a la figura de Cristina. Una pregunta posible frente a ese
escenario es: ¿por qué no salir a hacer política en ese terreno, por qué no
disputar esas representaciones en esa cancha? La forma en que muchos
kirchneristas construyeron su rol de oposición en este último año parece entrar
en cortocircuito con las implicancias de esa pregunta. La sola posibilidad
política de un acuerdo -aunque sea sectorial- con el gobierno resulta herético
para ciertos referentes del kirchnerismo que, desde el 10 de diciembre del año
pasado a hoy, insisten en construir su estrategia política a partir de la
indignación y la denuncia por las malas artes desplegadas por el macrismo en la
última campaña electoral, como si no se permitieran entrar en la nueva etapa,
analizar sus características y redefinir tácticas. Que poco antes del
comunicado y de la masiva marcha, el diputado Andrés Larroque haya movilizado a
su bancada para presentar un proyecto de ley que declare al 15 de noviembre
como “Día Nacional de la Mentira”, en referencia al último debate presidencial
de 2015, resulta sintomático de este problema.
“El
que acuerda, parece decir Máximo Kirchner, acuerda también a dejar de
cuestionar este modelo”
Sin embargo, esta disputa abre otro
interrogante. ¿Es bueno o malo para una estrategia del campo nacional permitirse
arrancar, negociar, conquistarle cosas a este gobierno? Por lo que sugiere su
comunicado y las posiciones de sus dirigentes, para La Cámpora sería una
claudicación. Pero, ¿desde dónde se ejerce esa crítica, o mejor, desde dónde
los movimientos sociales generan estas iniciativas políticas? Aun teniendo
claro que las organizaciones juegan en política y no son ingenuas, lo cierto es
que su naturaleza no es solamente “política”; en tanto suerte de movimiento de
desocupados o changarines, la responsabilidad política de sus dirigentes está
siempre en tensión con una responsabilidad más de tipo sindical, inmediata, de
resolución de demandas concretas y urgentes. Este dato, aunque no determinante,
porque en última instancia los argumentos políticos siempre son eso, no debe
perderse de vista.
“La precarización del trabajo -continúa el
comunicado de La Cámpora-, su literal destrucción, eso sí es una fenomenal
campaña de miedo e intimidación cuyo único objetivo es el de concentrar aún más
el ingreso y la riqueza en la Argentina. Frente a este hecho no vemos la
utilización de las herramientas que tienen a disposición los trabajadores y las
organizaciones sociales aunque sus dirigentes ´amaguen´ con hacer uso de
ellas”. Aparece aquí un elemento importante: el reclamo a la CGT por no haber
declarado ya el paro nacional. Parece existir un consenso sotto voce de que si
no ha existido hasta hoy esa medida es más debido a un eficaz disciplinamiento
del macrismo a los dirigentes gremiales que no quieren mirarse en el espejo del
Caballo Suárez que a la situación de sus bases. Es interesante la analogía
histórica que hace Juan Salinas sobre la decisión de La Cámpora de no apoyar ni
el proyecto ni las movilizaciones de la ley de emergencia social. Dice Salinas:
“Me recordó la decisión de la conducción de Montoneros de no concurrir a la
manifestación convocada por la CGT y las 62 Organizaciones post “Rodrigazo” a
mediados de 1975 (decisión que, dicho sea de paso, fue ampliamente desobedecida
por las bases de la organización) que provocó no sólo la eyección del gobierno
del ministro Celestino Rodrigo sino también la de su mentor, José López Rega,
ministro, jefe político de la Triple A y secretario privado de la presidenta
´Isabel´ Perón”. El reclamo de un paro nacional por los mismos que hace poco
más de un año se sacaban selfies en sus oficinas con el hashtag “#yonoparo” y
mantuvieron una relación por lo menos tensa con las organizaciones obreras -a
quienes muchos consideraban una “corporación” más a combatir-, resulta
llamativo, aunque no invalida la demanda per se, teniendo en cuenta de que hay
espacios sindicales importantes, como la Corriente Federal de los Trabajadores
que, desde otro lugar, también lo reclaman.
Por su parte, Verbitsky dice que el acta se
firmó “sin presencia de los movimientos kirchneristas y de la izquierda
trotskysta”. Pero, ¿cuáles son esos movimientos sociales kirchneristas?
Ampliando la pregunta: ¿puede un proyecto político que se pretende
transformador estar ausente de la mayoría de los movimientos y sindicatos?
Probablemente con una línea política correcta sí, pero es importante que esa
línea no se aísle ni se pare por encima de los dirigentes que sí tienen
responsabilidad social directa para con sus representados, y que no se debata
con ellos desde la sospecha, sino desde la seguridad que otorga tener
argumentos políticos válidos y desde la confianza de estar de un mismo lado del
fuego.
Cuestionar el modelo económico nos debe llevar a
una reflexión más general: ¿cuál es la contradicción entre negociar reivindicaciones
concretas con este gobierno y discutir su política económica? Ese debate es
viejo y ya está saldado por todas las organizaciones con trabajo en el seno del
pueblo: ambas son tareas necesarias y complementarias. La cuestión es en qué
estrategia uno está inmerso. Con eso claro no debería haber mayores debates al
respecto; el problema actual es que no hay estrategia unificada del campo
nacional, porque no existe una conducción unívoca de estos sectores. En esa
dispersión todos llevan agua para su quinta y tampoco parece condenable que los
sectores quieran fortalecerse mientras el panorama se va aclarando. La pregunta
siempre es a qué precio o a costa de qué. Y para el caso, si extremamos la
lógica de cuestionar los modelos en vez de hacer política concreta y posible,
¿podríamos haber apoyado al kirchnerismo que, aun introduciendo enormes mejoras
para nuestro pueblo, no modificó sustancialmente el modo de producción? La
respuesta sería no. Sin embargo el kirchnerismo fue un proceso progresivo, reivindicable,
aunque siguieron existiendo durante esos años trabajadores sin casa,
analfabetos, gatillos fáciles, corrupción, desocupación, trabajo precario, etc.
“El
tema no es seguir dividiendo al campo nacional con acusaciones graves, sino
ayudar para una estrategia común”
También, Verbitsky plantea un paralelismo que
por astuto no deja de ser maniqueo, ya que el correlato que le opone a los
“negociadores” como CTEP y compañía es el de Milagro Sala presa. Para Verbitsky
hay dos maneras de oponerse a Macri: una “pura” que se paga con cárcel, y otra
“transera” que se paga con beneficios económicos. Lo cito porque su prosa fina
y seductora lo vale: “Lo hace también como prenda de paz con los movimientos
sociales acunados por el papa Francisco, ávidos de un lubricante tan viscoso
como el que apaciguó los ánimos sindicales”. En todo caso, el tema no es seguir
dividiendo al campo nacional con acusaciones graves como ésta, sino ayudar para
una estrategia común. O, en todo caso, definamos quiénes juegan para el
movimiento nacional y quiénes no. Sobre la polémica del acta firmada, el
argumento sobre el punto final que supuestamente obliga a las partes a no
generar conflictos no merece mucha atención: cualquiera que haya tenido una
representación gremial o social sabe que esas fórmulas existen y no implican
nada. ¿O acaso el derecho constitucional a manifestarse queda renunciado por la
firma de un acta? Es una cláusula de imposible cumplimiento y, por otro lado,
el obligado también es el gobierno, y cualquiera de las organizaciones
firmantes podría, ante una medida del Ejecutivo que afecte intereses sociales,
interpretar que los que violaron la cláusula de “no conflicto” fueron los
miembros del gobierno y declararse libres de adoptar el temperamento que
consideren.
En definitiva, ¿se puede construir “nuevas
mayorías” blandiendo el garrote contra los que movilizan por reivindicaciones?
La vieja idea de los que no se “ordenan” ¿Cómo construir legitimidad desde el
llano? ¿El latigazo funciona lejos del calor de la botonera? Si volver es una
tarea eminentemente política, y para eso se necesita de estrategia electoral y
votos, todo lo que implique divisionismo innecesario parece atentar contra ese
objetivo de máxima que es reconstruir un frente nacional bajo un programa de
transformación social. Por lo que todo siempre vuelve a poner a Cristina en el
centro del tablero. Trabajar en contra de sus chances electorales es un error
grave, y el macrismo parece saberlo mejor que nadie. Pero es interesante marcar
que muchos referentes, en una política errática, insegura, casi adolescente,
creen estar trabajando para ella aunque los resultados de su acción indiquen
exactamente lo contrario. Que la política de algunos kirchneristas no aísle a
Cristina de los demás actores del movimiento es una tarea no menor; o, al
menos, no se debería permitir que eso pase sin dar el debate.
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