La DAIA que algo sabe sobre genocidios y persecuciones, su misión abarca la preverservación de los derechos humanos y la denuncia sobre el terrorismo internacional, se mostraba muy compungida con el genocida Benjamín Menéndez en momentos en que la dictadura cívico-militar ahogaba en sangre al pueblo argentino y a la comunidad judía. "Al menos 937 miembros de la comunidad judía desaparecieron
durante la dictadura militar argentina (1976-1983), que incluyó a varios
rabinos en la lista de “delincuentes subversivos” por su compromiso con
los Derechos Humanos, recuerda el ensayo “Ser judío en los años setenta” , sin embargo no actuó con la misma benevolencia con el actual juez de la Corte Interamericana, Raúl Zaffaroni y menos aún con la ofensiva o persecución contra el actual juez Rafecas.
Por
Jorge Elbaum *
La
ofensiva contra el juez Daniel Rafecas y otros jueces y fiscales independientes
fue iniciada hace un año y medio por el actual diputado nacional Waldo Wolff
cuando todavía ejercía su cargo de vicepresidente de la DAIA. La campaña de
desprestigio empezó en enero de 2015 cuando el consejo directivo de la DAIA
cuestionó al actual juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Raúl
Zaffaroni, por “banalizar la Shoá (Holocausto cuyas víctimas fueron eslavos,
judíos, gitanos, testigos de Jehovah, gays y diversos grupos de
discapacitados). La crítica al ex juez de la Corte Suprema se sustentó en la
analogía del “genocidio por goteo” que sufrían los sectores populares en
América latina, como producto del hambre y la exclusión generados por el
neoliberalismo.
El
segundo capítulo de la ofensiva consistió días después, cuando se conoció la
muerte del fiscal Natalio Alberto Nisman, y el propio Waldo Wolff comunicara
ampulosamente su hipótesis de que el fiscal había sido asesinado, evidenciando
como prueba fáctica –e indudable– una fotografía que el propio fiscal de la
causa AMIA le enviara, horas antes de aparecer muerto en el baño, difundida
desde su domicilio en el barrio porteño de Puerto Madero. A partir de esa
imagen, el actual diputado “probaba” que Nisman no podría haberse suicidado.
El
tercer capítulo fue la denuncia del propio Wolff por unas supuestas amenazas
telefónicas proferidas por el Juez Rafecas. Dicha situación motivó una denuncia
del ya diputado del PRO que fue desestimada por el juez Sebastián Casanello.
Sin embargo, dicha denuncia incluía la afirmación del propio Wolff ,de que las
amenazas habían sido proferidas por una voz femenina y no por le propio juez.
Sin embargo, el ex directivo de la DAIA denunció a Rafecas –que no suele
expresarse con tono femenino– ante el Consejo de la Magistratura.
El
cuarto capítulo incluyó a varios fiscales federales, que intentaron
obsesivamente cuestionar al juez por haber desestimado la acusación de Nisman
contra la ex presidenta de la Nación, su canciller Héctor Timerman y el
diputado Larroque, entre otros. Este “momento” incluyó la acusación de
“Traición a la Patria” –digitada por al AMIA y la DAIA– contra la ex mandataria
y el intento por enviar la causa del deceso de Nisman al fuero Federal para
otorgarle un matiz de magnicidio y dejar bajo sospecha sistémica a todos los
funcionarios del anterior gobierno.
El
capítulo actual, consistente en convocar a empresarios, dueños de medios de
comunicación y referentes del establishment a expresarse mediante una
solicitada, fue también motorizada por Waldo Wolff con la inestimable
colaboración de Lilita Carrió, que días atrás llamó a la “colectividad judía a
apoyar el juicio contra Daniel Rafecas”. Gran parte de los firmantes de la
solicitada representan a los sectores más concentrados de la sociedad
argentina, al tiempo que expresan una visión conservadora y en algunas
ocasiones reaccionaria de la identidad judeo-argentina. La ofensiva contra
Zaffaroni, Rafecas y otros jueces y fiscales se lleva a cabo desde un proyecto
de país que instituye lo jurídico como un suplemento pasivo de la
monopolización de la realidad, en todas sus facetas: tanto políticas y
discursivas como económicas e identitarias. Desde esta perspectiva se ha
intentado forzar lo “judío” al límite de una única acepción, aquella que se
acomoda a la exclusión neoliberal, la eficiencia marketinera y a la empresarialidad
ceocrático. Los distintos capítulos, y sus amnésicos editores, olvidan que una
gran proporción de los desaparecidos argentinos tenían el origen
argentino-judío que hoy pretenden homogenizar como baluarte de la restauración.
Olvidan también, que nuestros orígenes migratorios tienen mucho más que ver con
el anarquismo (como el caso de Simón Radovitsky), el sindicalismo nacional y
popular (como el caso de Perelman, primer secretario general de la UOM en la
década del 40), las tradiciones progresistas (expresadas por Moisés Lebensohn),
y con Marshal Mayer, que se jugaba la vida denunciando desapariciones en la
década del 70, mientras la DAIA intentaba congraciarse con la dictadura
genocida.
En
el Corán se denomina a los judíos “el pueblo del libro”. Un libro que –según el
Talmud– tiene muchos capítulos indescifrables. Muchos de los cuales todavía no
han sido escritos.
*Presidente
del Llamamiento de Argentinos Judíos.