Juntas después de 40 años
Informe: Sibila Gálvez Sánchez.
“Frente al enemigo construimos lazos
indestructibles, y ésta es la prueba de que el fino hilo de oro que nos unió
sigue intacto”, dijo Liliana Rossi.
“Con todos nuestros sueños nos llevaron a Devoto
y, sin conocernos, pudimos organizarnos para resistir el aniquilamiento, para
derrotar la tristeza y para seguir creciendo como mujeres”, exclama con voz
áspera Liliana “Pluta” Rossi, una de las 300 ex detenidas que la última
dictadura cívico-militar mantuvo sin causa judicial en esa cárcel porteña y que
ayer, luego de casi 40 años, volvieron a verse en el Hotel Bauen. “Frente al
enemigo construimos lazos indestructibles, y ésta es la prueba de que el fino
hilo de oro que nos unió sigue intacto y de que sólo basta que tiremos de él
para que estemos, de nuevo, todas juntas”, continúa Rossi, cuyas palabras se
entretejen con los llantos y las risas y con la sorpresa eufórica que desata el
reencuentro.
Con el repiqueteo de la lluvia como telón de
fondo, el salón de recepción del Bauen se convirtió en el escenario de una
jornada histórica que comenzó pasadas las 11 de la mañana. 300 ex presas
políticas, algunas de ellas llegadas desde distintos puntos del país y otras
desde España, Suecia, Canadá y Estados Unidos –donde rehicieron sus vidas luego
del exilio–, se reunieron tras más de cuatro décadas y revivieron escenas de su
paso por el penal de Devoto. Viajaron por sus propios medios e incluso se
organizaron para armar un fondo común para costear los gastos de alojamiento,
los pasajes y la comida de todas. Recrearon, así, las redes de solidaridad que
supieron construir durante la dictadura.
“Qué
lindos estos abrazos gigantes”, se escucha decir a una de las mujeres. Los
abrazos, efectivamente gigantes, se multiplican una y otra vez entre el
griterío. “No puedo creer que estoy buscando a mis compañeras de celda”,
advierte, alegre, otra de las presentes, que llevaba un cartel con su nombre y
el seudónimo que usaba en sus años de militancia en la clandestinidad. Las
mujeres se reconocen, se miran las caras con los ojos llorosos, se ríen un
largo rato y se aprietan en un abrazo que parece desandar las distancias y el
tiempo. Esas imágenes felices se replican y los hijos e hijas de las ex
detenidas las contemplan en silencio, con una sonrisa sutil, mientras algunos
niños –sus nietos– corretean y juegan
entre el tumulto de gente.
“Estoy encontrándome con compañeras que
estuvieron seis u ocho años presas”, cuenta Alcira Camusso, detenida en el
pabellón 49 de Devoto –conocido como el “pabellón de madres”– entre mediados de
1977 y fines de 1978, después de parir a su segundo hijo en cautiverio. Ese
contraste, entre los poco más de doce meses que ella estuvo presa y los seis u
ocho años que estuvieron sus compañeras, hace que Alcira se considere “una
afortunada”. “Compartimos muchos dolores y muchos miedos, pero también muchas
alegrías”, agrega, y remarca que, cuando perdió a su compañero, esas mujeres
“fueron un sostén importante durante el embarazo, el parto y en los primeros
meses de crianza de mi hijo”. “Siempre me emocionó mucho la idea de volver a
ver a mis compañeras, así que para mí esto es una gran fiesta, una
celebración”, explica.
El ambiente está alborotado: una voz desde el
parlante intenta –sin éxito– poner orden para dar comienzo a lo que será la
breve alocución de “Pluta” Rossi. Las ex detenidas no pueden dejar de
conversar, algunas incluso bailan agarradas de las manos y entonan algunos
versos de “La rastrojera”, una polca criolla que el trovador uruguayo Marcos
Velázquez convirtió en himno popular en la década del 60. “Corrían los setenta
y nosotras también corríamos”, comienza a decir Rossi, y el vocerío se
convierte en un murmullo tenue. “Corríamos en una Latinoamérica que estaba
intentando sembrar semillas de justicia y de igualdad, semillas de pueblos
liberados”, continúa.
Sonia Torres, titular de Abuelas de Plaza de
Mayo filial Córdoba, también está en el evento. “Mi hija se tendría que haber
reunido hoy”, lamenta. Su nieto, nacido en el centro clandestino de detención
La Perla en junio de 1976, es uno de los jóvenes que aún no han recuperado su
identidad. Su hija, Silvina Mónica Parodi, está todavía desaparecida. “Muchas de
estas mujeres me conocen porque estuvieron detenidas con Silvina y es muy
hermoso ver que todas se abracen después de tanto sufrimiento”, celebra, sin
embargo, Sonia.
La convocatoria de ayer surgió luego de que, en
una movilización, algunas de las ex detenidas conversaran con los encargados de
la cooperativa del Bauen sobre la posibilidad de utilizar los espacios del
hotel para organizar el reencuentro. “A nosotros nos pareció hermoso que hayan
elegido este lugar, es muy gratificante y emocionante”, explica Federico
Tonarelli, vicepresidente de la cooperativa. “Este es un hotel que fue
construido en plena dictadura, en connivencia entre los dictadores y los
empresarios, que funcionó como el lugar de reunión de la clase dominante para
hacer negocios y, desde que humildemente comenzamos a gestionarlo, hemos
convertido estos salones en la versión antagónica de lo que fueron”, agrega.
El almuerzo ya está servido y comienza a
enfriarse mientras las mujeres, todavía inquietas, se regalan libros,
prendedores y calcomanías. En las paredes del salón se leen los nombres y se
ven los rostros de las ex presas que no pudieron estar. “Es un día
impresionante”, asevera la bailarina Vilma Rúpulo, secuestrada en Mendoza en
junio de 1976, a dos días de haber dado a luz a su primer hijo. Su testimonio
es el de quien puso el cuerpo donde las palabras no tenían lugar. “Mientras las
compañeras cantaban en coro una chacarera, una canción revolucionaria o el
fondo de alguna ópera clásica yo siempre bailaba, aunque estuviese deprimida”,
recuerda. Será Rossi, minutos más tarde, la que termine de completar el sentido
de lo que Rúpulo intenta decir: “Nosotras somos el fuego y del fuego nos alimentamos.
Nos alimentamos de bronca y de deseo, de lucha y del orgullo de ver a nuestros
hijes luchar. Nosotras somos una y en una estamos todas”.