Por Fernando Buen Abad.- Una ilusión manipuladora -no confesada- se
desliza como si fuese el non plus ultra de toda Comunicación y Cultura. Se
trata de un estereotipo ideológico que anhela controlar conciencias y
conductas, al estilo nazi-fascista, como si se tratase de un logro táctico y
estratégico para dirigir a las masas, milimétricamente, en lo objetivo y en lo
subjetivo. Una especie de poder“iluminado” por el “Poder” para acarrear al
“rebaño” por el camino de la subordinación placentera. Deseo perverso empeñado
en comerciar con las conductas de los pueblos. Si lo saben, mal… si no lo saben
peor.
¿Todos quieren ser Goebbels? Infiltraciones
ideológicas colonizantes
Algunos anhelan que “una frase”, “una imagen”,
“un mensaje”… tengan el poder, por sí, para de convencer a los destinatarios de
ser y hacer lo que quieren los genios de la comunicación fabricantes de
publicidad o propaganda, así se disfrace de periodismo, cine, televisión, radio
o “influencers” en internet con sus “redes sociales”. El fetichismo de la
comunicación individualista y mercantilizada.
Desde su perspectiva, la ideología de la clase
dominante se las ingenia para imponer su reduccionismo satanizador contra la
clase trabajadora como el enemigo del “bienestar”. En los trabajadores forjan
un enemigo único. Contra los trabajadores se reúne a todas las fuerzas
disponibles para constituirse en un sector acosado por la rebeldía de la clase
subordinada. Entonces cargan sobre los pueblos los errores y defectos propios
mientras se victiman y emprenden ataques inventando amenazas. Inventan su
concepto de lo “popular” bajo el supuesto de que el pueblo no es inteligente y
los mensajes han de ser ideados para no exigir esfuerzo intelectual y siempre
sea fácil de olvidar. Tal como indicaba Goebbels: “Si no puedes negar las malas
noticias, inventa otras que las distraigan”.
Para los Goebbels de gabinete no hay límite a la
exageración y la desfiguración. Todo acontecimiento es susceptible de ser
convertido en “amenaza grave”. Es el viejo negocio de asustar al burgués propio
para que financie ciegamente toda represión. Se educa los mass media con la
idea peregrina de que “…debe limitarse a un número pequeño de ideas y
repetirlas incansablemente”… “Si una mentira se repite suficientemente, acaba
por convertirse en verdad”. Incluso de la repetición hasta la náusea, pretenden
hacer su renovación. Para eso se empeñan en imponer “información” y silogismos
efímeros dichos como si fuesen verdades eternas. Eso se logra sólo con el
desarrollo de un modelo de indiferencia tozuda ante todo lo que los pueblos
denuncian y repudian. Y todo eso a condición de que parezca verdad. No importa
cuántas fuentes haya que silenciar o cuántas falacias haya que infiltrar para
garantizar el reino del engaño. Cultura “fake”.
Tal filosofía de la manipulación sólo funciona
al precio de silenciar a los pueblos. Cortarles toda posibilidad de
comunicación independiente al discurso hegemónico a su lógica y su estética. Y,
principalmente, tal filosofía de la comunicación hegemónica ha de operar sobre
las bases de su propia tradición dominante y de la necesidad de trascender los
planos de lo material para convertirlos en cultura y en arte que los pueblos
subordinados deben aprender a disfrutar. Eso incluye amar a toda la
parafernalia alienante, sus ídolos y sus héroes, sus fiestas y sus ritos como
si fuesen propios. Gozar la subordinación, disfrutar la esclavitud y
principalmente enseñar a los pueblos a agradecerla con aplausos y con raiting.
Dicho de otro modo, consolidar una cultura de la subordinación que se divierte
sumiso con cualquier chatarra material e ideológica que le imponga el aparato
de comunicación y cultura dominante. Y convencerse de que es lo mejor que la
humanidad ha conseguido, que debe defenderlo con su vida y ha de heredar a su
descendencia.
Tal paradigma de la dominación cultural y
mediática, con su ilusionismo de genios goebbelianos, es un un dispositivo
ideológico amasado, larga y corporativamente, en la progresión, hasta hoy
imparable que implica acumulación de las herramientas de producción de sentido
y la dominación de los campos semánticos que reducen los contenidos de casi
todo pensamiento a sofismas de mercado dogmatizados. Al servicio de esto
compiten desaforadamente personas y empresas para convencernos (y convencer a
sus clientes) de que sus “campañas” y sus “ideas” son la solución mágica a la
crisis de sobreproducción que ahoga al capitalismo y a los focos de rebeldía y
revolución que proliferan, por todo el planeta, como signos claros de hartazgo
ante los estragos del capitalismo contra la humanidad y contra el planeta todo.
Pero el ilusionismo de los discípulos de
Goebbels termina cuando la realidad toma la palabra. No pocos de sus feligreses
desesperan si las fórmulas de la dominación no funcionan como dicen sus
manuales. Y es que olvidan la inteligencia dinámica del pueblo trabajador que
es infatigable en su resistencia simbólica aunque luche en condiciones
asimétricas. Incluso las “victorias” comunicacionales hegemónicas se diluyen en
lo efímero de sus intereses y sus fundamentos convertidas en fuente de
creatividad para que los pueblos produzcan humor, sarcasmos, ironías,
cancioneros, dramaturgias y todo tipo de guerrilla semiótica que, más temprano
que tarde, ayudan a conjurar los efectos de las ofensivas hegemónicas a
condición de que medie una lucha (o un conjunto de luchas) desde el campo
laboral, el campo de las ciencias, el campo de las artes o de cualquier género
desigual y combinadamente.
Fuente: Telesur Tv