Noceti, de incógnito, en el juicio de Facundo
Jones Huala.
“¡Este hijo de puta buen mozo es mi jefe de
gabinete!”, lo presentó en sociedad Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad,
en un video casero que se volvió viral. El funcionario Pablo Noceti fue
defensor de represores, reivindica públicamente la represión ilegal y es el
autor ideológico y material de la “lucha contra el indio” en la administración
de Mauricio Macri. Con varios viajes al Sur, Noceti venía “preparando el
terreno” para la represión a los mapuche, que culminó con la desparición de
Santiago Maldonado. “Quedate tranquila; este es un tema de Mario (Das Neves)”,
indicó el camino negacionista Macri a la oreja de la ministra Bullrich.
El jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad,
Pablo Noceti, vestía un traje gris y sobretodo oscuro. Con esa vestimenta en
medio del paisaje cordillerano su silueta pasaba tan desapercibida como una
tarántula en un plato lleno de leche. Así fue fotografiado mientras hablaba con
un oficial de la Gendarmería a la vera de la estancia Benetton en Leleque, al
noroeste de Chubut. Corría la primera tarde de agosto.
Sólo habían transcurrido un par de horas desde
la desaparición forzada del mochilero Santiago Maldonado, visto por última vez
mientras lo cargaban a una camioneta blanca de esa fuerza durante la brutal
represión encabezada por Noceti en la lof de Cushamen, apenas a tres kilómetros
de allí.
Lo cierto es que esa fotografía –captada a
hurtadillas por un gendarme y difundida por Nuestras Voces el 7 de agosto–
subraya su participación en ese delito de lesa humanidad, el primero de la era
macrista.
Para descorrer el velo de su génesis bien vale
reparar en la figura de su presunto “hacedor”. Y también en sus pasos hacia
aquel ominoso martes en el que Santiago fue visto por última vez cuando lo
subían a una camioneta de Gendarmería Nacional.
El doctor Torquemada
Este abogado de 51 años es un sujeto de hábitos
casi espartanos y bajo perfil. Por eso resulta paradójico que tras exactamente
un año de silencioso trabajo en la función pública su nombre haya saltado a la
luz el 13 de diciembre de 2016 por un desliz jolgorioso de su jefa, Patricia
Bullrich.
“¡Este hijo de puta buen mozo es mi jefe de
gabinete!”, exclamó esa noche a viva voz y ya con dicción incierta, durante un
festejo por el fin de año en la sede ministerial de la calle Gelly y Obes.
“¡Todas andan locas por él!”, volvió a clamar. A su lado, el aludido forzaba
una sonrisa incómoda. Un video del asunto no tardó en viralizarse.
Hasta entonces el doctor Noceti había circulado
como un fantasma por los pasillos del actual gobierno. Era consciente de que su
profusa labor como defensor de represores y apologista de la dictadura le
podría jugar en contra.
Sin embargo, en el ámbito tribunalicio no es un
secreto que su postura ideológica lo sitúa a la derecha de Atila. Por eso no
debe asombrar que en sus alegatos califique los juicios contra genocidas como
la “legalización de una venganza diseñada por el poder político al servicio de
inconfesables intereses” o que la anulación de las leyes de obediencia debida y
punto final “tendría que avergonzar a todo
jurista serio de la República”. Fogueado profesionalmente bajo el ala
del camarista durante el “Proceso”, Alfredo Battaglia –quien luego tuvo a
Galtieri entre sus defendidos–, Noceti supo afinar su visión del mundo en las
filas de la Corporación de Abogados Católicos, un distinguido antro de
propagandistas del terrorismo de Estado influenciado en su momento por la
organización ultraderechista La Cité Catholique, cuyo imaginario bailoteaba
sobre los siguientes pilares: la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria,
el método de la tortura y su fundamento dogmático tomista, cuya dialéctica se
sostenía en el “principio del mal menor por el bien común”. De modo que con tal
soporte él redondeó su reivindicación teórica de la desaparición forzada de
opositores. Y con una escalofriante economía de palabras: “Un enemigo no
convencional exige protocolos atípicos”. En realidad su gran problema es que
ahora alucina una guerra imaginaria.
Tal ensoñación en esta etapa de su vida se
cristaliza en una “hipótesis de conflicto” sostenida por él con notable empeño:
la amenaza indigenista. Algo que la señora Bullrich adoptó como propio y que
además le vino de perillas al gobernador de Chubut, Mario Das Neves, en el
marco del litigio por tierras de la comunidad mapuche con el Grupo Benetton.
Ya el 30 de agosto del año pasado el Ministerio
de Seguridad elaboró un informe de gestión con el siguiente andamiaje
argumental: los reclamos de los pueblos originarios no constituyen un derecho
garantizado por la Constitución sino un delito federal porque “se proponen
imponer sus ideas por la fuerza con actos que incluyen la usurpación de
tierras, incendios, daños y amenazas”. Una dinámica cuasi subversiva, puesto
que –siempre según ese documento– “afecta servicios estratégicos de los
recursos del Estado, especialmente en las zonas petroleras y gasíferas”.
Ahora se sabe que ese paper es fruto del puño y
la letra de Noceti, quien 20 días antes había sido detectado en Esquel por la
Asociación de Abogados de Derecho Indígena (AADI). Tal revelación provocó su
segundo traspié: ser sorprendido por un reportero gráfico del medio Noticias de
Esquel durante el juicio por la extradición a Chile del líder mapuche Facundo
Jones Huala. Su foto fue publicada esa misma tarde.
Entonces le fue imposible eludir una entrevista
con Radio Nacional de aquella ciudad en la que blanqueó sus intenciones:
“Evaluar la comisión de un delito federal, porque acá hay un grupo que pretende
atemorizar a la gente con el método de la violencia”. Fue el inicio de la
estigmatización del movimiento Resistencia Ancestral Mapuche (RAM). Ya en ese
instante él se jactó de poder encarcelar a sus integrantes sin orden de un
juez, en base a una interpretación algo antojadiza del artículo 213 bis del
Código Procesal, referido a situaciones que ponen en riesgo la seguridad
interna de la nación.
A partir de aquel día en Esquel, El Bolsón y
otras localidades aledañas comenzaron a circular caras extrañas; personal
encubierto de Gendarmería y la Policía Federal, junto con agentes de la AFI.
Sin mucho disimulo todos ellos espiaban a la población, algo prohibido por la
ley de inteligencia Nº 25.520. En medio de esa tensa calma transcurrieron los
siguientes cuatro meses.
Noceti había activado una bomba de tiempo.
“¡Ese es mi jefe de gabinete!”, repetía la
ministra durante ese simpático festejo de diciembre. El aludido ya no sonreía.
Es posible que en aquel instante pensara en otro
“jubileo” de inminente realización. Una especie de homenaje a la Campaña del
Desierto. A tal fin se mantenía en contacto con el gobernador Das Neves, el
juez federal de Esquel, Guido Otranto y su par en la justicia ordinaria, José
Colabelli.
Cuatro semanas después Noceti viajó otra vez a
esa ciudad chubutense.
El regreso del general Julio Argentino Roca
El evento se efectuó en la localidad de Cushamen
entre el 10 y 11 de enero del corriente año, auspiciado por las máximas
autoridades de la provincia con el apoyo del Ministerio de Seguridad de la
Nación. Su cronograma ofreció tres espectáculos de categoría: el martes a la
mañana, apaleamiento de “indígenas” –incluidos niños y mujeres– por 200
gendarmes en un tramo de las vías del tren La Trochita; el martes a la tarde,
saqueo de los animales de la comunidad mapuche y cacería de “indígenas” por
patotas de la policía local; miércoles a la madrugada, prácticas de tiro al
blanco –con postas de goma y plomo– sobre objetivos “indígenas”, también a
cargo de aquella fuerza policial. El saldo de ambas jornadas fue fructífero: 11
detenidos y 15 heridos; dos, de gravedad. En la clausura de la celebración el
gobernador Mario Das Neves se lució con una rima: “Entre los mapuches hay
violentos que no respetan las leyes, la Patria y la bandera, y que agreden a
cualquiera”.
Aquellas fueron sus exactas palabras. Una frase
por cuya terrorífica simpleza se desliza un auténtico progrom en clave
telúrica.
Noceti volvió a Buenos Aires, dejando atrás una
agria disputa entre Das Neves y Otranto por las repercusiones negativas del
asunto a nivel nacional.
“¡Fue el juez quien armó todos este lío! Fue él
quien ordenó reprimir”, proclamaba el gobernador ante todo micrófono que
tuviera a tiro.
Entre ambos había un encono preexistente
originado por la nulidad del proceso de extradición contra Facundo Jones Huala
decretada por Otranto al probarse que el único testigo había aportado datos
bajo tortura. Entonces Das Neves lo denunció en el Consejo de la Magistratura.
Y ahora insistía: “¡Fue el juez quien armó todo
este lío!”
Pero Otranto argumentó que su orden a la
Gendarmería solo se limitaba a “remover y secuestrar los obstáculos materiales
que se encuentren colocados sobre las vías del tren sin que ello contemplara
detenciones”, apuntando – sin nombrar a nadie– hacia el enviado del Poder
Ejecutivo nacional.
Mientras tanto, en Buenos Aires reinaba un clima
apaciguado. “Quedate tranquila; este es un tema de Mario”, susurró Mauricio
Macri a la oreja de la ministra Bullrich. El tal Mario, claro, no era otro que
Das Neves.
Esas palabras fueron dichas el miércoles por la
tarde en el Salón Blanco de la Casa Rosada minutos antes de que el Presidente
les tomara juramento a los nuevos ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo.
Y muy tranquila –como bien quería Mauricio–
“Pato” aplaudía a rabiar los chascarrillos futbolísticos vertidos por él durante
la ceremonia.
A su lado, con expresión imperturbable, ya
estaba Noceti.
El siguiente capítulo de esta historia comenzó a
palpitar durante la visita oficial de Macri a su par chilena, Michelle
Bachelet. Era el martes 27 de junio cuando el mandatario argentino ingresó al
Palacio de la Moneda. Allí mantuvo una reunión privada con la anfitriona, de
quien se despidió pasadas las tres de la tarde. Después trascendió que entre
otros asuntos ambos hablaron sobre la situación de Facundo Jones Huala,
requerido por la justicia trasandina por su presunta autoría en el incendio de
una propiedad rural También se supo que Macri prometió hacer lo posible por dar
curso favorable a su extradición.
Ese mismo día el líder mapuche fue detenido por
la Gendarmería en la ruta 40 y encerrado en la cárcel federal de Bariloche. No
había ninguna orden de arresto en su contra. El hecho de que su captura haya
sucedido en ese sitio indica que lo venían siguiendo. El responsable de dicha
tarea de inteligencia ilegal fue nada menos que Noceti, quien hasta se dio
dique por ello.
El asunto causó una nueva escalada de fricciones
entre los mapuches y los uniformados. Tanto es así que el 31 de julio,
integrantes de esa comunidad reclamaron ante el juzgado federal de Bariloche la
liberación de Jones Huala. Por toda respuesta hubo una andanada de balas de
goma sobre el cuerpo de los manifestantes. Muchos resultaron heridos y se
efectuaron nueve detenciones.
Horas después Noceti convocó en Esquel a todas
las fuerzas federales y provinciales de Río Negro y Chubut.
Seguidamente se prestó a la requisitoria
periodística para dar a conocer el motivo: “Comenzar a tomar intervención y
detener a todos y a cada uno de los miembros de la RAM que causen delitos en la
vía pública y en flagrancia”. Otra vez se jactó de que para eso no necesitaba
la intervención de un juez. Y casi en clave de lapsus supo reconocer el
espionaje sobre esa organización al afirmar: “Sabemos quiénes son; los tenemos
identificados a todos y estamos investigando sus fuentes de financiación”. Por
último, ya con un extraño brillo en la mirada, implicó en las acciones de la
RAM al premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, a “gente vinculada al
gobierno anterior” y también al “extremismo kurdo”.
Al día siguiente su bomba de tiempo estalló en
mil pedazos.
El martes negro
Eran exactamente las 11 de la mañana del martes
cuando una horda de 100 gendarmes irrumpió en la lof de Cushamen disparando
balas de goma y plomo a mansalva, antes de quemar objetos pertenecientes a las
familias. En aquellas circunstancias muchos pobladores corrieron hacia el río,
a unos 100 metros al este de la comunidad. Entre ellos, Santiago. La mayoría
alcanzó a cruzar las aguas y así ponerse a salvo. Santiago no pudo hacerlo.
La tropa pertenecía a los escuadrones de Esquel,
Bariloche y El Bolsón. Mientras el primero –al mando del comandante Pablo
Ezequiel Bodié– cubría el perímetro del teatro de operaciones, el segundo –al
mando del comandante Luis Alberto Pizzati– ingresaba al predio mapuche detrás
de la columna del tercer escuadrón –al mando del comandante Fabián Méndez–,
cuyos hombres tuvieron el papel más activo en la faena. Tanto es así que su
jefe llevaba la voz cantante entre los gendarmes de las tres unidades y
funcionaba como correa de transmisión entre todos ellos y las órdenes
impartidas por el doctor Noceti.
Mientras unos 30 gendarmes del Escuadrón de El
Bolsón perseguían a quienes se replegaban por él río, Santiago quedó agazapado
entre la maleza, detrás de un árbol. Veinte minutos después desde la otra
orilla se escuchó el vozarrón de un uniformado al exclamar: “¡Tenemos a uno!”;
luego se oyó otra exclamación: “¡Estás detenido!”. A continuación, una persona
que estaba en una lomada próxima a dicha orilla vio un grupo de gendarmes
golpeando a un muchacho maniatado que era arrastrado hacia la lof. Hasta allí,
raudamente, ingresó un camión liviano Unimog en cuya caja el cautivo fue
subido. Y otra vez raudamente, ese vehículo avanzo 400 metros hasta detenerse
junto a una camioneta Amarok con el logo de la fuerza, estacionada a la vera
del cruce hacia El Maitén. Allí –siempre según las personas que observaban la
escena desde la orilla opuesta– los gendarmes formaron en hilera para
obstaculizar la visión del trasbordo de Santiago a ese vehículo, que finalmente
arranco hacia Esquel. Desde entonces no se sabe nada de él.
Pero sí de aquella camioneta. A pesar de haber
sido lavada, el peritaje realizado en El Bolsón por la Policía de Chubut y la
Federal pudo detectar una mancha de sangre en el asiento trasero y otra en la
caja. Las conclusiones al respecto están cifradas en los exámenes del ADN.
En tanto, como si él no fuera el principal
sospechoso del asunto, Noceti declaraba a radio Belgrano Bariloche: “Tenemos
una hipótesis que está siendo investigada, pero por el momento no puedo
contarla”. Casi un chiste.
En tanto, la única respuesta oficial del hecho
se reduce a 13 palabras: “No hay testimonio de nadie que diga que Maldonado
estuvo ahí aquel día”.
En tanto, la peor tragedia política de la
historia argentina se repite pero de ninguna manera con forma de farsa.
Fuente: Nuestras Voces