Por Stella Calloni, La Garganta Poderosa /
Resumen Latinoamericano/ 31 julio 2017.-
El gobierno y el pueblo de Venezuela son, en
este duro tiempo de avance imperial en Nuestra América, la muralla que se
levanta en medio de una guerra contrainsurgente de baja intensidad y de cuarta
generación, de extrema violencia. Es precisamente de cuarta generación la más
brutal guerra mediática que estamos viviendo en nuestra región, en el golpismo
del Siglo XXI y en el diseño de la potencia imperial Estados Unidos, de llevar
adelante su plan geoestratégico de recolonización de nuestra América. Se
equivocan los que piensan que este es sólo un retorno conservador o neoliberal.
Es un avance colonizador, porque la decisión de Estados Unidos es tomar el
control total de su llamado “patio trasero”, a partir de la aparición de nuevas
potencias que han cortado de un solo tajo el unilateralismo con que avanzaba
sobre el mundo.
Paul Wolfowit, el gran consejero de los
presidentes norteamericanos, había establecido ya en 1992, después de la caída
del Muro de Berlín y la Unión Soviética, que era el momento de avanzar en una
expansión global, sin límites y sin fronteras. Para eso sirvió el nunca
aclarado “atentado” contra las Torres Gemelas y su extraña implosión en
septiembre de 2001. Acto seguido, EE.UU. declaró la guerra infinita y anuló las
soberanías nacionales en todo el mundo. En Yugoslavia ya habían probado cómo
usando el arma de la desinformación, que consiste en convertir la mentira en un
arma de guerra a nivel global, podían tener una impunidad absoluta. A eso, le
sumaron la enorme capacidad de realizar falsos atentados, para avanzar en
nombre de la lucha antiterrorista o antinarcotráfico donde quisieran.
Entonces se volcaron a Afganistán, Irak, Libia y
Siria, pero en este último la resistencia heroica del gobierno de Bashar Al
Asad, el pueblo y el ejército se transformaron en una pesadilla para EE.UU.,
Israel y los países europeos que convirtieron sus gobiernos en peones del gran
proyecto de la gobernanza global. Siria pidió ayuda a la Federación Rusa y la
aparición de Rusia y de China en escena cambió el eje de la noche a la mañana.
Entonces, la mirada regresó hacia Nuestra América, que a pesar de estar
invadida por las fundaciones de diversos nombres de la CIA y el Pentágono de
EE.UU., había logrado mediante elecciones imponer una serie de gobiernos
progresistas, que además rompieron el aislamiento de Cuba.
En el siglo XXI comenzó la guerra
contrainsurgente que se visualizó con los golpes de Estados. Los fracasados: Venezuela
2002, Bolivia 2008, Ecuador 2010. Y los concretados: Haití 2004, Honduras 2009,
Paraguay 2012. En los últimos tiempos, Estados Unidos avanzó sobre el triángulo
de los tres países clave en la integración: Argentina, Brasil y Venezuela.
Lograron, utilizando sectores de la Justicia que han “comprado”, controlando
varios medios masivos de comunicación y mediante la corrupción, dar el golpe
contra Dilma Rousseff en Brasil, en agosto de 2016. Unos meses antes,
consiguieron lo que bien podría llamarse la infiltración electoral en
Argentina. La injerencia brutal con la distribución de millones de dólares, por
la que unificaron algunos partidos políticos en decadencia; el uso de jueces
cooptados y también la alineación de los medios masivos locales, decantaron el
triunfo de un gobierno en el que el presidente y sus ministros pertenecen a
fundaciones norteamericanas. Es decir, un gobierno de Washington en un poder
local.
Logrado esto, recrudecieron al máximo el
golpismo contra Venezuela, que nunca dejó de intentarse desde 2002. Los
gobiernos de Estados Unidos creyeron que con la muerte del comandante Hugo
Chávez Frías, en marzo de 2013, darían fácilmente el zarpazo sobre Venezuela,
que se ha transformado en una gran muralla de Nuestra América. Sin embargo, se
encontraron con que el presidente Nicolás Maduro y los equipos formados por
Chávez, más un pueblo concientizado y la existencia de algunos medios como
Telesur y Venezolana de Televisión, lograron detener los más fuertes embates
golpistas, con participación de paramilitares colombianos y tropas especiales
de EE.UU. acantonadas en Colombia.
A principios de 2017, iniciaron un intento de
Golpe con otras modalidades, pero que esencialmente se mantiene en los últimos
meses por los falsos informes de la prensa en el exterior, que en un 95 por
ciento controla Washington. La guerra económica y el desabastecimiento son
brutales. Millones de dólares en alimentos, medicamentos y gasolina se escurren
por la amplia frontera con Colombia. Sabotajes y asesinatos en diversos lugares
del país, especialmente fronterizos. En lo que va de este año se han destruido
y quemado unos 300 edificios por parte de los grupos de choque, supuestos
pacíficos manifestantes que llevan cascos de un material especial, máscaras
antigases y actúan con cierto orden militar, arrojando bombas incendiarias que
brindan espectacularidad para la transmisión mediática. Su criminalidad quedó
evidenciada en el asesinato de posibles “chavistas”, siete de los cuales fueron
rociados con gasolina y quemados. La imagen de las víctimas corriendo
desesperados, es mostrada, por supuesto, como si fueran crímenes de los
organismos de policía y seguridad. Sin embargo, de las 109 víctimas, la mayoría
era chavista y no participaba en estas acciones, y una minoría era opositora.
Pero esto no es lo que se informa.
Mientras el secretario general de la OEA, el
uruguayo Luis Almagro, es casi el comando político y diplomático del golpe,
Maduro logró sostener el llamado al diálogo en forma permanente y por eso su
convocatoria a una Asamblea Constituyente para profundizar los avances
sociales, que la oposición rechazó, fue apoyada por gran parte de la población.
Sin embargo, eso no lo muestran los periódicos extranjeros, como ocurre en
Argentina. Lo que pasa en Venezuela esencialmente es una guerra mediática que,
como se dice, “le da letra” a la derecha mundial, que especialmente cuenta con
el apoyo del ilegítimo presidente de Brasil, Michel Temer; de Mauricio Macri,
quien intenta imponerse ante Washington como el líder del sur sin lograrlo; y
por supuesto de los mandatarios de México, Colombia, Honduras, Guatemala y
Paraguay, cuyos pueblos están viviendo en el terror.
Fuente: Resumen Latinoamericano