La amenaza por cuenta de Donald Trump del uso de
la fuerza militar para derrocar al gobierno de Nicolás Maduro ha sido repudiada
por casi todas las fuerzas políticas y sociales alrededor del mundo. Dicho con
una frase clásica, ha sido condenada por tirios y troyanos. Incluso fue
rechazada por los más activos adversarios del régimen venezolano, con los muy
derechistas y criminales gobiernos de México, Colombia y España en primera
fila.
Esa amenaza expresa de utilizar la fuerza
militar, destinada a ejercer mayor presión internacional contra el régimen
chavista, no logró tal objetivo y, en cambio, tuvo como resultado el
fortalecimiento interno e internacional del gobierno de Nicolás Maduro. De modo
que, como se dice popularmente, a Donald Trump le salió el tiro por la culata.
La desaforada declaración de Trump tuvo otro
efecto involuntario: echó por tierra el largo y muy trabajado proceso de golpe
blando contra Maduro. Porque para muchos gobiernos europeos y latinoamericanos
una cosa es el declarado propósito de tumbar a Maduro, y otra muy distinta
convalidar moral, jurídica y diplomáticamente el recurso de la invasión militar
directa, como en Afganistán, Irak, Libia y Siria. O el expediente de los
bombardeos masivos del territorio venezolano, una reedición de las carnicerías
realizadas por Estados Unidos en Vietnam, Camboya, Panamá y Serbia, con sus
decenas e incluso centenas de muertos, heridos, mutilados y desplazados.
Se puede decir que, con su descaro, Donald Trump
dejó muy mal parados, entre otros, a los gobiernos mexicano y colombiano.
Éstos, vasallos del Tío Sam por convicción, no se atrevieron a ser cómplices de
semejantes atrocidades. Y al repudiar el uso de la fuerza militar contra
Maduro, aunque sólo haya sido de dientes para afuera, indirectamente han
conspirado contra sus propios y visibles propósitos de derrocar al chavismo.
En el fortalecimiento del gobierno chavista y en
el consecuente debilitamiento de la alianza antimadurista poco tiene que ver si
Trump hablaba en serio y conscientemente, o si sólo se trataba de un recurso
retórico para conservar o ampliar su base electoral y política, acostumbrada al
uso de las armas y deseosa de imponer con ellas su visión de la democracia.
En cualquier caso, experiencia y sensatez
obligan a no echar en saco roto las amenazas yanquis. Y obligan igualmente a
redoblar la preparación política, diplomática y militar para la defensa del
país. Porque si bien las amenazas de Trump pudieron ser sólo un recurso
retórico o una simple balandronada, lo cierto es que el deseo de liquidar al
chavismo manu militari es una añosa aspiración de la cúpula gobernante de
Estados Unidos.
Y no sólo de esa cúpula guerrerista. También de
muchos de los gobiernos europeos, con la franquista España a la cabeza. Y de un
tercio de los gobiernos latinoamericanos. Y no digamos de la propia oligarquía
venezolana.
Es claro que no hay contradicción entre esos deseos y propósitos y el rechazo a las amenazas de Trump. Digamos que no es una cuestión de esencia sino de método. Porque una cosa es la invasión militar o los bombardeos masivos con respaldo internacional y fachada democrática y humanitaria, y otra, muy distinta, una intervención unilateral y sin aval internacional. Para esas cúpulas derechistas no está en cuestión el derrocamiento de Maduro. Pero prefieren hacerlo con la cara bien maquillada y, si se puede, hasta embellecida.
Fuente: Telesurtv