Por: Carlos Aznarez
Ni en sus mayores fantasías Walsh
hubiera imaginado que cuarenta años después, su nombre, su trayectoria, su
lucha y su sacrificio habrían de dar tanto que hablar. Tampoco hubiera creído,
en aquellos años de clandestinidad y terror, que la frase “el legado de Rodolfo
Walsh” se configuraría como un paradigma hasta impactar primero en miles de
estudiantes de periodismo, rebotar luego en numerosos trabajadores y
trabajadoras de prensa que reivindican su estilo incisivo y tan jugado por la credibilidad en todo
aquello que se dice o escribe. Es que Walsh y su defensa del pensamiento
crítico sigue renaciendo por estos días en artículos, vídeos, programas
radiales, y hasta en frases pintadas en los grandes paredones con una
ingeniosidad que lo harían sonreír: “Macri prepará el helicóptero porque
Rodolfo Walsh te está investigando”.
El escritor e intelectual lúcido que por
momentos hizo a un lado la máquina de escribir para transformarse en un
activista sindical en la Agrupación 26 de julio del Peronismo de Base y en la
del Bloque Peronista de Prensa, o en un combatiente en las Fuerzas Armadas
Peronistas y en Montoneros, mostró con su ejemplo el camino del encuentro real
con muchas mujeres y hombres del pueblo. Gente de todas partes, que sin
conocerlo sabían de su existencia por haber visto de reojo en alguna reunión o
asamblea una copia artesanal del libro “Operación Masacre”, obra cumbre del periodismo de investigación.
Es el mismo Walsh que supo ser habitante asiduo de la Federación Gráfica
Bonaerense, donde declaró sentirse como en casa, y desde allí dirigir una de
las experiencias periodísticas de base más creativas e importantes del
continente.
Decir Walsh hoy es evocar lo mejor y más potente
del compromiso intelectual al servicio de una militancia solidaria y generosa,
que llevaba irremediablemente, en las más duras circunstancias, a entregar la
vida en una patriada colectiva. La Revolución y el Socialismo eran dos metas
que este hombre esgrimía contra viento y marea. En aras de esos objetivos
reivindicaba todos los métodos de lucha,
batallaba en defensa de las exigencias de los de abajo y a la vez de
criticar muchas veces al propio Perón y expresar su odio a la burocracia
sindical y a sus sicarios armados, no le temblaba el pulso a la hora de
enfrentar al gorilismo externo y al que anidaba en las filas del propio
peronismo.
No era su estilo dejarse embaucar por los cantos
de sirena del reformismo y el posibilísimo, al que consideraba dos lacras que
conspiraron en la historia, y lo siguen haciendo, contra el quehacer liberador
sin medias tintas. “Cómplice del capitalismo” denominaba Walsh al primer
concepto, y “cobardía” de los que se resignan con migajas, al segundo.
Walsh era de la escuela del Che, en el sentido
de hacer las tareas impuestas lo más brillantemente posible. No transaba con el
desgano y la comodidad de los perezosos a la hora de avanzar hacia un objetivo
trazado, sobre todo si tenía que ver, como en la mayoría de los casos, con las
reivindicaciones de los que el sistema siempre trató de excluir.
Tampoco Walsh sufría de esa enfermedad tan común
en ciertos estamentos de la intelectualidad, sea esta burguesa o “progresista”,
como es la egolatría. Tenía mil excusas para poder lucirse como un icono pero
siempre desdeñó las caricias de la fama, a la que como dice el tango, la
consideraba “puro cuento”, y se embarcó en mil historias vinculadas a la
construcción de un periodismo popular y con cable a tierra con los que luchan.
Gozaba Walsh con los informes que le llegaban a su mesa de dirección del diario
de la CGT de los Argentinos, en los que se hablaba de la avidez con que los
cañeros de Tucumán recibían el diario, o como se lo pasaban de mano en mano los
petroleros de la Patagonia. Ese brillo, esas luces que no eran de neón, le
compensaban todas las dificultades económicas de sobrevivencia o las escapadas
de una policía brava que como a tantos militantes lo tenía en la mira. En
realidad, estaba repitiendo en territorio propio lo que tiempo antes había
pergeñado junto a Jorge Ricardo Masetti y el Che Guevara, en los primeros años
de existencia de la Agencia cubana Prensa Latina.
Es bien cierto que Walsh y su colega de tantas
insurgencias, Paco Urondo, estaban tallados de una madera especial. Para ambos,
la liberación nacional no podía imaginarse sin que esta desembocara en
liberación social, y desde ese punto de inflexión es que desarrollaron lo más
ardiente de su militancia. Nunca desdeñaron la organicidad con la estructura
político-militar que los albergaba, incluso en los momentos más críticos de la
misma. A la vez, no se callaron la boca para esbozar sus opiniones aunque
contradijeran a las conducciones. No lo hacían desde el desánimo ni en aras de
una aventura conspirativa, sino en función de buscar caminos para que las
ansias de victoria no derivaran en el genocidio de la fuerza propia, como
realmente ocurrió.
Urondo cayó en junio de 1976 combatiendo en
Mendoza y la noticia nunca imaginada golpeó duro en Walsh, de la misma manera
que otra muerte odiada, la de su propia hija Vicky, lo sacudiría brutalmente
poco meses después. Sin embargo, obstinado y enamorado de la vida a pesar de
las circunstancias, siguió buscando la luz al final del túnel.
La agencia ANCLA, su obra maestra del periodismo
a contracorriente lo mostró en su mejor perfil de comunicador colectivo, igual
que pocos años atrás había generado artículos de excelencia en el diario
Noticias o investigando la ocupación sionista a Palestina.
Su último texto, convertido en látigo, es la
carta a los asesinos del pueblo, en la que da muestras nuevamente de su
trayectoria valiente, poniendo identidad a una de las críticas más feroces que
podían recibir los dictadores locales.
Carta de Walsh a la Junta Militar
La prueba de que no lo derrotaron y que solo
pudieron apoderarse de su cuerpo, es este aluvión de homenajes a Walsh que hoy
arrasa el continente, son miles los y las jóvenes que hoy dicen Walsh para
levantar orgullosos su ejemplo de vida rebelde. Su trayectoria y ese rostro tan
fotogénico son evocados para alejar las sombras mediocres y retrógradas que
proyectan quienes hoy gobiernan el país. Sigue venciendo Walsh, como militante
pero también como escritor y periodista.