(Por Patricio Eleisegui) Así lo revela un nuevo
informe desarrollado por científicos del CONICET, publicado en el exterior. En
las conclusiones del trabajo queda reflejedo que las concentraciones son causa
del modelo agrícola vigente. Como se recordará, en julio del año pasado
Adelanto 24 dio la primicia de que toda la cuenca del río Paraná, considerada
la segunda más importante de Sudamérica detrás de la que comprende al Amazonas,
está altamente contaminada con el herbicida glifosato o AMPA, su degradación.
Ahora, una segunda entrega del material publicado por la revista internacional
Environmental Monitoring and Assessment, a la que accedió este periodista en
exclusiva, eleva la vara a un nivel todavía más dramático: las aguas y el lecho
del Paraguay y el Paraná presentan grandes concentraciones de insecticidas como
el endosulfan – de uso prohibido en el país desde 2013-, la cipermetrina y el
clorpirifos.(Envío Meche Méndez)
Como en la ocasión anterior, el monitoreo lleva
la firma de, entre otros, Alicia Ronco – fallecida en noviembre del año pasado-
y Damián Marino, ambos especialistas del CONICET, y afirma que el grado de
contaminación detectado supera los límites establecidos para la protección de
toda la vida acuática.
Según explicó Marino a quien aquí escribe, los
resultados provienen de muestras tomadas en 2010 y 2012 en 22 puntos diferentes
de las cuencas mencionadas. El trabajo contó con la colaboración de Prefectura
Nacional, que aportó su logística y el buque Luis Leloir para el traslado y
desempeño de los científicos.
En sus conclusiones, el monitoreo señala que los
altos niveles de plaguicidas constatados en agua y sedimentos tienen como causa
la utilización de estos productos para la práctica agrícola en todos los territorios
que atraviesa principalmente el Paraná.
“La agricultura intensiva aporta cargas
significativas a los afluentes en los tramos medio e inferior y estos luego
llegan al curso de agua principal. A pesar de que hay diluciones y descargas,
el nivel de concentración es tal que los productos se pueden detectar en la
corriente de agua. Estos hallazgos exponen la necesidad urgente de regular la
aplicación de pesticidas en la cuenca”, afirma el trabajo.
El documento destaca que en la región relevada
“la utilización de plaguicidas aumentó 900% en las dos últimas décadas por
efecto de la introducción de cultivos biotecnológicos y la aplicación de
técnicas de siembra directa”.
Cipermetrina, endosulfan y clorpirifos encabezan
con amplitud los indicadores de contaminación. Sin embargo, reconoce la
publicación, en la zona también se ubicaron otros 20 plaguicidas aunque en
concentraciones relativamente bajas respecto de los compuestos antes
mencionados.
“Las concentraciones de endosulfan, cipermetrina
y clorpirifos son las cuantitativamente más relevantes. En cada caso, sus
niveles de presencia son superiores a los recomendados para la seguridad de la
vida acuática. Estos plaguicidas presentan una mayor afinidad por los
sedimentos”, señala el trabajo.
Tóxicos detectados
La cipermetrina, de acuerdo a la Organización
Panamericana de la Salud (OPS), es muy tóxica para peces y abejas, y se
recomienda evitar su uso sobre cursos de agua. A nivel local, su desarrollo y
comercialización corre por cuenta de Atanor, Bayer, Dow, DuPont, Monsanto y
Nidera, entre otras firmas.
Este producto aparece como uno de los
desarrollos que, en combinación con otros pesticidas, viene originando casos de
polineuropatías tóxicas y trastornos en el sistema nervioso periférico como el
denunciado por Fabián Tomasi, ex empleado de una compañía fumigadora de
Basabilbaso, provincia de Entre Ríos.
Tomasi es un auténtico caso-símbolo de cómo los
agroquímicos destruyen la salud al interactuar con el cuerpo.
En tanto, el clorpirifos es el insecticida más
utilizado en la actividad agrícola local. Dow, su desarrolladora, fue multada
en 1995 y 2003 por ocultar casi 250 casos de intoxicación con ese agroquímico
sólo en los Estados Unidos y continuar publicitando al insecticida como
producto “seguro”.
En la sumatoria de ambas sanciones, Dow culminó
desembolsando a modo de pena más de 2,7 millones de dólares.
Ya en 2011, un estudio concretado por la
universidad norteamericana de Columbia vinculó al insecticida con numerosos
casos de niños afectados con retrasos mentales y físicos en zonas cercanas a
Nueva York.
Por último, el endosulfan es un insecticida
catalogado como “muy peligroso” por el mismo SENASA, y su uso se encuentra
vetado en más de 60 países Unión Europea incluida por generar desde cáncer
hasta deformidades congénitas pasando por desórdenes hormonales, parálisis
cerebral, epilepsia y problemas en la piel, los ojos y las vías respiratorias,
entre otros males. En la Argentina, su utilización está prohibida desde
mediados de 2013.
Detalles del estudio
Contactado por este periodista, Marino explicó
que los resultados de las muestras obtenidas sobre todo en el curso del Paraná
recién se dan a conocer ahora “por demoras derivadas de la discusión científica
en torno a la experiencia”. La publicación de monitoreos de estas
características implica la interpretación de resultados de manera integral y,
necesariamente, una rigurosa evaluación de pruebas por parte de especialistas
internacionales.
Según el científico, la experiencia arrojó que,
si bien toda la cuenca muestra niveles elevados de toxicidad a lo largo de su
extensión, la mayor concentración de insecticidas se da principalmente en las
zonas aledañas a las localidades santafesinas de Coronda, Carcarañá y San
Lorenzo.
“También se detectó contaminación en el Bermejo
y el Pilcomayo. Esto podría deberse a la producción agrícola que se hace aguas
arriba en Paraguay. Su modelo atado al uso de agroquímicos es similar al de
Argentina. Los sedimentos son los que más demuestran la presencia de los
insecticidas. El agua es el vector que, sobre todo a través de las lluvias y
efectos de escorrentía, moviliza los pesticidas desde las zonas de producción
hasta el caudal de estos ríos”, dijo a Adelanto 24.
Para luego añadir: “Que hayamos encontrado
pesticidas también en el agua muestra que hay contaminación más reciente. El
sedimento representa una matriz ambiental que provee información más en el
tiempo y la historia, y posiblemente hable de los procesos de acumulación de
insecticidas al actuar como un sumidero. Las concentraciones detectadas en la
columna de agua, hay que remarcarlo, superan los niveles recomendados para la
supervivencia de la vida acuática”.
Marino definió las conclusiones del trabajo como
una “luz naranja, prácticamente roja, encendida”. Y exigió la implementación
urgente de un programa de monitoreos de alcance nacional que, en concreto,
permita conocer al detalle la situación ambiental de los principales cuerpos de
agua de la Argentina. Según el especialista, la última experiencia en ese
aspecto corresponde precisamente al muestreo expuesto en este artículo.
A mediados del año pasado, el equipo encabezado
por Ronco y Marino reveló la presencia de concentraciones elevadas de glifosato
en el mismo río Paraná. El informe, divulgado a modo de primicia por Adelanto
24, resultó ignorado por las autoridades de los territorios que utilizan el
caudal para brindar agua potable a infinidad de poblaciones. Aguas Santafesinas
SA, por poner un caso, directamente negó los resultados del monitoreo del
CONICET.
La nueva evidencia reaviva no sólo la discusión
en lo que hace a la calidad del insumo básico: vuelve a colocar en el epicentro
de la polémica el modo en que se está llevando a cabo la producción
agropecuaria en la Argentina y cómo, por efecto de las prácticas consagradas,
la presión ambiental atenta contra la seguridad misma de los ecosistemas en
general. Resta conocer si, como ocurrió el año pasado, el poder político
volverá a hacer de cuenta que los argumentos científicos no valen la pena.
Fuente: Agencia para la Libertad