Jeffrey St. Clair
Alexander Cockburn 03/12/2016
La semana pasada, el Washington Post publicaba
un insultante artículo de un redactor de tecnología hasta ahora desconocido
llamado Craig Timberg, afirmando sin la más leve prueba que la inteligencia
rusa estaba usando más de 200 portales de noticias independientes para bombear
propaganda pro-Putin y anti-Clinton durante la campaña electoral.
Bajo el apasionante titular, “El esfuerzo
propagandístico ruso ayudó a difundir ‘noticias falsas’ durante las elecciones,
según los expertos”, Timberg confeccionó su relato basándose en los alegatos de
un tenue grupo llamado ProporNot, conducido por individuos sin nombre de origen
desconocido, a quienes Timbering (plagiando con el estilo de Bob Woodward [1])
accede a citar como fuentes anónimas.
El catálogo de supuestos canales controlados por
Putin de ProporNot apesta a las calumnias macarthistas de la época del Terror
Rojo. La lista negra incluye a algunos de los portales de noticias alternativos
más reconocidos de la web, incluyendo Anti-war.com, Black Agenda Report,
Truthdig, Naked Capitalism, Consortium News, Truthout, Lew Rockwell.com, Global
Research, Unz.com, Zero Hedge y, sí, CounterPunch, entre muchos otros. Tendré
más sobre Timberg y ProporNot en mi columna del viernes.
Mientras tanto, aquí tienen una breve nota
histórica sobre como en el apogeo de la Guerra Fría la CIA desarrolló su propio
establo de escritores, editores y publicistas (abultado hasta al menos los
3.000 individuos) que pagaba para garabatear la propaganda de la Agencia bajo
un programa llamado Operación Calandria. La red de desinformación estaba
supervisada por el último Philip Graham, ex editor del propio periódico de
Timberg, el Washington Post.
La historia de Craig Timberg, que es tan sólida
como las pintadas anónimas dibujadas en un cuarto de baño, da lugar a la
sospecha de que el Post todavía sigue siendo un jugador en el mismo viejo juego
que perfeccionó en los 50 y continuó a lo largo de las décadas culminando en su
crítica feroz de 1996 contra mi viejo amigo Gary Webb y su inmaculado informe
sobre el tráfico de drogas de los contras apoyados por la CIA en los 80. El
repugnante ataque del Post sobre Webb fue encabezado, en parte, por el redactor
de inteligencia del periódico Walter Pincus, él mismo una vieja mano de la CIA.
Para Timberg, este fue probablemente solo otro
día más en la oficina: arrojar algunas calumnias rojas contra la pared y ver
cuales se pegan antes de pasar a su siguiente gran primicia tecnológica
(cortesía de los soplos de unos cuantos adolescentes anónimos en Cupertino [2])
sobre fallos técnicos del software en el i-Phone 7.
Para sujetos del periodismo de conductores
fugados como este, sin embargo, a menudo es un asunto completamente diferente.
En el caso de Webb, los ataques deplorables e infundados del Post mataron su
carrera como periodista de investigación y precipitaron una depresión fuera de
control que terminó con Gary quitándose su propia vida. Aunque el propio
inspector general de la CIA, Frederick Hitz, confirmó más tarde el contenido
del informe de Webb, el Post nunca se retractó de sus historias infamantes o
pidió disculpas por arruinar la vida de uno de los periodistas más sutiles y
valientes del país.
Ahora parece que el periódico está dando vueltas
para otro tiroteo desde el coche.
(Este artículo es una adaptación de nuestro
libro End Times: the Death of the Fourth Estate.) –JSC
Casi desde su fundación en 1947, la CIA tuvo
periodistas en su nómina, un hecho reconocido a voces por la Agencia en su
declaración de 1976 cuando George H. W. Bush relevó a William Colby, cuando
afirmó que “con efectos inmediatos, la CIA no entrará en ninguna relación
pagada o contractual con ningún corresponsal de noticias a tiempo completo o
parcial acreditado por ningún servicio de noticias, periódico, revista, red o
estación de radio o televisión de EEUU.”
Aunque la declaración también subrayaba que la
CIA continuaría dando la “bienvenida” a la cooperación voluntaria y no pagada
de periodistas, no hay razones para creer que la Agencia realmente parase las
recompensas encubiertas al Cuarto Poder.
Sus prácticas a este respecto antes de 1976 han
sido documentadas hasta cierto punto. En 1977, Carl Bernstein afrontó el tema
en Rolling Stone, concluyendo que más de 400 periodistas habían mantenido algún
tipo de alianza con la Agencia entre 1956 y 1972.
En 1997, el hijo de un alto responsable de la
CIA bien conocido en los primeros años de la Agencia afirmó categóricamente a
CounterPuncher, aunque extraoficialmente, que “por supuesto” que el poderoso y
malévolo columnista Joseph Alsop “estaba en nómina”.
La manipulación mediática fue siempre una
preocupación primordial de la CIA, así como del Pentágono. En su Secret History
of the CIA, publicada en 2001, Joe Trento describe como en 1948 el hombre de la
CIA Frank Wisner fue nombrado director de la Oficina de Proyectos Especiales,
pronto renombrada Oficina de Coordinación de Políticas (OPC). Ésta se convirtió
en la rama de espionaje y contrainteligencia de la Agencia Central de
Inteligencia, siendo la primerísima en su lista de funciones designadas la de
“propaganda”.
Más adelante en ese año Wisner lanzó una
operación llamada en clave “Calandria”, para influir en la prensa doméstica
estadounidense. Reclutó a Philip Graham del Washington Post para llevar el
proyecto en la industria.
Trento escribe que “uno de los periodistas más
importantes bajo el control de la Operación Calandria fue Joseph Alsop, cuyos
artículos aparecieron en más de 300 periódicos diferentes.” Otros periodistas dispuestos a promover las opiniones
de la CIA, incluyeron a Stewart Alsop (New York Herald Tribune), Ben Bradlee
(Newsweek), James Reston (New York Times), Charles Douglas Jackson (Time
Magazine), Walter Pincus (Washington Post), William C. Baggs (Miami News), Herb
Gold (Miami News) y Charles Bartlett (Chattanooga Times).
Hacia 1953 la Operación Calandria tenía una gran
influencia sobre 25 periódicos y agencias de noticias, incluyendo el New York
Times, la CBS o Time. Las operaciones de Wisner estaban financiadas por desvíos
de fondos previstos para el Plan Marshall. Algo de este dinero fue usado para
sobornar a periodistas y editores.”
En su libro Mockingbird: The Subversion of the
Free Press by the CIA, Alex Constantine escribe que en los 50, “alrededor de
3.000 empleados asalariados y contratados de la CIA estaban finalmente
implicados en esfuerzos de propaganda”.
Notas:
[1] Periodista de investigación y escritor,
trabaja en el Washington Post desde 1971, donde actualmente ejerce como editor
asociado. [N. del T.]
[2] Ciudad de California conocida por albergar
la sede central de Apple. [N. del T.]
Jeffrey St. Clair
es editor de
CounterPunch. Su nuevo libro es Killing Trayvons: an Anthology
of American Violence (con JoAnn Wypijewski y Kevin Alexander Gray). Puede
contactarse con él en sitka@comcast.net.
Alexander Cockburn
(1941-2012) fue editor de Counterpunch.org. Los
libros de Alexander Cockburn Guillotined! y A Colossal Wreck están disponibles
en CounterPunch.
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2016/11/30/the-cia-and-the-press-when-the-washington-post-ran-the-cias-propaganda-network/Fuente: Sin Permiso