Por: Ignacio Ramonet
Fidel soportó la embestida de nada menos que diez
presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter,
Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con los principales
lideres que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra mundial (Nehru,
Nasser, Tito, Jrushov, Olaf Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira
Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan Pablo
II, el rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los principales intelectuales
y artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Arthur Miller,
Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamin, Cartier-Bresson, José
Saramago, Gabriel Garcia Marquez, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, etc.).
Fidel ha muerto, pero es immortal. Pocos hombres
conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es
uno de ellos. Perteneció a esa generación de insurgentes míticos – Nelson
Mandela, Patrice Lumumba, Amilcar Cabral, Che Guevara, Camilo Torres, Turcios
Lima, Ahmed Ben Barka – que, persiguiendo un ideal de justicia, se lanzaron, en
los años 1950, a la acción política con la ambición y la esperanza de cambiar
un mundo de desigualdades y de discriminaciones, marcado por el comienzo de la
guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
En aquella época, en mas de la mitad del
planeta, en Vietnam, en Argelia, en Guinea-Bissau, los pueblos oprimidos se
sublevaban. La humanidad aún estaba entonces, en gran parte, sometida a la
infamia de la colonización. Casi toda África y buena porción de Asia se
encontraban todavía dominadas, avasalladas por los viejos imperios
occidentales. Mientras las naciones de América latina, independientes en teoría
desde hacia siglo y medio, seguían explotadas por privilegiadas minorías,
sometidas a la discriminación social y étnica, y a menudo marcadas por
dictaduras cruentas, amparadas por Washington.
Fidel soportó la embestida de nada menos que
diez presidentes estadounidenses (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter,
Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo). Tuvo relaciones con los principales
lideres que marcaron el mundo después de la Segunda Guerra mundial (Nehru,
Nasser, Tito, Jrushov, Olaf Palme, Ben Bella, Boumedienne, Arafat, Indira
Gandhi, Salvador Allende, Brezhnev, Gorbachov, François Mitterrand, Juan Pablo
II, el rey Juan Carlos, etc.). Y conoció a algunos de los principales
intelectuales y artistas de su tiempo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir,
Arthur Miller, Pablo Neruda, Jorge Amado, Rafael Alberti, Guayasamin,
Cartier-Bresson, José Saramago, Gabriel Garcia Marquez, Eduardo Galeano, Noam
Chomsky, etc.).
Bajo su dirección, su pequeño país (100 000 km2,
11 millones de habitantes) pudo conducir una política de gran potencia a escala
mundial, echando hasta un pulso con Estados Unidos cuyos dirigentes no
consiguieron derribarlo, ni eliminarlo, ni siquiera modificar el rumbo de la
Revolución Cubana. Y finalmente, en diciembre de 2014, tuvieron que admitir el
fracaso de sus políticas anticubanas, su derrota diplomática e iniciar un
proceso de normalización que implicaba el respeto
del sistema político cubano.
En octubre de 1962, la Tercera Guerra Mundial
estuvo a punto de estallar a causa de la actitud del gobierno de Estados Unidos
que protestaba contra la instalación de misiles nucleares soviéticos en Cuba.
Cuya función era, sobre todo, impedir otro desembarco militar como el de Playa
Girón (bahía de Cochinos) u otro directamente realizado por las fuerzas armadas
estadounidenses para derrocar a la Revolución Cubana.
Desde hace mas de 50 años, Washington (a pesar
del restablecimiento de relaciones diplomáticas) le impone a Cuba un devastador
embargo comercial -reforzado en los años 1990 por las leyes Helms-Burton y
Torricelli- que obstaculiza su desarrollo económico normal. Con consecuencias
trágicas para sus habitantes. Washington sigue conduciendo además una guerra
ideológica y mediática permanente contra La Habana a través de las potentes
Radio “Marti” y TV “Marti”, instaladas en La Florida para inundar a Cuba de
propaganda como en los peores tiempos de la guerra fría.
Por otra parte, varias organizaciones terroristas
– Alpha 66 y Omega 7 – hostiles al régimen cubano, tienen su sede en La Florida
donde poseen campos de entrenamiento, y desde donde enviaron regularmente, con
la complicidad pasiva de las autoridades estadounidenses, comandos armados para
cometer atentados. Cuba es uno de los países que mas víctimas ha tenido (unos 3
500 muertos) y que más ha sufrido del terrorismo en los ultimos 60 años.
Ante tanto y tan permanente ataque, las
autoridades cubanas han preconizado, en el ámbito interior, la unión a
ultranza. Y han aplicado a su manera el viejo lema de San Ignacio de Loyola :
“En una fortaleza asediada, toda disidencia es traicion.” Pero nunca hubo,
hasta la muerte de Fidel, ningún culto de la personalidad. Ni retrato oficial,
ni estatua, ni sello, ni moneda, ni calle, ni edificio, ni monumento con el
nombre o la figura de Fidel, ni de ninguno de los lideres vivos de la
Revolución.
Cuba, pequeño país apegado a su soberanía,
obtuvo bajo la dirección de Fidel Castro, a pesar del hostigamiento exterior
permanente, resultados excepcionales en materia de desarrollo humano :
abolición del racismo, emancipación de la mujer, erradicación del
analfabetismo, reducción drástica de la mortalidad infantil, elevación del
nivel cultural general… En cuestión de educación, de salud, de investigación
médica y de deporte, Cuba ha obtenido niveles que la sitúan en el grupo de
naciones mas eficientes.
Su diplomacia sigue siendo una de las mas
activas del mundo. La Habana, en los años 1960 y 1970, apoyó el combate de las
guerrillas en muchos países de América Central (El Salvador, Guatemala,
Nicaragua) y del Sur (Colombia, Venezuela, Bolivia, Argentina). Las fuerzas
armadas cubanas han participado en campañas militares de gran envergadura, en
particular en las guerras de Etiopia y de Angola. Su intervención en este
ultimo país se tradujo por la derrota de las divisiones de élite de la
República de África del Sur, lo cual acelero de manera indiscutible la caída
del régimen racista del apartheid.
La Revolución cubana, de la cual Fidel Castro
era el inspirador, el teórico y el líder, sigue siendo hoy, gracias a sus
éxitos y a pesar de sus carencias, una referencia importante para millones de
desheredados del planeta. Aquí o alla, en América latina y en otras partes del mundo, mujeres y
hombres protestan, luchan y a veces mueren para intentar establecer regímenes
inspirados por el modelo cubano.
La caída del muro de Berlín en 1989, la
desaparición de la Unión Soviética en 1991 y el fracaso histórico del
socialismo de Estado no modificaron el sueño de Fidel Castro de instaurar en
Cuba una sociedad de nuevo tipo, mas justa, mas sana, mejor educada, sin
privatizaciones ni discriminaciones de ningún tipo, y con una cultura global
total.
Hasta la víspera de su fallecimiento a los 90 años, seguía mobilizado en defensa de la
ecología y del medio ambiente, y contra la globalización neoliberal, seguía en
la trinchera, en primera línea, conduciendo la batalla por las ideas en las que
creía y a las cuales nada ni nadie le hizo renunciar.
En el panteón mundial consagrado a aquellos que
con más empeño lucharon por la justicia social y que más solidaridad
derrocharon en favor de los oprimidos de la Tierra, Fidel Castro - le guste o
no a sus detractores - tiene un lugar
reservado.
Lo conocí en 1975 y conversé con él en múltiples
ocasiones, pero, durante mucho tiempo, en circunstancias siempre muy
profesionales y muy precisas, con ocasión de reportajes en la isla o la
participación en algún congreso o algún evento. Cuando decidimos hacer el libro
“Fidel Castro. Biografía a dos voces” (o “Cien horas con Fidel”), me invitó a
acompañarlo durante días en diversos recorridos. Tanto por Cuba (Santiago,
Holguín, La Habana) como por el extranjero (Ecuador). En coche, en avión,
caminando, almorzando o cenando, conversamos largo. Sin grabadora. De todos los
temas posibles, de las noticias del dia, de sus experiencias pasadas y de sus
preocupaciones presentes. Que yo reconstruía luego, de memoria, en mis
cuadernos. Luego, durante tres años, nos vimos muy frecuentemente, al menos
varios días, una vez por trimestre.
Descubrí asi un Fidel intimo. Casi tímido. Muy
educado. Escuchando con atención a cada interlocutor. Siempre atento a los
demás, y en particular a sus colaboradores. Nunca le oí una palabra mas alta
que la otra. Nunca una orden. Con modales y gestos de una cortesía de antaño.
Todo un caballero. Con un alto sentido del pundonor. Que vive, por lo que pude
apreciar, de manera espartana. Mobiliario austero, comida sana y frugal. Modo
de vida de monje-soldado.
Su jornada de trabajo se solía terminar a las
seis o las siete de la madrugada, cuando despuntaba el dia. Más de una vez
interrumpió nuestra conversación a las dos o las tres de la madrugada porque
aún debía participar en unas “reuniones importantes”…Dormía sólo cuatro horas,
más, de vez en cuando, una o dos horas en cualquier momento del dia.
Pero era también un gran madrugador. E
incansable. Viajes, desplazamientos, reuniones se encadenaban sin tregua. A un
ritmo insólito. Sus asistentes – todos jóvenes y brillantes de unos 30 años –
estaban, al final del dia, exhaustos. Se dormían de pie. Agotados. Incapaces de
seguir el ritmo de ese infatigable gigante.
Fidel reclamaba notas, informes, cables,
noticias, estadísticas, resúmenes de emisiones de televisión o de radio,
llamadas telefónicas... No paraba de pensar, de cavilar. Siempre alerta,
siempre en acción, siempre a la cabeza de un pequeño Estado mayor – el que
constituían sus asistentes y ayudantes – librando una batalla nueva. Siempre
con ideas. Pensando lo impensable. Imaginando lo inimaginable. Con un
atrevimiento mental espectacular.
Una vez definido un proyecto. Ningún obstáculo
lo detenía. Su realización iba de si. “La intendencia seguirá” decía Napoleón.
Fidel igual. Su entusiasmo arrastraba la adhesión. Levantaba las voluntades.
Como un fenómeno casi de magia, se veían las ideas materializarse, hacerse
hechos palpables, cosas, acontecimientos.
Su capacidad retórica, tantas veces descrita,
era prodigiosa. Fenomenal. No hablo de sus discursos públicos, bien conocidos.
Sino de una simple conversación de sobremesa. Fidel era un torrente de
palabras. Una avalancha. Que acompañaba la prodigiosa gestualidad de sus finas
manos.
La gustaba la precisión, la exactitud, la
puntualidad. Con él, nada de aproximaciones. Una memoria portentosa, de una
precisión insólita. Apabullante. Tan rica que hasta parecía a veces impedirle
pensar de manera sintética. Su pensamiento era arborescente. Todo se
encadenaba. Todo tenía que ver con todo. Digresiones constantes. Paréntesis
permanentes. El desarrollo de un tema le conducía, por asociación, por recuerdo
de tal detalle, de tal situación o de tal personaje, a evocar un tema paralelo,
y otro, y otro, y otro. Alejándose asi del tema central. A tal punto que el
interlocutor temía, un instante, que hubiese perdido el hilo. Pero desandaba
luego lo andado, y volvía a retomar, con sorprendente soltura, la idea
principal.
En ningún momento, a lo largo de mas de cien
horas de conversaciones, Fidel puso un limite cualquiera a las cuestiones a
abordar. Como intelectual que era, y de un calibre considerable, no le temía al
debate. Al contrario, lo requería, lo estimulaba. Siempre dispuesto a litigar
con quien sea.
Con mucho respeto hacia el otro. Con mucho
cuidado. Y era un discutidor y un polemista temible. Con argumentos a
espuertas. A quien solo repugnaban la mala fe y el odio.
Fuente: TelesurTV