“El
verdadero valiente no es el que siempre está lleno de coraje, sino el que se
sobrepone a su legítimo miedo. Pero si el miedo es, por lo común, algo
inevitable y espontáneo, un argumento más primitivo y por eso mismo más
poderoso que todos los argumentos de la encumbrada, infalible razón, no pasa lo
mismo con la cobardía. En tanto el miedo no pasa de ser un estado de ánimo, la
cobardía en cambio es una actitud. En la cobardía, pues, el grado de
responsabilidad es mucho mayor que en el miedo, ya que a su miedo el cobarde
suma la grave decisión de no afrontar algo, de no dar la cara. El especial
estado de ánimo que la jerga popular ha dado en llamar cola de paja, es
precisamente una antesala de la cobardía”. (”El país de la cola de paja”,
1959).-
Sin
ser psicólogo social ni cosa parecida, siendo nada más y nada menos que un
periodista que honró su oficio y lo enriqueció convirtiéndolo en poético y
portentoso arsenal de ideología decididamente transformadora de todo lo
consagrado como “irreversible” e “insuperable” por el sistema capitalista
primorosamente edulcorado por el batllismo tardío cuyo principal mentor murió
hace unos días, Mario Benedetti se atrevió en 1959 a escribir un muy lúcido libro
titulado “El país de la cola de paja”, vivisección audaz crítico-autocrítica de
una sociedad que ya mostraba --junto con su inevitable descalabro
económico-social-- algunos rasgos de una decadencia ético-filosófica que el
escritor supo describir magistralmente como la prefiguración trágica del
Uruguay que se venía necesariamente, y que se vino, nomás...
Casi
60 años después de la primera edición de este libro, el Uruguay de hoy parece
parcialmente congelado en aquel tiempo que precedió al trance más turbulento y
dramático de su historia, con el saldo despiadado que todos conocemos y del que
todos sabemos quiénes son sus principales responsables.
La
diferencia --la enorme diferencia-- no es solamente que Benedetti ya no esté
entre nosotros; la diferencia, la gran diferencia, es que unas cuantas
“personalidades” actualmente muy influyentes que ayer fueran protagonistas
activos y comprometidos de aquel trance histórico --en su inmensa mayoría
notoriamente influenciados por cronistas de la realidad como Mario y como
Eduardo Galeano con “Las venas abiertas de América Latina”--, son hoy ex
luchadores sociales que ocupan los sillones que la burguesía por ahora les deja
calentar y que, desde ellos, reproducen concientemente la mayor parte de
aquellos rasgos negativos señalados por Benedetti no como parte de la
“idiosincracia criolla”, sino como fortísima presencia en el “imaginario
popular” de pautas ideológicas educadas por y para la clase dominante.
Estos
párrafos no aspiran a ser un análisis, sino más bien una advertencia, una
humilde pero necesaria y sincera advertencia, no para encumbrados y soberbios
“protagonistas” del ayer y del hoy, sino para uno mismo (para el cada “uno
mismo” que somos todas y todos los que lo único que tenemos para perder son las
cadenas, o la dignidad, si nos dejamos enredar las patas, de nuevo, en un
reciclado “país de la cola de paja”).
En
los dos meses de huelga de hambre de Jihas Diyab empezada en Venezuela, la
mitad de ese tiempo fue usado por oficialistas y por opositores, por “expertos”
y por simples alcahuetes, y, también por ídolos con pies de barro
propagandistas del derrotismo y la apostasía, para decirnos que el perseguido
sirio-libanés es un temible terrorista, un mal agradecido, un mimoso lleno de
antojos, un mentiroso, y, encima, un falsario que simulaba estar en huelga de
hambre, sin estarlo (¡rostros de piedra, la verdad!).
Como
esa sarta de calumnias miserables no era suficiente para los apetitos de
quienes se desesperaban por cumplir las órdenes de la CIA y el Pentágono
tratando de impedir que Jihad saliera del Uruguay, se le agregó frivolamente el
condimento de que quienes rodearon al “refugiado” eran (son) una caterva de
ultras casi casi que ganados por no se sabe qué fundamentalismo “antinacional”
socavando los pilares de la democracia oriental y enchastrando al generoso
gobierno “progresista” que le había brindado todo al exótico energúmeno que
seguramente morfaba de querusa caca de palomas en el balcón de un confortable
apartamento céntrico de esos que no pueden gozar nuestros congéneres que están
más jodidos porque no son canjeables por naranjas enviadas al paraíso del
norte.
Ahora,
cuando ya Jihad se moviliza en las previas a una salida hacia “un lugar en el
mundo” con prescindencia del Estado “uruguayo” y a pesar de los caprichitos de
Obama, les irrita verlo desplazándose y no como esperaban, estirado en un cajón
roñoso de alguna funeraria amiga. El tipo va a los supermercados acompañado por
gente solidaria que no anda escondiéndose ni rescatando votos ni alguna
prebenda politiquera de las que tal vez puedas ligar siendo obediente y
cobarde.
Cuando
yo lo vea haciendo sus mandados, antes de que se reencuentre con su familia 15
años después del secuestro guantanamero y las torturas de los Obama, los Trump,
los Clinton y toda esa mafia imperial que le compra naranjas a Mujica si Mujica
hace bien sus mandados; cuando me lo encuentre haciendo mandados, lo abrazaré
fraternalmente, y aunque él no entienda mucho el español, le diré:
“Gracias,
hermano, por permitirnos saber que no todas y todos seguimos viviendo en el
país de la cola de paja. Te lo digo en nuestro nombre y en el de Mario
Benedetti, que fue un señor periodista y no un chupamedias que repite
reptilmente lo que el patroncito le manda decir”.
Lo
abrazaré, así, sencillito, sin taparme la cara con un pañuelo, como a cualquier
buen vecino, sin temor a que desde sus muletas de mutilado por el imperialismo
se dispare un misil que extermine a pueblos enteros en nombre del excremento
mercantilista y del dantesco “mundo libre” que hoy defienden los que ayer lo
condenaron, justamente.
(Gracias,
Mario, por seguir ayudándonos a ser gente. Gracias).