Por Carlos Aznárez
Fidel se nos ha ido de pronto, y ya lo estamos
extrañando, porque nada será igual sin él. Creíamos, muchas veces lo pensamos
en los rincones más inhóspitos de las cárceles, en las cloacas de las peores
torturas, o en los días más difíciles de nuestras luchas, que Fidel estaba con
nosotros, alentándonos, acompañando las peores dificultades. Sus ideas
revolucionarias y socialistas, su ejemplo de combatiente y estratega, su
incomparable sapiencia a la hora de emprender las más difíciles luchas. Siempre
Fidel estaba presente, con su uniforme verde oliva, con su fusil levantado en
alto, empuñado con vigor y dispuesto a seguir siempre pa’lante.
Fidel, la estrella más roja del mapa
latinoamericano y caribeño, esa enorme figura que supo hacer de la Revolución
una posibilidad no lejana y a la vez logró transmitir esperanzas para que otros
y otras en cualquier rincón del mundo pudieran alzarse contra las injusticias.
Ese gigantesco corazón sensible en el que han cabido todas las tristezas de los
más necesitados y también las alegrías por las pequeñas y grandes victorias
conquistadas. En Fidel, digo, y en su forma de generar conciencia, formación,
coraje y toda la audacia necesaria para conquistar el poder y no servirse del
mismo, están concentrados todos los anhelos de quienes jamás se habrán de dar
por vencidos en la lucha por un mundo diferente. Socialista, sin más
aditamentos, al decir y el hacer del Comandante.
Justamente ahora, que la situación internacional
no parece la más favorable para los pueblos y hay dudas sobre el futuro que le
espera a la Humanidad, vale la pena buscar respuestas a la existencia de este
inagotable referente del campo revolucionario que sigue dando lecciones de
sabiduría y humildad.
Se ha marchado el hombre y el combatiente que se
dio cuenta enseguida que todas las teorías del mundo no son suficientes si no
se ejerce una práctica audaz e inteligente contra el autoritarismo, y junto con
un puñado de valientes asaltó el Moncada, abriendo así un sendero que no se
detendría más hasta la toma del poder, una meta imprescindible si se quiere
hacer una Revolución con mayúsculas.Pero qué decir de ese Fidel, que con Raúl,
el Che y otros tantos patriotas desembarcó del Granma, y cuando todo parecía
venirse abajo, entre cadáveres de sus mejores hermanos y las balas del enemigo,
contó los fusiles y se repitió varias veces, como para que lo oyeran los
esbirros de la dictadura batistiana, que con esa decena de hombres que quedaban
en pie, ganarían la batalla.
Ya no tendremos a ese hombre junto a nuestras
luchas, a ese Fidel de la Sierra Maestra, el que rodeado de Raúl, el Che y
Camilo fue capaz de cometer las más increíbles hazañas. Allí, en aquellas montañas
victoriosas, apareció con toda claridad el Fidel combatiente, el estratega
militar capaz de convertir en triunfo aplastante lo que minutos antes iba
camino a convertirse en derrota, el Fidel compañero de sus compañeros, severo
cuando se trataba de hacer que se cumplan sus órdenes, sabedor de que cualquier
duda en un combate tan desigual como el que libraban, podía hacer capotar el
proyecto revolucionario.
Pero también supimos en esos pocos años de
batalla directa contra la soldadesca de Batista, de ese Fidel que respetaba la
vida de sus enemigos una vez que eran capturados en combate, marcando de esa
forma un territorio de humanidad, que en varias ocasiones provocó deserciones
masivas entre los uniformados del régimen, y generó las bases para que pocos
miles de rebeldes vencieran a un ejército regular y bien equipado de cien mil
soldados, que contaban con tanques, aviones bombarderos, y la ayuda
internacional de los imperios yanqui e inglés.
Después, cuando los barbudos felizmente
marcharon victoriosos hacia La Habana, en aquellos días memorables del 59,
comenzó a desarrollarse la vida de un Fidel que terminó asombrando al mundo.
Revolucionario hasta la médula, liberó a su pueblo de la opresión y de la
cultura gringa que lo asfixiaba, expropió y nacionalizó todo lo que antes era
de cuatro magnates subordinados a la mafia norteamericana, y ejerció el
internacionalismo con la misma potencia que antes había desarrollado para
derrotar al tirano.
Codo a codo con el Che, no dudó de emprender una
prolongada marcha para conquistar la por ahora pendiente segunda Independencia
latinoamericana. Venció al Apartheid sudafricano, ayudó a liberar Angola,
abrazó a Salvador Allende y apretó los puños de rabia, como pocos, cuando se
enteró que su hermano Guevara caía en combate en Ñancahuazu.
Cuántos rebeldes del continente se siente
enormemente agradecidos por lo que hizo Cuba por ellos, cuántos luchadores por
el socialismo no hubieran podido gestar múltiples hazañas en sus países sin la
decisión solidaria y comprometida de Fidel y sus compañeros. La lista es
extensa y a través de ella, Cuba y su Revolución fueron escribiendo páginas de
dignidad imposibles de olvidar.
En esos años y en los venideros, Fidel debió
multiplicarse, para que la Isla no se hundiera tras la caída del bloque
socialista, para intervenir con clarividencia en temas de deuda externa,
anunciando antes que ninguno, que la misma era impagable por ilegítima. También
propuso soluciones para cuidar y defender el medio ambiente, o encarar
gigantescas iniciativas en temas de educación y salud para su pueblo, que luego
fueron y son derivadas de manera solidaria hacia el resto del mundo.
Sin embargo, la madre de toda las batallas fue
la que libró Fidel, abrazado con su pueblo, contra el criminal bloqueo imperialista.
Medio siglo de obligadas carencias, que fueron
derrotadas a punta de digno coraje y la convicción de que a las revoluciones
verdaderas se le oponen miles de escollos. Para que semejante agresión no pueda
salir airosa, Fidel lo repitió siempre, la medicina es tener conciencia
revolucionaria y convicción de que se libra una batalla justa, forjar una
inmensa unidad de los de abajo, y sacrificarse hasta las lágrimas.
“Después de Dios, Fidel”, dijo emocionado un
agradecido ciudadano de Haití, al defender las misiones médicas y
alfabetizadoras que el gobierno cubano derramó por todo el mundo, llegando allí
donde nadie se atrevía. Eso es lo que en estos días todos los que agradecemos
su necesaria vigencia tenemos la obligación de recordar cuando nombramos a Fidel.
Nunca, pero nunca, nos falló.
Lo decimos desde la constatación de saber en que
clase de mundo vivimos, donde la felonía, la corruptela, el transfuguismo y la
claudicación se han convertido en moneda corriente. Frente a esas lacras,
Fidel, Cuba, su pueblo, la vieja guardia y las jóvenes generaciones
revolucionarias, siempre han mostrado que se puede. Que con voluntad política y
conciencia revolucionaria no hay enemigo invencible.
Nuestro querido Comandante en jefe ya no estará
para alumbrar nuevos amaneceres, pero sus ideas, que nadie tenga duda,
permanecerán intactas para impulsarnos a no bajar los brazos. Como buen
“caballo” y merecedor de ese apodo cariñoso impuesto por el pueblo de Cuba,
Fidel seguirá galopando hacia el futuro. Y lo hará, ahora que ese enemigo al
que le soportó la mirada, a pesar de tenerlo a sólo 90 millas, simula acercarse
y “flexibilizar relaciones” para seguir apretando la soga de formas diversas.
Ahora que ya no tenemos tampoco a Hugo
Chávez, su mejor amigo, hijo, hermano, compañero, ahora que el Imperio se lanza
a la ofensiva en lo que sigue considerando su “patio trasero” y Cuba se nos
aparece, como siempre, intacta, inabordable por sus enemigos que son los
nuestros, ahora, cuando las reflexiones de Fidel en defensa de la vida contra
la muerte son más que necesarias, es momento de detener la marcha por un
instante, y reconocerle a este hombre excepcional todos sus méritos.
Por eso, cuando las dificultades nos apabullen,
cuando creamos que nos estamos quedando sin fuerzas, cuando a veces nos falten
respuestas, cuando la confusión reinante nos haga dudar sobre quien realmente
es el enemigo, en esos momentos de oscuridad y desazón, volvamos a Fidel, a sus
ideas, a su ética, a su audacia, a su coraje, a su lógica revolucionaria y empinémonos
nuevamente en la maravillosA aventura de querer tomar los cielos por asalto.
Un poco desolados, otro poco mordiendo nuestro propio
dolor, pero jamás vencidos, te decimos querido Comandante, que te evocaremos
cuando escuchemos el viejo tema de Carlos Puebla, ese que habla de que
“mandastes a parar” y lo cantaremos una y otra vez, para darnos fuerza, para
tragarnos las lágrimas, y consultarte a cada momento: ¿Vamos bien, Fidel?
Fuente: Resumen Latinoamericano
Fuente: Resumen Latinoamericano