Estos son los diez principios económicos,
sociales y políticos que rigen hoy al mundo. La economía está manejada por una
suerte de nuevo capitalismo que navega de crisis en crisis, imponiendo una
estabilidad ficticia sólo para garantizar la libertad de los movimientos de
capital, demoliendo todas las instituciones de las economías de bienestar.
También se oponen a la existencia de un gobierno mundial democrático porque su
poder y fortuna se basan en las desigualdades del actual. Su único motor es la
acumulación en sí misma. Puede decirse que a su modo son populistas con todos
aquellos que se benefician con sus políticas, lo que deberíamos llamar
populismo del capital.
1 Si aplicamos la matemática de los conjuntos
podemos dibujar el mundo dividido en uno principal de ciudadanos ricos y
poderosos y muchos otros secundarios de ciudadanos que van de la estrechez
económica a la pobreza. En ese primer conjunto se aferran a sus bordes como
garrapatas partes pequeñas de los otros conjuntos del mundo desfavorecido
ocupando superficies pobladas por grupos minoritarios con riqueza y poder.
También una parte de ese primer conjunto se une a los otros compartiendo
pobreza y desigualdades.
2 Siempre existió en el pasado este tipo de
relaciones, pero antes había una diferenciación más neta entre las elites de
poder de uno y otro conjunto. Hoy confluyen en un mismo espacio de ideas y
políticas intercambiables aunque sus recursos no sean iguales en lo tecnológico
o lo militar. La música que silban es la misma y las maneras en que se mueven
entre esfera y esfera no supone la existencia de ningún pasaporte. Que el peso
concentrado de esas riquezas no haya todavía producido movimientos sociales
tectónicos es un problema que ni la teoría matemática ni la social pudieron
resolver. Exige arrojar como lastre para mantener ese mundo en equilibrio a
millones de pobres, lo que ocurría más rápidamente en el siglo pasado con las
guerras mundiales.
3 La globalización de los mercados no es sino
una “anarquía generalizada”, con características claramente negativas en
relación a los cada vez más limitados derechos soberanos. El lugar estratégico
lo ocupan las multinacionales, principales actores de la globalización, cuyas
características son la fragmentación mundial de los procesos de producción, la
supremacía de las finanzas, la deslocalización de los servicios y la constante
relocalización de sus actividades productivas. La competencia no se da entre una
multitud de oferentes y demandantes, como sostenía la teoría neoclásica, sino
que esta monopolizada y regulada por las grandes empresas, tanto por sus
precios como por sus capacidades de innovación o especulación. En este sentido
no se diferencia demasiado del monopolio de los mercados por el fenecido
régimen soviético, de allí la rápida adaptación de los países que estaban
sujetos a él a esta suerte de capitalismo.
4 No existe más el juego de la oferta y la
demanda donde el consumidor se beneficiaba por la posibilidad de elegir entre
los distintos productores los bienes que necesitaba. El único mercado que debe
ser libre es el de los capitales, que se mueven de un lugar a otro en función
de sus vectores de rentabilidad. Las políticas de oferta rigen las reglas de la
globalización y crean un conjunto de normas para el conjunto de la sociedad que
obliga a los ciudadanos a actuar conforme a ellas. Son menos sangrientas u
opresivas que las de los campos de concentración o Gulags pero más insidiosas y
se asemejan a los viejos túneles de la Primera Guerra Mundial donde los
soldados no podían salir del sendero que le marcaban sus bunkers a riesgo de
ser alcanzados por las balas enemigas. Hoy ese sendero a falta de balas está
amenazado por crisis y desequilibrios permanentes.
5 Ese conjunto de reglas o leyes definen no solo
logros del proceso de acumulación sino también otra sociedad en el cual la
superestructura jurídica global es un elemento clave. Los movimientos de
capital no actúan dentro de las fronteras de los Estados ni tienen en cuenta
las preferencias o necesidades de los habitantes de uno u otro, ni menos aun
los poderes negociadores de los sindicatos u organizaciones sociales. Nada en
resumen que pueda afectar los intereses de las grandes empresas. Los países
tomados individualmente ya no son más un reservorio de mano de obra a la que
los dueños del capital están obligados a recurrir por estar radicados allí. No
existe la necesidad de mantener a esos trabajadores potenciales en buenas
condiciones económicas, se los puede conseguir en otros lados. También se
retrae cualquier compromiso anterior con el Estado de Bienestar, la inversión y
el consumo interno. Los bienes públicos, “elementos insustituibles de los
privados”, como decía Julio Olivera, dejan de existir y el Estado, según Aldo
Ferrer, cumple sus funciones reguladoras al revés destruyendo el empleo y el
mercado interno. Por el contrario, se favorece la competencia sin límites y el
egoísmo, las divisiones sociales y las desigualdades de ingresos, la completa
dependencia de los mercados exteriores. Al mismo tiempo se subestima la
política y la democracia representativa deja de tener sentido.
6 Para hacer más complejo el panorama del mundo,
éste sigue dividido jurídicamente en Estados que teóricamente (en su mayoría)
se rigen por un sistema democrático donde cada uno elige con su voto un
gobierno. Antes se necesitaba recurrir a amenazas, intervenciones o guerras
para influir desde afuera en los distintos países o lugares que podían dañar
sus intereses. Ahora les basta en gran medida con el dominio de los medios de
información que utilizan los que manejan el llamado poder mundial tanto en los
Estados ricos como en los más pobres. Estos últimos son soberanos sólo de
nombre. En este sentido son clave las elites locales. La mayoría de los que los
dirigen forman parte de esas elites y están vinculados a compañías o entidades
transnacionales directa o indirectamente. La justicia no es más local sino
global y asociada a ese dominio.
7 No hay que confundir esta globalización con el
libre comercio que resulta perjudicado, no beneficiado, por sus características
y extensión, y salvo para los grandes países y sobre todo Estados Unidos por
más que se concreten diversos tratados multilaterales como los del Pacífico y los
del Atlántico. Predomina el intercambio con precios de transferencia entre las
empresas multinacionales y continua el proteccionismo de las grandes potencias
en sus sectores más débiles como el agrario. Incluso, puede afectar los
sistemas de salud y alimentación de aquellos países que los firman. Por eso la
oposición de muchos europeos a un Tratado de libre comercio con Estados Unidos.
Además de trastocar las tradiciones o costumbres locales implicaría la
utilización de productos transgénicos en los alimentos en una Europa donde
están prohibidos. Por otra parte, con esta globalización el poder anteriormente
contenido dentro de las fronteras del Estado-Nación se ha evaporado yendo hacia
el espacio de los flujos de capital, donde la política es permanentemente
condicionada y vaciada de todo contenido democrático, no ha través de golpes de
Estado sino de la permanente corrupción que genera el sistema. Todas estas
cuestiones exacerban el problema de las identidades nacionales y regionales y
los nacionalismos neofascistas. Frente a ese poder omnipotente y la ausencia de
una democracia real se levantan procesos de división de países y regiones con
el surgimiento de movimientos separatistas entre los Estados-Naciones y en el
seno de ellos, como el Brexit. Las guerras y conflictos regionales y nacionales
han recrudecido así como los atentados terroristas.
8 Desde el punto de vista de la subjetividad ya
no interesa la figura del trabajador como fuerza de trabajo o como consumidor.
El neoliberalismo trae consigo una dimensión ideológica empresarial pero no
puramente mercantil. Si se parte de la ideología del egoísmo y el superhombre
de Ayn Ran, no se puede discutir desde la óptica de la solidaridad con los
pobres y el Estado juega, en ese sentido, un rol de total indiferencia o
favorece directamente a los que más ganan. El destino personal de cada uno
depende de sí mismo. Más aún, la relación de los ciudadanos con su vida es
análoga a la relación de cada empresario con su propia empresa. Existe una
forma distinta de ciudadanía en la que el individuo está afuera de toda norma
jurídica de derechos o deberes, salvo el penal, como el ideal de Von Hayek. De
allí el rol creciente en los mecanismos de poder de la justicia castigando por
doquier a quienes se oponen al sistema. En una “democracia” no delegable y no
representativa, si es que tal cosa puede existir, cada uno es responsable de su
propia suerte y el ciudadano es en sí mismo una empresa no una fuerza de
trabajo en el sentido que le daban los economistas clásicos; su aptitud y/o
competencia es un tipo particular de capital humano y su salario es un ingreso
que incluye su rentabilidad como capital. Bajo la teoría clásica eran una
fuerza de trabajo equiparable a una mercancía y aun siendo explotados podían
discutir sus condiciones de trabajo e ingresos. A Henry Ford le interesaba
vender sus autos a su asalariados, su acumulación dependía en parte del consumo
de éstos. Ahora se considera al trabajador un empresario sin protección alguna
(los verdaderos empresarios si la tienen). Su trabajo se valoriza o desvaloriza
a lo largo de su vida y deviene un flujo de capital que va a subsistir sólo en
aquellos que todavía están en sistema financiado por los bancos. De allí el rol
creciente de la tarjetas de crédito y otros instrumentos financieros. Pan de
hoy hambre para mañana.
9 Los políticos, distanciados de los que los
votaron, están sujetos a la corrupción de las empresas en los negocios del
Estado y son cada vez más reemplazados por empresarios que utilizan el Estado
para favorecer sin intermediarios su propios intereses de rentabilidad y
competencia, manipulando más fácilmente desde ese poder a las poblaciones en
función de sus necesidades. Es un tipo de corrupción “interna” en el cual el
Estado se transforma en parte de sus propias empresas. Usan los renovados
medios de información a su guisa y paladar y dominan el mundo al estilo del
Orwell de 1984. No tienen las formas de un Hitler o un Stalin, pero consiguen
sus propósitos dominando la mente de la gente. Goebbels los envidiaría. La
información y desinformación es su principal arma y el aparato de Justicia el
medio del que disponen para terminar con sus adversarios.
10 Por último, es un capitalismo cada vez más de
rapiña, basado no en el consumo productivo sino en la intoxicación de la gente
desesperada a través del juego financiero y del narcotráfico, y en la mayor
fragilidad y fugacidad de los mismos productos (como en la construcción).
Distraen a la gente con grandes espectáculos, llámese fútbol u otros, con lo
que se parecen a los emperadores romanos. Tiene en sus manos el dinero mundial.
¿Es un mundo sostenible? Sólo por algún tiempo. El hombre ha sabido escapar de
los Goulags y hasta resistir los campos concentración. Esta nueva sociedad no
durará más que el tiempo que se tomen los ciudadanos para derrotar una cultura
que los ha separado entre ellos para mejor dominarlos. Como dijo Karl Polanyi
las sociedades no se suicidan. Son volcanes que parecen apagados, pero la
efervescencia corre por dentro hasta que su lava resurge un día con toda la
potencia acumulada por las heridas causadas en el torrente sanguíneo del tejido
social
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos
Aires.
Fuente: Página 12