Cuando, por ejemplo, vemos cifras oficiales entre Mexico y Venezuela, asunto muy de moda en los medios, encontraremos una imagen engañosa. Los que se encargan de entregar esa imagen mentirosa son precisamente los medios de comunicación. Para el caso, cifras oficiales nos llevan a la conclusión de que Venezuela es uno de los países más violentos del mundo, solo por debajo de Honduras. Comparado con estos dos países, Mexico resulta ser un paraíso relativo. Sin embargo, la situación nos indica al país azteca como un lugar bajo el terror de una violencia incontrolada, que cobra miles de víctimas al año, más que en Honduras o Venezuela.
Los medios de comunicación logran aquí un efecto cuasi mágico, que siempre pasa desapercibido: el hecho de que todas las víctimas son seres humanos. Es decir, las campañas se encargan del proceso de deshumanizar los hechos mediante el uso de cifras e imágenes. Eso lo observamos abiertamente en la propagación de datos alarmantes que hoy nos llevan a creer en una supuesta crisis humanitaria en Venezuela, aunque el hambre campea en el sector rural de todos los países mesoamericanos, al igual que grandes cordones de miseria en sus sectores urbanos.
Si los criterios aplicados para hablar de “crisis humanitaria” en Venezuela no fueran políticos, y parte de un plan destinado a destruir la revolución bolivariana; entonces la “ayuda” de emergencia tendría que llegar mucho antes a todos estos países al sur del rio bravo, antes de llegar a la tierra de Bolívar. Ni siquiera necesitan los medios de cifras alteradas (aunque las alteran), basta con que ajusten algunas variables y escondan algunos resultados para producir opinión en el público, también deshumanizado.
Uno de los asuntos que menos se trata es el de la enorme desigualdad producida en países donde impera el neoliberalismo. Más difícil aun le resultara al público relacionar al modelo económico con muchos de sus problemas que incluyen hambre, desempleo, falta de acceso a servicios de salud y educación (a menos que sean privados). Irónicamente, el sector de más amplia cobertura en estos países son las comunicaciones, especialmente radio y TV, ambos medios unidireccionales que imponen matrices y no dejan espacio a la interacción.
En suma, los medios de comunicación, coordinados desde centros de poder y corporaciones de noticias que sirven de nodrizas, logran mantener la sensibilidad del público en la dirección que necesitan. De esa manera se explica que una persona pobre en Mexico, Guatemala u Honduras, sientan rabia por el hambre de la gente pobre en Venezuela. Al mismo tiempo, los medios venezolanos se encargan de agigantar la dimensión de unos problemas y ocultar otros de mayor relevancia. Lo cierto, es que ser pobre en Venezuela, no es lo mismo que ser pobre en Honduras; en este país centroamericano ser pobre significa estar expuesto a la miseria absoluta sin derecho a nada; si no tienes dinero no eres nada.
Imaginemos por un momento que el poder adquisitivo del diez por ciento de las familias pobres mexicanas subiera hasta el punto en que pudieran incluir nuevos productos a su canasta de consumo, en brevísimo plazo se produciría una crisis por desabastecimiento. Esto por el simple hecho, de que los anaqueles se llenan en función del tamaño del mercado, no de las necesidades de la gente. Así las cosas, el fenómeno en Venezuela es diferente, la gente no se llena de frustración por falta de capacidad, sino por otros factores que van desde la guerra monetaria, que desfigura los precios cada hora; hasta el acaparamiento y secuestro de productos básicos en las bodegas de los empresarios.
Claro está, el sistema está diseñado para mostrar siempre almacenes llenos en nuestros pobres países, aunque a ellos no tenga acceso la inmensa mayoría de la población. Los medios de comunicación, transmiten imágenes que apuntan a causar una sensación de “plenitud”, lo que le dicen basta, están informados, saben, gozan de lo que solamente tienen en la mente, aunque lo anhelan.
Un caso interesante son las encuestas de opinión, que corren de medio en medio y que están a disposición del mejor postor. De hecho, esas herramientas estadísticas no van dirigidas a mostrar la posición de la opinión publica sino a crear una tendencia en la misma. Un candidato, por ejemplo, que desea tener impacto en la sociedad, ni siquiera tiene necesidad de proponer nada, ninguna alternativa, basta con que contrate una encuesta en la que aparezca bien posicionado, y el resto de la inducción será hecha por los medios de comunicación. De esta manera se genera alegría, euforia, terror, incluso esquizofrenia.
De hecho, hoy existen encuestas “a la medida”; ya no solo se inducen opiniones a través de variables absurdas. Ahora cada quien puede comprar la encuesta que mejor se ajuste a su presupuesto, algunas incluso sin trabajo de campo.
Iguales trabajos hacen los medios con los indicadores de los organismos internacionales, resaltando algunos, y escondiendo otros. Esto se hace con mucha frecuencia en el campo de los derechos humanos, donde aparecen en escena, aunque no en exclusiva, en el rentable campo de las tristemente célebres ONG.
No es difícil inferir que existe una enorme anomalía en la forma como los medios manipulan las masas; como tampoco cabe duda quien se beneficia de esa manipulación. Lo que queda es evaluar si esto no viola la soberanía de los pueblos, y cuál debe ser la estrategia para protegernos de este flagelo.
Fuente: Telesur